Gastronomía
La Chata Ultramarinos, en el nombre del bocadillo
Su carta de bocadillos con nombre propio y credenciales "gourmet" es un bálsamo para paladares curiosos y almuerzos estimulantes
Hay ciertas modas culinarias que envejecen mientras los bocadillos de toda la vida rejuvenecen. El regreso a los orígenes siempre es fundamental en la restauración. Refrescar las fuentes y recurrir al recetario siempre ha sido fundamental. Los signos de pervivencia de aquellos bocadillos que creíamos superados se multiplican.
La didáctica del bocadillo tiene claro su papel vital en el almuerzo donde los bocadillos de autor con credenciales «gourmet» y entrepanes con nombre propio marcan el ritmo matutino de La Chata Ultramarinos (C/ Literato Azorín, 4. Valencia). La visita a este establecimiento tiene una naturaleza litúrgica y ceremonial en busca del bocadillo ideal. Presentadas las credenciales, el rosario de propuestas que salpica su oferta nos sitúa ante un enorme pluralismo.
Máxima solemnidad y expectación ante la llegada de los bocadillos que confirman las predicciones. Controlamos los ímpetus gustativos mientras se inicia el culto.
Tras la deliciosa coreografía de la carta de bocadillos surge «La Cañada Poble» donde las «patatitas a lo pobre, con chipirones encebollados en su propio jugo, una cama de patatas crujientes y sus motitas de mayo al cebollino» reciben todas las miradas. Máxima atención ante la llegada del curioso "Veggie" compuesto de «falafel, cebolleta rosa, romescu, encurtidos, tomatitos en Aove, romero y almendra» que consolida los pronósticos. Hay algunos bocatas que nacen con el destino escrito como el «Hilario»: tortilla de patatas, longanizas deOntinyent y una buena cama de alioli casero.
Existen evidencias concluyentes al mirar el rostro del cliente, que remamos en la misma dirección. Somos testigos de la «love story» que surge entre nuestro acompañante y la «Bernarda»: Patatas a lo pobre, ajetes, huevo frito y jamón a la plancha.
Tras probar estos bocadillos se establecen lazos afectivos y comienzas a pensar cuando puedes volver a probar otro similar. La carta abierta de entrepanes se ciñe a un ilimitado metraje de sensaciones donde los clientes proponen cotidianamente la investidura del "Luisito": carne de caballo, patatas a lo pobre, ajitos tiernos y salsa de mostaza vieja.
El clásico, el de siempre «Alboraya»: «Sobrasada de pueblo fundida con su cebollita pochada, miel y queso de cabra», se niega a envejecer, siempre de moda y con personalidad, sin premeditaciones gustativas. No es difícil vaticinar su éxito. Su presencia continúa siendo mayoritaria.
No debemos olvidar que corremos el riesgo de incurrir en prejuicios y descuidos, si obviamos mencionar el resultón «Loles»: «tomatitos y atún con sus encurtidos, oliva, cebollita de la huerta mayo y Aove».
Aunque es difícil exagerar su importancia, abran el paladar (con)sentido y recordarán su nombre. «Celestino»: «Puntilla rebozadas con alioli de ajo negro dulce y salsita Mery».
Algunos clientes encuentran, como si fuera una reliquia gustativa el bocadillo «La Puebla»: «Guiso de rabo de toro al chocolate con patatitas, salsa de mostaza vieja y manchego fundido». La carta no desmiente las promesas ofrecidas se articula o se desdobla con un margen de discrecionalidad máximo y un maridaje sin pausa.
Finalmente también somos magnetizados por el bocadillo «Silla»: «figatell casero, parmentier de patata y piquillo, pimiento asado y huevo frito», que encabeza un reparto en el que todos están sublimes, de principio a fin, para agitar todos los paladares. Los bocadillos probados son más que una cumbre culinaria, una cordillera de sabores, cada una tan alta como la anterior.
A cata consumada surgen conclusiones ventajistas, vamos con ellas: Toda la fraseología que se emplee desemboca en plena satisfacción por la calidad de los bocadillos degustados. Dicho de otra manera, los ‘entrepans’ citados son un guiño de cortesía «gourmet». Hasta la obsequiosidad cualitativa responde a un criterio delicatessen.
Como en los buenos misterios hosteleros no hace falta fabular para conocer el porqué de su éxito: No hay mayor placer que comer el bocadillo que uno quiere. Todos alguna vez podemos poner en práctica este sueño y esta es la ocasión. Su existencia gastrónoma, pero también su gusto, se beneficiará.
Establecimiento singular con una tripulación comprometida y profesional capitaneada por sus propietarios Clarisa Leyva y Sergio Bernardo que te acercan al buen gusto y no limitan cualquier apetencia para hacernos casi mediopensionistas durante todo el año. Las miradas de sus propietarios, comunican sintonía sin necesidad de hablar. Consuman con voz propia, pero déjense recomendar merece la pena.
No renuncien a este privilegio. La Chata Ultramarinos, en el nombre del bocadillo.
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