
Despedida en Barcelona
Ojalá que volvamos a vernos, Sabina
El músico protagonizó en el Palau Sant Jordi el primero de los dos conciertos de despedida en Barcelona

En este otoño que está más loco que una cabra y aún que la orquesta se sabe la canción que nos escribió, Joaquín Sabina, sin timón ni timonel, se subió esta noche al escenario del Palau Sant Jordi para protagonizar la primera de las dos noches en Barcelona para decirnos "hola y adiós". Lo hizo ante un entregado auditorio, el mismo al que le costó llegar hasta Montjuïc, en un día de caos circulatorio. Pero si Sabina quería empezar a despedirse de la capital catalana no podía ser otra fecha que un 2 de octubre, el día en el que se cumplen 135 años del nacimiento de Groucho Marx, el antihéroe al que encarnó el músico como estrella del cabaret del Paralelo en la reivindicable película "Sinatra". Por cierto que "hola y adiós" era el grito de guerra de Groucho en "Sopa de ganso".
Sabina nos invitó a hacer un viaje en este momento en el que el tren de ayer se aleja y el tiempo pasa, haciendo balance de quien ha vivido para escribirlo y cantarlo para suerte de todos nosotros, los incondicionales de una causa que perdurará por siempre. Porque Sabina, maldita sea, es un superviviente y vino a celebrarlo dando lo mejor de sí mismo. Pero no olvidó sus vínculos con Cataluña al rememorar el cantante/poeta su devoción primera por la Nova Cançó, con Quico Pi de Serra, Ovidi Montllor y Joan Manuel Serrat, tratando de recordar aquellos acordes cuando empezaba a rasgar las cuerdas de la guitarra.
Sobre el escenario fue dibujando un autorretrato gracias a temas recientes, como "Lágrimas de mármol" o "Lo niego todo", pero sin olvidar algunos de los clásicos de su cancionero como "Mentiras piadosas", "Ahora que", "Donde habite el olvido" o "Más de cien mentiras". Todo ello acompañado de sus irrepetibles escuderos Antonio García de Diego, Jaime Asúa, Laura Gómez Palma, Pedro Barceló, Josemi Sagaste, Borja Montenegro y Mara Barros que, como siempre, saben estar a la altura como banda sabinera, "una familia de músicos que no son mentira", como él mismo dijo. Por cierto, qué maravilla es escuchar a Mara Barros haciéndose suya "Camas vacías" a ritmo de ranchera con un bar/oficina dibujado por Sabina como fondo escenográfico.
Decían que Cezanne, cuando visitaba una casa en la que había alguno de sus cuadros, no dudaba en retocar el lienzo a espaldas del propietario. Sabina hizo lo mismo dando pinceladas nuevas a algunos de sus clásicos temas, como "Calle Melancolía" que quiso dedicar a Joan Manuel Serrat. Fue emocionante que durante unos minutos el Palau Sant Jordi tuviéramos nostalgia de querer mudarnos al barrio de la alegría, aunque eso no pueda ser por perder el tranvía. Tardará en olvidar el público que el hombre del traje gris estuvo por aquí mientras nos robaban el mes de abril.
No creo, tras escuchar a Sabina, que, pese a que ya no cierre los bares ni haga tantos excesos, cada vez sean más tristes las canciones de amor. Si lo son, en todo caso, es porque el artista ha querido bajar el telón, pero eso hay que respetarlo como pacto entre caballeros, sobre todo cuando no quedan islas para naufragar. Esos temas, escuchados en el Sant Jordi, nos demuestra que el más ilustre de los vecinos de la calle Tirso de Molina representa una de las cotas más altas en la literatura musical de nuestro país. ¿Para cuándo un Premio Cervantes? Nunca una despedida fue tan festiva como la de esta noche, dejando un buen sabor a los que somos adeptos a la causa.
Cantó Sabina que no se debe volver a los lugares en los que uno ha sido feliz. Sin embargo, esta noche, al regresar a Barcelona nos ha hecho felices a muchos, nos ha permitido caminar por el bulevar de los sueños rotos o desear que todas las noches sean noches de boda, además de cantarnos la canción más hermosa del mundo. Mucho meto que esta despedida es de verdad, que no hay detrás de ella más de cien mentiras, pero me gustaría pensar que ojalá que volvamos a vernos.
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