Opinión

La poesía, un jardín cerrado para muchos

Le conviene a los poetas escribir también para los que no entienden de poesía

Libro, poesía REMITIDA / HANDOUT por COMUNIDAD DE MADRID Fotografía remitida a medios de comunicación exclusivamente para ilustrar la noticia a la que hace referencia la imagen, y citando la procedencia de la imagen en la firma 20/03/2025
Libro abiertoCOMUNIDAD DE MADRIDEuropa Press

La poesía fue antes oral que escrita, y cantada antes que leída. La poesía fue durante muchos siglos la expresión del sentir colectivo, y por eso cantaba las hazañas de los héroes o narraba historias que atraían la atención o tenían algo que enseñar a los oyentes. Muy pronto empezó también a expresar los sentimientos personales, y fue así como surgió en la antigua Grecia la poesía lírica, bautizada con este nombre porque el canto se acompañaba de la lira, un instrumento musical muy apreciado entonces.

A partir del Renacimiento, la poesía, asociada ya en términos generales, y para siempre, a la expresión de los sentimientos, empezó a explorar formas y contenidos que resultaban difíciles de entender para el público no letrado. Un proceso que el poeta andaluz Pedro Soto de Rojas condensó en el título de uno de sus libros: Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos. Por ese camino de oscuridad transitó buena parte de la poesía que Bécquer definió como “magnífica y sonora, hija de la meditación y el arte”, y que él mismo contrapuso a otra natural “que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye”. Esta segunda ha sido siempre la preferida del público lector, y también la que han escrito algunos de los mejores poetas españoles, como Jorge Manrique, Lope de Vega, Bécquer y Antonio Machado, que han gozado siempre por eso, y siguen gozando todavía hoy, del favor popular.

Hoy, esa vieja polémica entre una poesía retórica y otra más natural y sencilla está afortunadamente superada. Pero prevalece aún, en el reducto académico sobre todo, el prurito de la experimentación formal y del hermetismo conceptual, herencia oxidada de la epidemia de las vanguardias y el surrealismo de principios del siglo pasado.

En cualquier caso, sería bueno para la poesía vivir alguna temporada en casa modesta –y preferiblemente campesina– y no en refugio vallado al que solo se accede con tarjeta de especialista. Y sería bueno para los poetas volver a ocuparse de los grandes temas de siempre: el amor (el desamor, la mayoría de las veces), el paso del tiempo, la muerte, el sentido (el sinsentido, más bien) de la vida… Que a menudo pueden parecer un catálogo de tristezas, pero que han sido el venero inmemorial del verso que siente lo que dice y dice lo que siente.

Le conviene asimismo a la poesía, en este tiempo nuestro de sobresalto y pesadumbre, volver a ser un arte popular que sirva para alumbrar los sueños y restañar las heridas, y le conviene a los poetas escribir también para los que no entienden de poesía.

Solo así el Día Mundial de la Poesía, que se celebró ayer, podrá ser alguna vez la puerta de un jardín abierto para muchos.