Gastronomía
Larga es la espera, sin saber lo que se espera
En el horizonte más inmediato se hace indispensable actualizar las certidumbres de la reapertura con claras respuestas. Cuándo, cómo y de qué manera
Para quien espera, seguro que muchos de ustedes lo entienden, los minutos se hacen horas y las horas se hacen días. Toda la restauración lucha contra la rebeldía del calendario que ajusta el cinturón sanitario mientras sueña con pactar, próximamente, el despliegue de las terrazas y la posibilidad de levantar la veda del espacio interior acordonado. Para estos últimos la felicidad no está fuera sino dentro, por esta razón nunca fue más cierto que cuando llueve todos se mojan de verdad.
Se han desacostumbrado a la certidumbre de tal forma que ni siquiera creen posible la fecha del 1 de marzo. Son incrédulos ante los mensajes “bienquedas” que apuntan al fin de los cierres y de la reclusión perimetral. Dan para mucho las chácharas tertuliadas entre camareros, cocineros y proveedores a la espera de futuros acontecimientos. Todos vitorean en silencio, más por conveniencia que por entusiasmo, la reapertura condicionada para salvar los laminados negocios de la vigente crisis aunque consideran que las futuras novedades implicarán una forma de derrota embotellada con eres.
Un día sí y otro también el pesimismo embiste a diestra y siniestra. Las dudas hacia la velocidad de la desescalada son el azote cotidiano. La incertidumbre goza de amplia movilidad y sigue a sus clientes allá donde vayan. La crisis comienza a tener sede propia en establecimientos ya cerrados definitivamente con el obligado salvoconducto de disponible, se traspasa. La tormenta perfecta que se cierne sobre cierta restauración acaba de empezar. Eso es lo que ha calado en el sentir de muchos profesionales. Es casi inimaginable que un año después haya una vuelta atrás, un regreso a los modos y maneras de la restauración anterior a la maldita pandemia.
Aunque nadie nace héroe ni a nadie se le obliga a serlo los profesionales que han decidido resistir tras el parapeto de la paciencia, sin otra cosa que el ansia por volver a empezar son mayoría. Otros renuncian a hablar del futuro, solo del presente. Esperan noticias tras la resaca de declaraciones impecables, un día tras otro, de promesas desescaladas a ritmo de desaliento y del presentimiento de lo peor con la sombra de la supuesta cuarta ola acechando según los expertos virólogos.
La insospechada realidad que vivimos (no) sobrevivirá después de la pandemia pero debemos reconocer que la fatiga pandémica amputó la aventura gastronómica hace casi un año y nos transformó solo para esperar la ventura. Lo inhabitual se convirtió en cotidiano, luego en preceptivo y finalmente en obligatorio.
Mientras continúe el erre que erre de las restricciones nos encontraremos ante la amenaza de un “simpa general” de la hostelería. Una mayoría de los negocios no podrán hacer frente a los diferentes gastos, impuestos, alquileres e hipotecas. Por esta razón todos los caminos conducen a una futura reapertura comprometida, no queda otra. Ojalá los hosteleros puedan sacar el cartabón y la escuadra y empezar a encontrar los huecos que antes se le negaban.
En el horizonte más inmediato se hace indispensable actualizar las certidumbres con claras respuestas: cuándo, cómo, con quién y porqué. De esta manera las predicciones sobre la vuelta a cierta normalidad cotizarán al alza. Sin novedad alguna, los relámpagos de insolvencia generarán el cierre definitivo de muchos establecimientos. Por esta razón, la restauración también necesita cuanto antes un sustrato de ayudas asentadas en criterios similares a la de los países vecinos.
Saber o no saber, las futuras condiciones en tiempo y forma serán la clave durante las próximas semanas. De momento mientras escampa no queda otra que tatarear el estribillo de una canción mítica de los setenta…Larga es la espera, “pa” quien espera, pero más larga es la espera, sin saber lo que se espera.
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