Crítica de cine
Crítica de “El faro”: Vida, muerte, mar, gaviotas ★★★★✩
Director: Robert Eggers. Guión: Max y Robert Eggers. Intérpretes: Willem Dafoe y Robert Pattinson. EE UU, 2019. Duración: 110 minutos. Drama/Terror.
El cine de David Lynch tiene ruidos, cruje como una bestia herida, como si el celuloide tuviera vida propia, como si la madera se resquebrajase entre los brazos de una pobre loca, como si pudieras oír siempre el malsano zumbido que hay dentro de tu cabeza, de tu grotesca cabeza borradora. La segunda película de Robert Eggers, tras debutar en 2015 con la notable «La bruja: una leyenda de Nueva Inglaterra», también se mece de manera violenta con una música sobrecogedora y encierra sonidos que te atraviesan el cuerpo igual que una navaja helada mientras arranca la pesadilla en unos primeros minutos que recuperan el más pesadillesco cine mudo.
En una minúscula y lejana isla de Nueva Inglaterra, durante la década de 1890, el veterano farero Thomas Wake (un impresionante, repulsivo y extremo Willem Dafoe) y su joven ayudante Ephraim Winslow (jamás nadie imaginó que un extremo Robert Pattinson realizaría alguna vez un trabajo así) deben convivir cuatro semanas sin más compañía que un aguardiente capaz de hacer perder los sentidos, la comida pestilente que preparan en cacharros manchados de siglos, unos andrajosos jergones que esconden viejos y extraños recuerdos y de las gaviotas furiosas e inocentes. Pero parece haber algo peor todavía en la atmósfera, en el viento constante y el furioso, eterno azotar de las olas, algo que vuelve locos a los protagonistas y les hacen vomitar lo peor de sí mismos entre charcos de nauseabundo alcohol. Y, entonces, el objetivo de ambos, mantener siempre encendida la luz para los navegantes hasta que llegue el relevo que les permitirá volver a tierra, pasa a un segundo, a un tercer plano, a un plano imposible.
Pronto, el sucio y desdentado Wake intenta establecer las reglas del juego frente al novato Winslow, y demasiado pronto también, el espectador sabe que los dos personajes guardan en el fondo de sus inmorales corazones machacados por el sudor, la sal y el mar oscuro recuerdos turbios del pasado. Rodada en un asfixiante blanco y negro, la magistral cinta, una especie de fanta terror rural demente, atosiga al estómago del espectador, lo empuja y remueve, porque sabe que la maldición y la locura están escritas en las frentes de los personajes. La última media hora, el punto final a la tragedia, termina por convencernos de que Eggers es el nuevo jefe del mal en estado puro y onírico. Sí, el hastío convierte a los hombres en villanos, pero también la propia, y tantas veces nauseabunda, condición humana.
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