Independentismo catalán

¿Es posible qué Cataluña imponga un huso horario diferente al de España?

Las palabras del presidente del Consell de la República han reabierto el debate sobre si esta opción sería viable

Bandera catalana en la Comunidad Autónoma de Cataluña
¿Es posible qué Cataluña imponga un huso horario diferente al de España? La Razón

"El cambio de hora tiene un poder extraordinario, puede parecer simbólico, pero sería un gesto de soberanía de gran impacto". Con esta declaración de Jordi Domingo en Vilaweb, el Consell de la República ha reabierto un debate tan inusual como revelador: la posibilidad de que Cataluña funcione con un huso horario distinto al del resto de España. La propuesta plantea que el territorio catalán se rija por el meridiano de Greenwich, el horario que por ubicación geográfica le correspondería, en lugar del horario de Europa Central, adoptado por España desde 1940. No se trata solo de una cuestión técnica. El objetivo declarado es político y simbólico: marcar una diferencia con el Estado español desde lo más cotidiano, desde el reloj.

La idea parte de una base geográfica sólida. En realidad, tanto Cataluña como buena parte de España están más alineadas con el meridiano de Greenwich que con la hora actual, una herencia del régimen franquista que se mantiene desde la Segunda Guerra Mundial. Aun así, lo que busca el Consell no es una corrección horaria por razones de eficiencia o salud, sino una acción de "empoderamiento nacional". Se invita a empresas, entidades y ciudadanos a adoptar por iniciativa propia este nuevo horario como gesto de adhesión simbólica a un marco catalán diferenciado. No es una política oficial de la Generalitat, pero sí una propuesta directa a la sociedad civil afín al independentismo.

¿Cataluña podría imponer un huso horario propio?

La viabilidad de este cambio, sin embargo, es limitada. El huso horario oficial es competencia del Estado y está vinculado a una red de acuerdos europeos que regulan aspectos esenciales del día a día: el transporte, los mercados financieros, las emisiones de televisión o las telecomunicaciones, entre otros. No puede modificarse de forma unilateral por una comunidad autónoma. Una Cataluña con un horario distinto del conjunto de España requeriría no solo una reforma legal de ámbito estatal, sino una coordinación internacional de la que actualmente carece. Cualquier intento de romper esa sincronización supondría enfrentarse a numerosos problemas operativos.

Incluso como acción simbólica, la propuesta encuentra obstáculos. Para que un nuevo horario tenga un efecto real debe ser asumido por una mayoría social y aplicada de forma coherente por servicios públicos, empresas y medios de comunicación. De lo contrario, se convierte en una disonancia anecdótica. En un mundo donde cada minuto está regulado por sistemas digitales, transportes interconectados y relaciones laborales transnacionales, desajustar el reloj con el entorno inmediato puede generar más confusión que beneficios. La medida, además, no tendría impacto legal, pues, los organismos públicos seguirían funcionando bajo el horario oficial de España.

Una consigna política hacia el independentismo

Pese a ello, el trasfondo político de la propuesta no puede ignorarse. Ante la imposibilidad de avanzar de forma inmediata hacia una independencia efectiva, algunos sectores del independentismo catalán recurren a acciones simbólicas para mantener encendida la narrativa de la autodeterminación. En este marco, cambiar la hora no es una cuestión funcional ni una reforma estructural, sino un gesto cargado de mensaje político. La propuesta busca proyectar la idea de que Cataluña puede organizarse al margen del Estado español, aunque sea en aspectos tan cotidianos como los horarios. La consigna de "vivir como si ya fuéramos independientes" se convierte así en el eje de una estrategia que prioriza los símbolos frente a los resultados tangibles.

La propuesta, por tanto, no tiene base jurídica para ser impuesta, ni cuenta con la estructura técnica ni el respaldo institucional necesario para ser aplicada a gran escala. Sin el apoyo de la Generalitat y sin una red administrativa que lo respalde, este cambio quedaría reducido a una campaña voluntaria de adhesión por parte de ciudadanos y pequeños colectivos. No obstante, su función estratégica dentro del relato independentista es evidente. Al disputar el control del tiempo, los impulsores del proyecto tratan de reforzar la idea de soberanía desde lo cotidiano, como si cada decisión, por pequeña que sea, pudiera abrir una grieta simbólica en el marco constitucional español. Aún sin consecuencias prácticas inmediatas, propuestas como esta revelan el enfoque con el que parte del independentismo intenta mantener vivo su proyecto.