Sociedad

Prehistoria

Las tortugas que cruzaron Norteamérica hace 96 millones de años

Expertos descubren en la tortuga extinta Pleurochayah appalachius rasgos que revelan una migración histórica

Reconstrucción de una nueva especie de tortuga del cretácico, Pleurochayah appalachius (Brent Adrian de la Midwestern University)
Reconstrucción de una nueva especie de tortuga del cretácico, Pleurochayah appalachius (Brent Adrian de la Midwestern University)Brent AdrianCreative Commons

Hace unos 96 millones de años, aquello era un río. El agua bañaba lo que ahora son calles de asfalto y hormigón y, un poco más adelante, se abría un delta. Era el final de su corriente, donde se fundía con el mar, uno de los lugares más fértiles de todo cauce, el punto donde los minerales y nutrientes que la corriente arrastraba se depositan en el fondo del mar y sobre el limo. El infinito borde del río acogía las raíces de todo tipo de árboles que, como si fueran los arbotantes de una catedral, lanzaban gruesos arcos ávidos de agua. Aquel edificio de celulosa, emplazado entre la tierra y el agua, acogía bajo sus arcos a multitud de animales: peces, invertebrados, mamíferos, anfibios, etc. Era un bastión en medio del humedal y la mejor protección contra los muchos dinosaurios y cocodrilos que patrullaban la orilla. Ahora llamamos a ese tiempo Cretácico Superior y a aquel lugar Sitio de Arcosaurios de Arlington.

En nuestro presente, ese humedal se ha convertido en Dallas-Fort Worth, a medio camino entre Dallas y Fort Worth, a 473 kilómetros de la costa. Ya no hay humedales ni dinosaurios, pero sus restos han sido parte de la tinta con la que se ha escrito la historia del lugar. Una tinta, que todavía podemos leer si sabemos dónde buscarla. Su nombre menta a los arcosaurios, precisamente porque bajo su superficie se han encontrado infinidad de restos de cocodrilos y algún que otro dinosaurio. Pero las historias que puede contar un yacimiento tan antiguo son imposibles de enumerar y, de entre los restos, ha emergido algo especial, una tortuga aparentemente anodina, pero que en su anatomía esconde las claves de un éxodo que tuvo lugar hace 96 millones de años.

Cuestión de cuellos

Cuando pensamos en tortugas nos viene a la cabeza algún tipo indeterminado de testudo, de caparazón alto, miembros anterior curvos y cabeza retráctil. Sin embargo, no todas las tortugas tienen esta habilidad para esconder su cráneo. Más que retraerlo dentro de su carapacho, algunas lo ladean, doblándolo sobre lo que intuitivamente entenderíamos como un hombro. Se trata de las tortugas del suborden pleurodia, y una de sus antepasadas es la protagonista de esta historia. En concreto un clado llamado Bothremydidae, que geográficamente estaba realmente extendido ocupando todo tipo de hábitats. Los orígenes de este clado provenían del sur de Gondwana, pero a principios del cretácico comenzaron a expandirse. Poco a poco fueron avanzando (a paso de tortuga). Gondwana ya no estaba, en su lugar había más de un continente (o al menos subcontinentes) y el viaje de las tortugas tuvo que volverse “transoceánico”.

Por desgracia, apenas tenemos detalles de su historia y de cómo fue exactamente su viaje, por eso ha sido tan relevante encontrar el fósil de Pleurochayah appalachius en El Sitio de Arcosaurios de Arlington. Se trata del Bothremydidae más antiguo encontrado en Norteamérica, lo cual significa que es el ejemplar más cercano a los primeros pobladores que conocemos. De hecho, el nombre de su especie viene de uno de los subcontinentes que más adelante acabarían formando parte de América del Norte: Appalachia.

Una anatomía especial

El ejemplar presenta una combinación interesante de rasgos físicos. Adaptaciones que parecen apuntar a un tipo de vida eminentemente acuático. De hecho, esto podría explicar que sea la primera especie encontrada en este continente, ya que para llegar a él debería de haber sido una gran nadadora. En primer lugar, su primer hueso de las patas delanteras, el que se ancla con el hombro y al que llamamos húmero, muestra relieves propios de haber anclado una gran musculatura en vida. En concreto, la biomecánica que podemos deducir sería propicia para movimientos parecidos a remos, diferentes a los de la mayoría de las tortugas actuales que, excepto si son marinas, nada haciendo algo similar a cuando nosotros nos desplazamos a braza. Otros detalles más técnicos, como la estructura de su caparazón, parecen adaptados a la vida marina, planteando que estos ejemplares estaban más que acostumbrados a sobrevivir en el agua durante largos periodos de tiempo.

De este modo, un ejemplar encontrado por sorpresa entre los restos de un humedal prehistórico nos ha contado parte de la historia de una migración que tuvo lugar hace 96 millones de años. Historias que han quedado escritas en los huesos y que gracias a la ciencia, son ahora contadas por primera vez.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • A pesar de lo que suele decirse en algunos sectores irracionalmente críticos con la paleontología, es mucho lo que puede llegar a deducirse a partir de unos huesos. Estos no son vestidos por el capricho de los ilustradores. El trabajo de estos últimos es principalmente científico y parten de deducciones firmes a partir de los restos existentes, haciendo que más que una fantasía desbocada, su diseño sea una suerte de sudoku que ha de respetar toda una larga lista de normas y restricciones.

REFERENCIAS (MLA):