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Cirque du Soleil, vuelta a la tradición

La compañía estrena en España «Kooza», un montaje pequeño y colorido con el que recupera la esencia de sus comienzos y apuesta por el circo más genuino

El baile de los esqueletos precede a uno de los números más espectaculares en «Kooza», un montaje que deja mucho espacio al lucimiento de los payasos y del maestro de ceremonias
El baile de los esqueletos precede a uno de los números más espectaculares en «Kooza», un montaje que deja mucho espacio al lucimiento de los payasos y del maestro de ceremoniaslarazon

Hay, en el Cirque du Soleil, muchos Cirques du Soleil, por más que algún detractor de la gran compañía canadiense se esfuerce en reducirla a un único espectáculo repetido.

Hay, en el Cirque du Soleil, muchos Cirques du Soleil, por más que algún detractor de la gran compañía canadiense se esfuerce en reducirla a un único espectáculo repetido. Está el Cirque barroco y preciosista de «Alegría», el onírico y mediterráneo de «Corteo», el exótico de «Dralion», el operístico y rockero de «Zarkana»... Es verdad que en algunos casos se trata de meras variaciones temáticas para una misma estructura, pero en otros, los cambios de un título a otro son profundos y hacen que parezca que estemos casi ante compañías diferentes. A Madrid llega ahora «Kooza», un espectáculo de 2007 que aún no había visitado España y que entronca con la tradición circense más pura, alejada de fuegos de artificio y trucos visuales. «Kooza» es un montaje de «pequeño» formato. Las comillas se deben a que, al hablar del Cirque, siempre hay que relativizar el concepto pequeño. Estrenado en Canadá, «Kooza» visitó después Japón y EE UU. A principios del pasado febrero el montaje se instaló en el carismático Royal Albert Hall de Londres, el único espacio entre paredes de su gira. A Madrid llegará en formato de carpa, como es habitual en el Cirque.

Los mejores payasos

«Es en gran medida un espectáculo del Cirque du Soleil con raíces clásicas», explicó en Madrid el creador y director de «Kooza», David Shiner. «No trata de ser nada más que lo que es. Me centro mucho en los artistas, en una historia sencilla que sea fácilmente comprensible. He tratado de encontrar para el show los mejores acróbatas, los mejores payasos... Tu espectáculo sólo será tan bueno como lo sean tus artistas. Si tienes un montaje "high-tech"pero artistas mediocres, será un espectáculo mediocre. El el fondo, se trata de las personas». Un extremo que confirma Michael Smith, el encargado, como director artístico, de velar a lo largo de la gira por que la calidad se mantenga cada noche: «La gente viene para ver el espectáculo y por el riesgo. La idea global es crear miedo y asombro, que son las dos cosas que definen al circo tradicional. De todos los montajes que tenemos en la compañía, "Kooza"es el que está más cerca del circo. Por eso tenemos estos números peligrosos: cada uno tiene su ambiente. Debemos buscar universos diferentes».

En ese sentido, «Kooza» juega sobre seguro. Algunos de los números están entre los más espectaculares y peligrosos que la compañía ha incluido en sus escenarios en los últimos años. A Madrid vendrá, por ejemplo, la Rueda de la Muerte, un número que ya incluyó en el montaje neoyorquino de «Zarkana» aunque luego no pudo verse en su viaje a Madrid. Jimmy Ibarra y Ronald Solís se suben cada noche a la imponente estructura giratoria y dejan al público con el corazón en un puño. Y, aunque parece que cuando se juegan el tipo de verdad es al encaramarse al exterior de la rueda, Ibarra matiza para sorpresa de quienes le escuchan: «Para mí, peligroso es por dentro. Sólo tienes dos visiones, al lado y al frente, y en un momento que falles, sólo puedes agarrate al frente; cuando estás por fuera tienes más visión».

