Opinión

Viajeros, veraneantes y turistas

Las vacaciones se han convertido en un período de tiempo anual en que la gente hace cosas raras

MURCIA.-La bandera amarilla ondea este viernes en siete playas de la Región
MURCIA.-La bandera amarilla ondea este viernes en siete playas de la RegiónEuropa Press

Hubo un tiempo en que la gente viajaba solo por necesidad. Con el discurrir de los siglos, los habitantes de las ciudades empezaron a disfrutar del privilegio de las vacaciones, y, con ellas, a tener la oportunidad, reservada en principio a unos pocos, de viajar y conocer otros lugares. A los que vivían en los pueblos, en cambio, atados a la servidumbre diaria de la tierra y el ganado, ni remotamente se les pasaba por la cabeza una idea así, y la palabra vacaciones era por completo ajena a su vocabulario.

Vino el progreso, y se despertó entre la población urbana más o menos acomodada el gusto por escapar, particularmente en los meses de verano, de su lugar de residencia. Se les llamó por eso veraneantes, y se establecían toda la temporada en un sitio fijo, sin ir de acá para allá, llevando una vida más bien aburrida pero ociosa hasta que a los primeros barruntos del otoño volvían a hacer los bártulos y emprendían el viaje de vuelta. Los lugares de vacaciones eran por regla general otras ciudades o enclaves costeros de renombre, nunca los pueblos, en los que ni se les ocurría pisar. (Max Jacob, escritor y pintor francés, respondió así, entre estupefacto y aterrado, a una invitación para pasar un fin de semana en el campo: “¿El campo, ese horrible lugar donde los pollos se pasean crudos?”.) Estos, los campesinos, aldeanos o lugareños, viajaban muy poco, y solo por necesidad; los hombres algo más, cuando los llamaban para cumplir el servicio militar; las mujeres, si acaso alguna vez a la cabeza de la comarca o a la capital de la provincia, para mirarse la vista o cualquier otro requerimiento de la salud. (Algunos hubo que no hicieron más que un viaje: de su casa, la casa del pueblo en que habían nacido, al cielo.)

En nuestros días, con el desarrollo del progreso y los adelantos de la civilización, las vacaciones se han convertido en un período de tiempo anual en que la gente hace cosas raras, como tumbarse desnuda al sol o empeñarse en ir todos a la vez a los mismos sitios, y ya no hay veraneantes, sino turistas, que son personas que viajan a determinados lugares con el único objetivo de dejar constancia fotográfica ante sus parientes y amistades de que, efectivamente, han estado allí. Y entre esos turistas, a algunos urbanitas o urbanícolas les ha dado por ir a curarse del estrés a los pueblos, y los hay que se han quejado –incluso con denuncia de por medio– de que el tañido de las campanas, el canto de los gallos y el mugido de las vacas les impiden dormir por las noches. Visto lo cual, algún ayuntamiento, como el de Sant Llorenç de Morunys, en Lérida, advierte a sus visitantes que tienen un campanario que toca cada cuarto, gallos que cantan y rebaños que pastan cercan del pueblo.