Opinión

Los dos inviernos

"Cuando el vivir oscila entre el temor y la esperanza, que son, según Goethe, los peores enemigos del hombre"

Ancianos
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El primero es el invierno de la edad en la que vamos entrando ya los nacidos allá por los años 50 del siglo pasado, y que, en muchos casos, hicimos de puente entre la cultura rural y la urbana, pues aún tuvimos la impagable suerte de disfrutar de una infancia campesina y pudimos luego mal que bien y sin demasiadas estrecheces abrirnos paso en el intrincado laberinto capitalino.

La edad que es más propensa a la posada que a los caminos, y más dada a desandar los espaciosos campos de la memoria que a explorar las vías inciertas de lo por venir; la edad en que el mundo es ya de otros, y lo único que le cabe hacer a uno es mirarlo desde la ventana y aspirar solo a llevar una vida llevadera.

Cuando el vivir oscila entre el temor y la esperanza, que son, según Goethe, los peores enemigos del hombre. El temor porque nos encoge, y la esperanza porque prende la ansiedad y enciende la llama del deseo, que, con el paso de los años, viene a ser lo mismo que avivar las brasas de la insatisfacción: por eso la esperanza estaba también en la famosa caja donde se ocultaban todos los males, pero fue la única que, cuando Pandora la destapó, se quedó flotando dentro en vez de salir, como hicieron la pobreza, el dolor, las enfermedades y la muerte.

Cuando uno empieza a no entender el mundo en que vive, o al revés, cuando el mundo no le entiende a uno, y ahí empieza la inexorable cuesta de la vejez. Que para los chinos es la edad ideal, y por eso afirman que Confucio nació con ochenta años ya cumplidos.

Y el segundo es el invierno en el que parece estar entrando el mundo en que vivimos: las guerras que no cesan, los millones y millones de migrantes y desplazados, el cambio climático, el deterioro del medio ambiente, la inteligencia artificial…, y tantos otros miedos y sombras y peligros como nos acechan y amenazan.

La rendija por la que los nacidos allá por los años 50 del siglo pasado nos asomamos a la existencia daba a un mundo que iba a mejor, y por la que ahora se asoman los recién llegados soplan vientos desapacibles que no invitan a salir.

El mundo que heredamos (que, para los que vivimos una infancia campesina era casi un jardín) y en qué lo hemos convertido, y en qué estado se lo vamos a dejar a nuestros hijos y descendientes. Nuestros hijos, que van camino de ser la única generación que no vivirá mejor que los padres, quebrando así una constante histórica.

Si pudiera uno hacerse a un lado y vivir en silencioso retiro, y en paz y soledad. Pero no se puede.