Baloncesto

Opinión
No sé si decirles, mis escasos pero fieles lectores, que este año me van a ver poco opinando de la actualidad, porque cada vez estoy más convencido que la España oficial va por un lado y la real, con sus pegas y dificultades, por otro mucho más sencillo y amable.
Por extraño que parezca viendo las noticias, somos un país normal, y la normalidad consiste en trabajar, disfrutar de la familia, los amigos y las aficiones.
Y si de aficiones hablamos ¡viva siempre el fútbol! Y más si es de verdad, el de siempre, el de la afición, las ganas y la entrega más allá de los fichajes mediáticos o los errores del Var.
Este año dos de esos futboleros de corazón, Marc Collado y Jordi Rivera, decidieron montar con sus propios recursos y todo su esfuerzo la Copa Sarrià, un torneo de barrio que se disputa entre equipos que se conocen, que rivalizan, con gente que fuera del terreno de juego son amigos. Eso sí: no es una pachanga. Son equipos federados compuestos por verdaderos amantes del fútbol, que compaginan su pasión con su trabajo o estudios.
Dos tardes con partidos luchando de poder a poder, cuarenta y cinco minutos cada uno con un sistema clasificatorio muy original y muy ágil.
Allí estaban el C.P. Sarrià, que acabó ganando el torneo, su gran rival en una final extraordinaria Sant Ignasi; Sagrat Cor, Racing Sarrià, Daumar, Vallvidrera, La Salle Bonanova, y el CF la Bonanova.
Allí, en un ambiente sano y divertido, buen fútbol, ganas de pasarlo bien. Uno, tras esa tarde futbolera vuelve a casa especialmente reconciliado con el futuro y con la juventud porque, salvo irreductibles veteranos la inmensa mayoría eran chavales de veintipocos años o menos, con sus ilusiones, sus estudios, su futuro, que se entienden entre ellos, unidos por una pasión que tienen en un común y, en general una preocupación por el futuro, pero que están dispuestos a seguir preparándose, luchando, aprendiendo, y jugando al fútbol.
Tanto daba que jugaran equipos de categorías diferentes, que hubiese desde históricos como el ganador del torneo, o equipos formados por quienes se educaron en esos colegios Sant Ignasi o La Salle, o ese extraño milagro balompédico que se llama C.F. La Bonanova, un club fundado en pandemia por dos entonces adolescentes de 17 años.
Es un verdadero gustazo ver como mete la pierna un defensa que se ha esforzado día a día para sacar una carrera y busca abrirse camino en la vida, o ese delantero que se desespera por no llegar al balón y que el lunes, aunque sea con sueldo de mileurista, irá al trabajo a continuar las prácticas. Todo con buen ambiente, deportividad y educación.
La Copa Sarrià fue un motivo para creer en la juventud, en el futuro y en el fútbol de verdad.
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