El acróbata lleva seis años trabajando en la rueda en diferentes espectáculos del Cirque. Solís se le unió en 2012, y han pasado ya seis meses juntos. Está claro que hay una jerarquía que ambos asumen. Ibarra es el experto, el «volante», como lo llaman en el argot, el que efectúa los números más arriesgados. Solís es el «fuerte», el que impulsa la rueda. Pero ambos son importantes: «Quizá el público no lo ve, pero el compañero sabe en qué momento voy a hacer algún truco o cuándo necesito más velocidad. No todos los días estás igual, y ahí es donde se producen las conexiones, y él sabe cómo estás», cuenta Ibarra, que entrena a diario una hora en la rueda y otras tres fuera. Solís asiente: «Me encomiendo mucho a Dios antes del número. Pero lo importante es el calentamiento: estar concentrado, y dedicarle por lo menos diez minutos antes a prepararse».

Aunque no es un número que se vea habitualmente, la Rueda de la Muerte pertenece a la tradición circense. Está ahí, entre los clásicos. Ibarra explica que ha trabajado en ruedas de una y dos canastas y con dos, tres, cuatro y hasta cinco personas. Pero, asegura, el Cirque du Soleil siempre aporta un plus de calidad: «Ninguna rueda de circo tiene el estilo o la tecnología que posee la que utilizamos. Yo a ésta le digo mi Ferrari», bromea el artista.

Monociclos y sillas

La Rueda no es el único número llamativo: hay un asombroso equlibrista asiático que se encarama a una torre de sillas de una decena de metros de altura que parece que en cualquier momento vaya a derrumbarse. Y un dúo acrobático que efectúa una llamativa danza en un monociclo; o una troupe de acróbatas que saltan sobre zancos...

Aunque, sin menosprecio de lo anterior, el otro gran momento de la noche tiene apellido español. Los Quirós son una familia de alambristas. Que no es lo mismo que funambulistas, aclara el mayor de los tres hermanos, Vicente: ellos practican su desafío al vacío sin la pértiga y avanzan por la fina línea desde la que burlan a la gravedad a todo gas, casi corriendo, como si fueran cabras montesas que no temieran la caída. Tan sólo empuñan la pértiga en un par de momentos, cuando buscan el más difícil todavía saltando uno sobre otro y sitúandose sobre una sillas que sabe Dios cómo se sostienen en el alambre. Roberto, con 42 años, es el «pequeño» de este trío de veteranos. Le sigue Ángel, 49. Vicente, 51 años asombrosamente bien llevados, explica: «El secreto es cuidarse. En la vida del circo es lo más importante. A mí me gusta comer bien. Ninguno de nosotros fuma y no salimos por la noche. Es un número muy difícil, no usamos la red». Al menos, no normalmente, aunque el Cirque impone sus propias reglas. La compañía los fichó al verlos en Montecarlo. Y siguen tan frescos y sin pensar en retirarse. «Tu cuerpo te lo va diciendo. Yo me siento muy bien, creo que puedo seguir trabajando diez años más», asegura Vicente. Y aclara Ángel: «Antes no hacíamos ni la mitad de lo que hacemos ahora. Con los años, uno se va haciendo mejor alambrista».

Los Quirós son la primera generación de su familia en esta especialidad, aunque la quinta dedicada al circo. Coinciden los tres en que cuando se suben al alambre «no hay miedo, pero sí respeto», y aseguran que exige «mucha concentración». Nada puede fallar. Cuando algo no está como debe, ocurren los accidentes. Ángel estuvo fuera de juego durante siete años por un cable con demasiada grasa: resbaló y cayó desde 9 metros de altura. Seis costillas rotas y más de un lustro para estudiar, prepararse... Y volver a la carga con ganas. Cualquiera pensaría que es locura. Vicente lo explica con sencillez: «El aplauso es el alimento del artista. Para nosotros, lo es todo». La frase resume el espíritu de cualquier circo. Ya saben, el precio de la entrada es sólo la llave: disfruten mucho, poco o nada, pero no sean rácanos con sus aplausos, el artista vive de ellos.

Cuándo: desde hoy hasta el 14 de abril. Dónde: Escenario Puerta del Ángel. Madrid. Cuánto: desde 42 euros. www.cirquedusoleil.com.