Carta dominical

Medicina de vida

Cristo no hace vacaciones, no nos deja jamás solos. Nos espera siempre en la Eucaristía.

Juan José Omella
Juan José Omella MariscalAgencia EFE

En este tiempo de verano es posible que tengamos algunos días de descanso. Allí donde nos encontremos, participemos con alegría en alguna de las eucaristías dominicales y en las solemnidades que se celebran en nuestros pueblos y ciudades. Cristo no hace vacaciones, no nos deja jamás solos. Nos espera siempre en la Eucaristía, «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (Lumen gentium,11). Hoy, para mostrar el valor que la Eucaristía tiene para los cristianos, quisiera compartir con vosotros una sencilla historia.

Durante la última guerra mundial, un joven soldado cayó herido gravemente. Afortunadamente, pudo recuperarse de sus heridas, pero su organismo quedó muy debilitado. Los médicos consideraron que si el soldado se alimentaba adecuadamente podría curarse. Sin embargo, el paciente no quería comer. Uno de los compañeros del soldado sabía por qué el herido no probaba bocado. El joven añoraba su hogar y a su familia. Así pues, se puso en contacto con los padres de su compañero. La madre hizo un pan y se lo envió a su hijo. Este, al verlo, en un primer momento lo miró con indiferencia. No obstante, al saber que lo había hecho su madre, lo probó sin dudarlo. Este fue el inicio de su recuperación.

El pan que comió el soldado no era cualquier pan. En él encontró la presencia de su madre. Los cristianos creemos que Cristo está real y substancialmente presente en la Eucaristía. En la Eucaristía, el Señor está con nosotros compartiendo su vida, muerte y resurrección. En el pan consagrado recibimos la vida de Dios. Sí, la Eucaristía nos diviniza.

Un trozo de pan ayudó a recuperarse al joven soldado. La Eucaristía es medicina para el camino, cura nuestras heridas y nos da fuerzas para entregarnos a los demás por amor, como lo hizo Cristo. Él es el pan de vida. Tal como leemos en el Evangelio de Juan: «El que coma de este pan vivirá para siempre» (Jn 6,51).

El compañero del soldado hizo lo posible para que el herido se recuperara. A nuestros hermanos los podemos acercar a la Eucaristía. Si así lo hacemos nos convertiremos en sus compañeros. Compañero proviene del latín, de cum (con) y de panis (pan). Compañeros son, pues, los que comparten el mismo pan.

Ciertamente, cuando celebramos la Eucaristía, nos encontramos con nuestros hermanos de la comunidad. Compartimos con ellos el pan y la vida. Todos en comunión encontramos en la Eucaristía al Señor resucitado, que en cada celebración nos dice: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19).

Queridos hermanos y hermanas, acerquémonos a la Eucaristía con entusiasmo. Ojalá que esta se convierta para nosotros en una verdadera acción de gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo por haber transformado nuestra vida con el poder de su amor.