Una vida de aventura

La mujer que supo fotografiar las resacas de Ernest Hemingway

►Anagrama publica «Ingemaus», la apasionante biografía de la fotógrafa y editora Inge Feltrinelli

Hemingway durmiendo la siesta
Hemingway durmiendo la siestaAnagrama

Hay personajes que si no existieran deberíamos inventarlos. Eso es lo que ocurre con un nombre tan fascinante como el de Inge Feltrinelli, una buena testigo del tiempo que le tocó vivir y del que debió testimonio gracias a las extraordinarias imágenes que capturó con su cámara. Conoció a algunas de las grandes personalidades del siglo XX, desde Picasso a Hemingway, desde Fidel Castro a Billy Wilder, pero fue uno de los nombres propios del mundo de la edición en Europa. De todo ello da rienda suelta, con sus luces y sus sombras, un libro fantástico firmado por Marco Meier y publicado por Marco Meier. «Ingemaus. La primera vida de Inge Feltrinelli» es un recorrido completo sobre un complejo mosaico que nos ayuda a conocer mejor a una mujer fascinante, tan adelantada a otras en aquellas décadas del siglo pasado.

Una de las grandes virtudes del libro es el contener una muestra de la labor de Inge Schönthal, su verdadero nombre, como fotoperiodista. En este sentido, uno de los capítulos más interesantes del libro es el referido a la amistad que nuestra protagonista mantuvo con uno de los grandes nombres de la literatura estadounidense y, además, Premio Nobel: Ernest Hemingway. A instancias del editor alemán Heinrich Maria Ledig-Rowohlt, Inge viajó desde Florida hasta Cuba para poder reunirse con el autor de «Por quién doblan las campanas» y «El viejo y el mar» en una travesía propia de un libro de aventuras. Debía convencerlo de que era el momento de cambiar de editora para las versiones alemanas de sus obras.

Hemingway, reportero en el pasado, odiaba a los periodistas, pero Inge logró el milagro con varias ayudas, entre ellas la del cocinero chino del escritor. Al llegar a la casa , la mítica Finca Vigía, fue recibida por Mary Hemingway, la cuarta esposa del escritor. Inge no iba sola sino que llevaba con ella su equipo fotográfico. «Por amor de Dios, ¿no pensará hacer fotos? Que no vea ni por asomo, la cámara de fotos», le soltó Mary ocultando todo aquello en un revistero. Las dos, como si fueran viejas amigas, nadaron y comieron hasta que apareció «un cachas barbudo, un auténtico armario humano», en palabras de Inge. Era Hemingway.

La posterior cena y el aguante con el alcohol hizo que si había alguna frontera por medio se despejara. Lo que debía ser una breve visita acabó siendo una estancia de tres semanas. Todo ello se tradujo en un reportaje que Inge publicó en julio de 1953 en la revista «Constanze».

Inge logró un puñado de imágenes que hoy siguen siendo icónicas para hablar del responsable de «París era una fiesta» o «El verano peligroso». Entre ellas destacan las que tomó de este acompañado del pescador Gregorio Fuentes, la inspiración para el protagonista de «El viejo y el mar». Inge aparece divertida en algunas de ellas mientras sostienen un pez espada de unos treinta kilos.

Pero del tiempo que pasó en la Finca Vigía tenía otra fotografía como favorita. Es aquella en la que vemos a Ernest Hemingway durmiendo la mona en el suelo del salón, como si de esta manera tratara de superar la resaca. Inge ya había podido comprobar el mucho aguante que el escritor tenía con el alcohol, sobre todo el ron y los martinis. Ella misma constató que Hemingway, a eso de las doce y media de la mañana, ya se había tomado cinco copas. A todo ese material alcohólico se le sumaban ginebra y daiquiris, los cuatro o cinco que se ventilaba cada vez que visitaba el Floridita, uno de sus locales favoritos en la isla caribeña.

Volvamos a la imagen que nos ocupa. Pese a lo sigilosa y profesional que era Inge, Ernest Hemingway se dio cuenta de que había sido captado por la cámara de su invitada, provocando uno de los pocos momentos incómodos de aquella visita. Por ello, le hizo jurar a Inge que jamás publicaría esa fotografía mientras él viviera, cosa que respetó.

El escritor tenía como costumbre beber a la hora del almuerzo una o dos botellas de vino tinto, especialmente valpolicella o chianti. Una vez regado por esas aguas agarraba unos cojines, tiraba en el suelo e improvisaba una breve siesta. Ese fue uno de los momentos aprovechados por Inge para captar a Hemingway en la intimidad, el invencible cazador desprovista de armas, sin defensa alguna.

Curiosamente no tuvo muchas oportunidades de ver al escritor trabajando, enredado en sus textos. Ella misma recordaría tiempo después que «la verdad es que Hemingway solo escribe en el dormitorio, a pesar de que cuenta con un estudio, una torre cuadrada en cuyo piso superior hay una estancia acondicionada de modo espartano. Desde ahí goza de una vista fabulosa sobre las palmeras y, más allá, sobre el verde paisaje cubano (...). H. no se refugia allí sino cuando hay huéspedes y le apetece estar solo».