Jane Goodall

Jane Goodall, mucho más que una científica: una voz

Para ella los chimpancés no eran como nosotros, son nosotros, solo que de otra rama.

Jane Goodall
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Jane Morris Goodall nació en Londres en 1934. A partir de ahí nada es mito. Un peluche de un chimpancé que le regaló su padre (y del cual no se separaba) le marcó su vocación. Tanto que aprendió y aprehendió de libros, de conversaciones, de colarse en congresos y, finalmente, de Louis Leaky, el paleontólogo que sostenía que estudiar a los otros primates nos daría claves sobre nuestra evolución. Y el experto que la recomendó ante la junta de Cambridge para que hiciera un doctorado allí… sin tener ningún título universitario: fue una de las primeras personas en el mundo en conseguir esto.

Goodall mantuvo su curiosidad ingenua (que no infantil) y lo combinó con un coraje adulto: cuando llegó a Cambridge le dijeron que no nombrara a los chimpancés, que los tratara como sujetos de estudio. Y ella se negó. Se acercó a ellos con humildad dispuesta a aprender y aprehender. Leakey la animó diciéndole que esperaba que fuera ella quien abriera esos puentes invisibles entre nosotros y ellos. Y lo hizo. Por una sencilla razón: para ella los chimpancés no eran como nosotros. Eran nosotros, de otra rama.

Gracias a ella conocimos a Flo, Figan, David Greybeard, Faben… a los chimpancés que veía cada día en Gombe. En un mundo científico que prefería que los animales fueran objetos numerados (Chimp 1, Chimp 2…) ella vio personalidad. Esa decisión no fue caprichosa: fue ética. Porque nombrar implica reconocer, adjudicar respeto, invertir atención y afirmar que ese ser tiene una historia.

Uno de los momentos decisivos de su carrera ocurrió en Gombe Stream, Tanzanía, en 1960. Jane observaba pacientemente a los chimpancés, como lo hacía cada día, cuando vio algo que cambiaría para siempre la concepción de la inteligencia animal: vio a un chimpancé, al que había llamado David Greybeard, arrancar una ramita de hierba, quitarle las hojas e introducirla en un termitero y extraer los insectos con los labios. David estaba usando una herramienta. Hasta entonces, la ciencia decía que solo los seres humanos hacían eso: fabricar o usar herramientas, herramientas que no nacen con ellos, sino que las hacen.

Esa revelación, recogida con detalle en su diario, fue transmitida por telegrama a Leakey con una de esas frases que se convirtieron en leyenda: “Ahora debemos redefinir hombre, redefinir herramienta, o aceptar que los chimpancés son humanos”.

Jane Goodall no solo descubrió hechos científicos. Cambió la manera de ver al resto de los animales. Nos obligó a escuchar que en los chimpancés hay herramientas, emociones, nombres y amores, como en los relatos humanos; nos recordó que la científica más estricta puede tener también un lugar para los sentimientos.

Logró cambiar el respeto por los chimpancés, la noción de quiénes somos, la urgencia de proteger nuestro planeta. Murió a los 91 años, mientras seguía de gira, hablando, convocando voluntades.

En 1991 fundó Roots & Shoots, un movimiento juvenil global para proteger animales y su entorno, pero también para mostrar que las acciones individuales cuentan. Durante más de seis décadas, Jane viajó por el mundo hablando, participando en foros, seminarios y escuelas, incluso a sus 80 y 90 años. Hasta el final coqueteaba con la idea de que la ciencia con pasión podría ser más eficaz que la ciencia estricta.

Murió a los 91 años, mientras seguía compartiendo su conocimiento: aprendiendo y aprehendiendo. Depende de nosotros que comprendamos y nos comprometamos con su vida.