Pablo Iglesias

Iglesias, resistencia numantina

Espero y deseo que el entramado judicial resista el embate y mantenga la sincronía con los pilares del Estado de derecho propios de la democracia

La coherencia y la trasparencia constituían piedras angulares del discurso político de Pablo Iglesias y, posiblemente, sirvió de ayuda esencial para llegar a donde hoy se encuentra. Son, sin embargo, las cualidades que desde hace tiempo ha dinamitado sin importarle su propia contradicción ni las dudas provocadas sobre su honradez.

No seré yo quien le quite el derecho constitucional a la presunción de inocencia, como él ha hecho constantemente a lo largo de su carrera con sus contrarios. Pero sí invitarle a ser consecuente con sus tradicionales homilías y lecciones de ética. Son ya demasiadas incoherencias entre sus palabras y sus hechos, demasiados indicios que le desnudan ante los ciudadanos. Por más que domine la voluntad de sus huestes, debería imponer más congruencia en su comportamiento.

Por otra parte, entiendo la resistencia a ser lógico con sus publicitadas virtudes. Tiene al presidente del Gobierno entregado a su causa –por ahora, afirma mi amigo Rogelio con una esperanza incomprensible para mí– a la Fiscalía sumisa y obsesionado por el control total de la Justicia. Todo ello le invita a una cierta sensación, si no de impunidad, al menos de inmunidad. Espero y deseo que el entramado judicial resista el embate y mantenga la sincronía con los pilares del Estado de derecho propios de la democracia.

Su actuación, hay que reconocerlo, le ha producido extraordinarios frutos. ¿Por qué cambiar? Se dirá. Así, ya lo ha anunciado, no hay razón para la retirada. Al contrario, se esforzará más en acelerar la ejecución de su hoja de ruta, de sembrar la confusión, de aleccionarnos en que la legitimidad de nuestro sistema democrático no proviene de la Constitución de 1978, sino de Franco. Acojonante. Así es la vida.