Espacio

Nuestros planetas podrían ser muy anterior a lo que pensábamos

Júpiter y Saturno pudieron empezar a formarse a la vez que el Sol, antes de que alcanzara su tamaño final

Representación artística de un planeta en formación en torno a una estrella
Representación artística de un planeta en formación en torno a una estrellaAmanda SmithCreative Commons

Un nuevo estudio publicado en Nature Astronomy nos trae una historia propia de El mentalista o, por ejemplo, de la nueva ficción de Netflix, Desde dentro. Porque, pensémoslo… ¿cómo podríamos llegar a conocer el pasado de los planetas de nuestro sistema solar sin movernos de aquí y ahora? Estamos limitados, necesitamos pistas de las que deducir otras, como si fuera una cadena de consecuencias necesarias, donde nuestras especulaciones no pierden apenas rigor a cada paso en que se alejan de las pistas iniciales. Y es que nos encantan los personajes poderosos. Las ficciones se han aprovechado de ello, y nos narran las historias de superhéroes capaces de atravesar una nave espacial con su cuerpo serrano o detectives que solo necesitan cuatro datos banales para resolver un asesinato sin moverse del salón.

Lo que más nos gusta es la suficiencia con la que exhiben sus habilidades, como si no le dieran importancia, con la misma indiferencia con la que nosotros, pobres mortales, nos lavamos la cara cada mañana. Lo extraño no es que nos gusten estos cuentos, sino que nos cueste tanto reconocerlos cuando ocurren ante nuestras narices. Ningún humano ha tenido jamás el legendario poder deductivo de Sherlock Holmes, ni siquiera el médico Josph Bell, en quien se basó su autor, Conan Doyle. Sin embargo, cuando esos mismos humanos colaboran para enfrentarse al mundo, desarrollan habilidades igual de prodigiosas, y las ciencias son una de ellas. Pues bien, para descubrir que, posiblemente, los planetas de nuestro sistema solar se empezaron a formar mucho antes de lo que pensábamos, los investigadores han tenido que interrogar a un tipo de estrellas muy extrañas, las enanas blancas sucias. A partir de su testimonio han sacado conclusiones y han deducido la hora del crimen.

Testigos de un pasado remoto

Todo empezó cuando Amy Bonsor y su equipo del Instituto de Astronomía de Cambridge se preguntaron si los planetas se empezaban a formar una vez sus estrellas madre habían alcanzado su tamaño final y, por lo tanto, habían parado de atraer materia o si, por el contrario, empezaban a formarse a la vez que ellas. ¿Cómo podían dar respuesta a una pregunta tan compleja? Necesitarían conocer la composición del interior de planetas muy muy lejanos para así sacar conclusiones sobre su pasado, y eso está fuera de nuestro alcance. El truco podía estar en interrogar a un testigo astronómico muy especial, las enanas blancas sucias. Remanentes estelares, colapsados bajo su propio peso a medida que su núcleo dejaba de fusionar elementos y contrarrestar la gravedad con sus reacciones nucleares.

La clave estaba en la palabra “sucias”, un tipo de enanas blancas especialmente contaminadas con objetos menores, como asteroides y meteoroides que habían caído en ellas en grandes cantidades y que, ahora, habían dejado huella en su firma de luz. Y es que la luz nos da muchas pistas sobre la composición de los objetos. Cada elemento deja una huella concreta en el espectro electromagnético, como si fueran un código de barras recortado contra el arco iris. De este modo, los astrofísicos pueden conocer la composición de asteroides y meteoroides de otros lugares del cosmos, objetos que nos hablan de la formación de su sistema solar.

Un coulant espacial

Tras analizar la composición de la atmósfera de más de 200 enanas blancas, los investigadores descubrieron algo sorprendente. Los asteroides que habían “ensuciado” su atmósfera, debieron estar fundidos en algún momento. Los datos indican que su estructura estaba distribuida por densidades, como el interior de nuestro planeta, de tal modo que el hierro se concentraba en el centro. Esto solo puede ocurrir cuando un cuerpo así se encuentra en fase líquida, de tal modo que acaba estratificándose por densidades, como una vinagreta mal mezclada donde el aceite flota sobre el agua. El proceso se llama “diferenciación” y permitió a los científicos deducir un paso más allá.

Para que estos asteroides estuvieran fundidos hacía falta una gran cantidad de calor y este solo podía venir de un sospechoso: los elementos radiactivos de corta duración que estuvieron activos durante los primeros momentos de formación del sistema planetario. Si todo esto es cierto, la cadena de deducciones nos lleva a concluir que algunos asteroides comienzan a formarse tan pronto como la misma estrella, antes de que la radiación disminuya. Este debió de ser el caso de Júpiter y Saturno, lo cual explica que pudieran agregar tanta materia, ya podrían haber tenido más tiempo del que pensábamos. Así es como las ciencias son capaces de remontarse miles de millones de años y explorar los confines del cosmos partiendo de unas pocas observaciones.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Por supuesto, ninguna de estas deducciones de incuestionable, son solo aproximaciones que cuentan con suficiente certeza. Es necesario seguir estudiando casos parecidos para contrastar la información y ver si las conclusiones se sostienen o se caen bajo su propio peso.

REFERENCIAS (MLA):