Gastronomía
Masa madre, nostalgia acentuada
El paladar está provisto de una memoria prodigiosa, infalible y paquidérmica para recordar el recetario familiar
El presente más inmediato nos devuelve al pasado. El Día de la Madre sobrevuela en la memoria como un acontecimiento que abandera eternas sobremesas en forma del maridaje oportuno y vital mientras se convierte en un refugio para gastrónomos nostálgicos.
Cuando los recuerdos culinarios toman la iniciativa se convierten en un ajuste de cuentas hacia la memoria de sobremesas eternas. En gastronomía vivir hacia adelante, a veces, consiste en retornar a lo de siempre donde la cuchara esconde una verdad incontrovertible de sabores mientras la querencia del tenedor sobrepasa al deseado huevo frito con puntilla. Nada envejece, por fortuna, tan lentamente como las querencias culinarias. Hoy es el día, el modo, la manera y el alcance elegidos para recordarlas.
Un día como hoy, hay más que motivo para luchar contra el embargo de la memoria. Sobremesas inolvidables, vínculos culinarios y lazos gastrónomos donde el escrutinio de las vivencias era entrañablemente ilustrativo. La gastronomía guarda en ocasiones un espacio insospechado para las lecciones clarividentes de nuestras madres y abuelas, guisanderas ejemplares, que dejaban volar el hilo de la cometa del paladar de sus hijos y nietos sin perderla de vista.
El tiempo no debe ser el gran aliado del olvido. El desfibrilador culinario materno y los primeros auxilios gastronómicos de las abuelas merecen más atención que una sobremesa de expectación gourmet. Su cocina era un ejercicio de alquimia, una cumbre culinaria, una cordillera de sabores, cada una tan alta como la anterior.
Ejemplos de discreta reputación culinaria, donde todavía nos alumbra como tutelaje su deslumbrante hacer didáctico. Cuanto más tiempo pasa más contemporáneos parecen sus consejos. Divulgadoras gastrónomas sin concesiones a la demagogia gourmet ni al sectarismo culinario. La relación gastrónoma entre abuelas, madres e hijos también llegaba tiempo para redimir a los últimos frente a su supuesta fragilidad para conocer otras cocinas.
Recuperar los sabores de aquellas distinguidas sobremesas acelera el curso de los tiempos. Hay platos que han condicionado el destino de nuestros gustos. Por este motivo no es la primera vez, ni será la última, que incurramos en su culto. En el Día de la Madre redescubrimos experiencias vividas. No hay nada como una sobremesa familiar para oxigenar los recuerdos, desintoxicar los paladares y despejar los silencios culinarios.
El paladar es una despensa donde se almacenan los recuerdos gustativos y hasta los olvidos. El menú de la memoria no se termina con el recetario familiar como hilo conductor. Resulta difícil controlar las emociones y dejar los sentimientos fuera cuando se escribe de la cocina de madres y abuelas. Como transmitir la complicidad y generosidad de una saga de cocineras. A las dueñas de la cocina familiar, matriarcas abiertas y sin miedo a la originalidad, les gusta(ba) recibir siempre invitados para plasmar su recetario diáfano donde su personalidad deja(ba) huella con sus propios códigos cotidianos que se regulaban desde el ámbito de la nerviosa cesta de la compra.
El recuerdo de los platos forma una noria emocional de sabores: la tortilla, los guisos, el arroz, los potajes, el pollo de corral, los pescados y postres. (Des)abrazar la cocina familiar por avatares del destino, para volver a ella por momentos es una dura prueba. Un apego culinario que expresa lo que fuimos y lo que ya no somos.
La hidra gustativa que nos ata a la cocina materna es consustancial no solo nostálgica. Aunque la gastronomía ha evolucionado hacia las estrellas sin contar con ellas. Nos tranquiliza ver que siguen siendo referentes. Historias de antaño surgidas por la inmediatez de este día donde los obligados títulos de crédito de este relato recogen su esfuerzo. Rendir homenaje es una forma de gratitud. Y estas deudas se pagan de manera eterna. Masa Madre, nostalgia acentuada.
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