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Cerebro
Arthur C. Clarke imaginó un monolito negro como el azabache, pero pulido hasta alcanzar una perfección geométrica. Era el producto de una inteligencia extraterrestre que aterrizó entre nuestros antepasados africanos cuando todavía no eran humanos. El artefacto disparó la evolución de aquellos simios como parte de un experimento extraterrestre que buscaba sembrar el cosmos con mentes pensantes. Ahora, una investigación sugiere que nuestros antepasados evolucionaron el doble de rápido de lo que cabría esperar y resulta inevitable recordar Odisea en el espacio, aunque el verdadero motivo no tenga nada que ver con los alienígenas.
Visto desde el presente, parece que los humanos hubiéramos pegado una especie de “estirón evolutivo”, como cuando un niño es notablemente más alto que sus compañeros de clase. Podríamos pensar que esa diferencia se debe a un acelerón, pero ¿es realmente así? La intuición es peligrosa en ciencia y, si pensamos en todas esas especies de homínidos que nos acompañaron hasta hace unas decenas de miles de años… la diferencia se hace menor. Neandertales, hombres de Flores, denisovanos… Una investigación publicada en la revista científica Proceedings of the Royal Society of London B Biological Sciences se propuso encontrar una respuesta rigurosa y parece que la respuesta es afirmativa: por algún motivo, nuestros antepasados evolucionaron a un ritmo más rápido que la mayoría de nuestros parientes más cercanos e, incluso, que ortos más lejanos.
Los investigadores, en este caso, se centraron en analizar el cráneo de especies de simios modernos. ¿Cuánto han cambiado las caras de gorilas, gibones o humanos desde que se separaron nuestros antepasados? ¿A qué velocidad han crecido nuestros cráneos? En cierto modo, parte del resultado estaba claro antes de comenzar el estudio. Somos el primate vivo con mayor capacidad craneal, por lo que también estaríamos a la cabeza si medimos a qué velocidad ha crecido. Para ser precisos, los expertos estudiaron cráneos de 16 especies de simios: siete de homínidos como nosotros, los chimpancés, bonobos, organturanes y gorilas y, por otro lado, nueve de hilobátidos, nuestros parientes más cercanos (gibones y siamangs).
Esto significa que las dos especies más lejanamente emparentadas que se han comparado en este estudio separaron sus caminos hace 20 millones de años. Para comparar de forma rigurosa cómo habían cambiado nuestros cráneos, los escanearon y tomaron medidas de todos ellos dividiéndolos en cuatro regiones, la parte superior e inferior del rostro y la superior e inferior del revés de la cabeza. Los resultados confirmaron que los hilobátidos habían cambiado mucho menos que los homínidos durante estos millones de años. De hecho, si bien los homínidos ya mostraban más cambios entre ellos de los que hay entre gibones y siamangs, nuestras proporciones también habían cambiado mucho más que las del resto de homínidos. Nuestras caras más planas y cráneos más grandes y redondeados se habían transformado, de generación en generación, aproximadamente el doble de rápido que en otros homínidos.
En palabras de la autora principal, Dra. Aida Gómez-Robles: “De todas las especies de simios, los humanos hemos evolucionado más rápido. Esto probablemente demuestra cuán cruciales son las adaptaciones craneales asociadas con tener un cerebro grande y una cara pequeña para los humanos, al haber evolucionado a un ritmo tan rápido. Estas adaptaciones pueden estar relacionadas con las ventajas cognitivas de poseer un cerebro grande, pero también podrían existir factores sociales que influyeron en nuestra evolución.” Y es que, aunque solemos imaginar que la evolución potencia rasgos relacionados directamente con la supervivencia, a veces es más compleja y tiene en cuenta cuestiones estéticas que, si bien no te mantienen con vida, te ayudan a encontrar pareja.
De hecho, la misma doctora Gómez-Robles da un ejemplo en la nota de prensa. “Después de los humanos, los gorilas tienen la segunda tasa evolutiva más rápida de sus cráneos, pero sus cerebros son relativamente pequeños comparados con otros grandes simios. En su caso, es probable que los cambios se deban a la selección social, donde las crestas craneales más grandes en la parte superior del cráneo están asociadas con un estatus social más alto. Es posible que algún tipo de selección social similar y única en los humanos también haya ocurrido”. Para tener una respuesta clara necesitaremos más estudios, pero, mientras tanto, podemos suponer que, como en tantos otros casos, nuestra diferencia se debe a un equilibrio entre esos dos motores evolutivos. En parte por sus ventajas para al supervivencia y, en parte, por cuestiones sociales.
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