Ciencia
El complejo y singular árbol genealógico de las abejas
Un nuevo estudio se enfrenta a uno de los mayores puzzles evolutivos: entender cómo aparecieron las sociedades tan estructuradas de estos insectos
Dicen que las abejas están desapareciendo, pero lo cierto es que en esa frase hay truco, porque no hay una única abeja y, desde luego, no todas están desapareciendo, y menos al alarmante ritmo que se dice. Cuando se habla de la extinción de estos insectos se están tomando datos (normalmente) de una única especie, Apis melífera, la abeja de la miel doméstica.
Hablamos de aquella que supone un beneficio directo para nuestra economía, aquella de la cual depende la apicultura, pero lo cierto es que existen muchas otras abejas, como los abejorros, las abejas sin aguijón, las abejas de las orquídeas, e incluso entre las «pocas» que producen miel hay algo más que Apis melífera.
Esta pluralidad tan rica de especies debería permitirnos deducir, en principio, los pasos evolutivos que han seguido estas abejas para ser lo que son ahora. Es más, puede que conocer la evolución de estas especies de insectos no parezca demasiado estimulante, pero en esa historia se incluye una de las más interesantes de la biología, la aparición de su comportamiento extremadamente social.
Formas radicalmente opuestas
Existen dos grandes formas de reconstruir este árbol genealógico. La primera es dejándose llevar por la morfología de las especies. Si hacemos esto llegaremos a una conclusión clara: las abejas de la miel y las que carecen de aguijón son las más cercanas, precisamente las dos que tienen un comportamiento eusocial (de verdaderas sociedades) complejo. Esto nos hará suponer que la complejidad habría llegado en algún punto entre la separación de los abejorros y la división entre abejas de la miel y sin aguijón, porque solo estas dos últimas sociedades eusociales son realmente complejas.
Sin embargo, hemos dicho que existe una segunda forma de abordarlo que parece no estar de acuerdo. El análisis genético es una forma a priori más precisa de establecer parentescos entre especies. Sus resultados siguen planteando que las abejas de las orquídeas fueron las primeras en separarse, pero una vez se desarrolla la eusocialidad, propone que son las abejas de la miel las primeras en ramificarse del linaje que acabará dando a las abejas sin aguijón y a los abejorros. En esta clasificación la eusocialidad realmente compleja habría surgido dos veces, una tras la separación de las abejas de la miel y otra, una vez las abejas sin aguijón se hubieron diferenciado de los abejorros. Así pues, ¿qué se supone que tenemos que hacer?
Un nuevo estudio
Un nuevo estudio ha decidido enfrentarse a este dilema y analizar qué puede estar fallando. La conclusión ha sido clara: los estudios morfológicos estaban incompletos, se habían hecho con poco detalle y eso podía estar alterando sus resultados. Así pues, decidieron emprender un nuevo estudio metodológicamente más fuerte. Para ello tomaron hasta 289 rasgos distintos para clasificar morfológicamente las 53 especies estudiadas. Partiendo de estos datos, los investigadores aplicaron análisis estadísticos de distinta índole para comparar los árboles genealógicos que estos arrojaban.
Curiosamente, los resultados volvieron de nuevo a respaldar las antiguas hipótesis morfológicas, aquellas que planteaban una única evolución de los comportamientos eusocialmente complejos justo después de que los abejorros se ramificaran del linaje que daría lugar a abejas sin aguijón y abejas de la miel. De hecho, cuando comprobó matemáticamente cómo de bien encajaban las comparaciones morfológicas en el árbol propuesto por la genética los resultados fueron claros: simplemente no encaja. Podríamos quedarnos tranquilos con esta duda, pero estaríamos haciendo mala ciencia.
La realidad es una, sea la que sea y aunque solo podamos aproximarnos a ella. Necesitamos aclarar qué hipótesis, de todas las posibles, es más correcta o, para ser más justos, por qué la morfológica no encaja con la genética que, a todas luces, debería ser sin duda la más correcta. Una explicación propuesta por los mismos investigadores es que siguiendo la hipótesis genética, si bien las abejas de la miel fueron las primeras en separarse, la división entre abejorros y abejas sin aguijón pudo ocurrir inmediatamente después y de forma bastante rápida.
De este modo, todas habrían sido muy similares cuando se separaron unas de las otras, y habrían tenido tiempo de sobra para que los abejorros evolucionaran por un camino diferente, desarrollando más similitudes entre abejas de la miel y abejas sin aguijón por lo que se llama convergencia evolutiva: tendencia a desarrollar soluciones similares para problemas parecidos. Como tantos otros avances en ciencia, este no es definitivo, tan solo un paso más, pero un paso sumamente interesante. No tanto por las abejas o por la evolución de estas complejísimas sociedades, que es una de las cimas de la evolución en cuanto a organización de las sociedades. La verdadera relevancia de este trabajo es otra, es la crítica metodológica, la clara confrontación entre dos métodos aparentemente válidos que, sin embargo, ofrecen resultados totalmente irreconciliables. Precisamente por eso, tan importante como el «¿qué sabemos?» es el «¿cómo lo sabemos?».
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