Opinión

Los mejores oficios de la historia

Cuando los profesores iban a clase a enseñar y los alumnos a aprender

«Los años más bellos de una vida» La pareja protagonista del filme de 1966 regresa en esta secuela de 2019 del director francés en la que él vive en una residencia de ancianos y tiene Alzhéimer y ella va a visitarlo por intercesión de su hijo
Pareja de ancianoslarazon

Con septiembre se acaba el desorden de los días y vuelve cada cual a su quehacer, que será todo lo rutinario y engorroso y pesado que se quiera pero reglamenta el tiempo y da algo de sentido al cotidiano discurrir de la existencia.

No rige esto, sin embargo, para los que ya no tienen quehacer ni profesión, esto es, para los que ya no son nada, porque eso es lo que les pasa a los retirados, que fueron algo y han dejado de serlo, y eso es lo que esencialmente los define ante los demás, con el verbo en pasado para remarcarlo bien: era jardinero, era enfermera, era transportista…

Y de esta carencia provienen las ensoñaciones y melancolías que a menudo se apoderan de uno cuando piensa que, si se le ofreciera la posibilidad de volver a ejercer una profesión, siquiera fuese de modo temporal y a título de fantasía, y pudiera además elegir la época en que prefiriera desempeñarla, se inclinaría por una de las que a continuación se exponen: campesino en una quinta de las afueras de la antigua Roma, para acomodar las horas a la calma y lentitud de los bueyes y cumplir las prescripciones que sobre las labores agrícolas expuso Virgilio en sus Geórgicas; monje en la Edad Media, dedicado por entero a copiar libros con letra minuciosa en la soledad de un monasterio; pastor en la época del Renacimiento, siempre más pendiente de requebrar a las pastoras o poner canto y música a sus lamentos que de cuidar a las ovejas, y siempre entre prados verdes, florestas sombreadas y fuentes de agua cristalina; poeta en el Romanticismo, cuando los versos enamoraban a las mujeres, y ese era el pago que se obtenía por sentir el peso de la soledad y estar siempre tristes y ser amigo de la noche y los claros de luna. Y ya en nuestra edad contemporánea, no sé con cuál de estas dos me hubiera quedado, aunque tienen las dos un grave inconveniente, y es el de situarse en el siglo más cruel de la historia, el pasado siglo XX: cura de pueblo, sin más ocupaciones que decir misa, rezar el breviario, echar la partida con las fuerzas vivas del lugar -el alcalde, el boticario y el maestro- y, lo mejor de todo, sentarse en el confesionario a escuchar los pecados de los feligreses; o profesor de instituto, antes de que las ideologías pretendidamente progresistas y el inexplicable afán por cambiar continuamente los planes de educación trastocaran y arruinaran la enseñanza, es decir, cuando los profesores iban a clase a enseñar y los alumnos a aprender, y se premiaban el esfuerzo y el saber, y no se despreciaba la memoria, sin la cual es difícil que se adquieran conocimientos, y se mantenía viva la cultura humanista, y no había pedagogos, y nadie ponía en cuestión la autoridad del profesor en el aula.