Gastronomía
Cuando el sándwich no se vuelve irrelevante
Sándwiches con nombre propio, su cotidianidad radica en la profunda conexión para cualquier ocasión
La frase del título nos aproxima a la realidad y nos comisiona para reflexionar sobre su presente. Como logra el sándwich, en cualquiera de sus manifestaciones, llegar a habitar las querencias gustativas, emparedadas en un pan de molde, de cualquier paladar. Solo por su universal variedad podemos asemejar esta forma de apego.
Sin procurarnos coartada alguna, y no por casualidad vivimos el pasado viernes el Día Internacional del Sándwich como uno de los platos más populares y consumidos en el mundo. Forma parte de la gastronomía global con una infinidad de recetas y combinaciones para satisfacer a todos los gustos. Su fácil preparación y transporte lo han hecho trascender a lo largo del tiempo.
Su origen se puede rastrear hasta la antigua Grecia y los antiguos pueblos mediterráneos, donde utilizaban dos panes untados con una especie de aderezo como bocadillo para mitigar el hambre antes de la hora de la cena.
Nació con heroísmo casual, la primera referencia escrita proviene de una taberna en Inglaterra en 1762. En un intenso juego de apuestas, John Montagu, cuarto conde de Sándwich, instruyó a su cocinero a servirle algo de comer que no interfiriera con su juego de naipes. El cocinero colocó algunos pedazos de carne cortados en láminas finas entre dos panes para que pudiera comerlo con una sola mano.
Nuestro fiel Matute, como cliente habitual de «entrepanes» de molde, con su aplastante sentido gastrónomo y después de haber viajado por medio mundo nos facilita la tarea. La regla general del libro de estilo de los sándwiches reconocidos nos dice, es que todos deben llevar nombre propio y el lugar de procedencia.
El reencuentro con los sándwiches clásicos como el «Croque-Monsieur» es una misiva a los viajes y lazos que unen para siempre. El original apareció en París en 1910, algunos afirman que se inventó accidentalmente, cuando trabajadores franceses dejaron su almuerzo cerca de un radiador caliente y descubrieron que el queso se había derretido.
Nuestro anfitrión ejerce de notario de cabecera mientras se deleita con los recuerdos sobre el «Cheesesteak», el icónico sándwich de Filadelfia, trozos finos de filete y queso suave y el cercano «La Francesinha» receta tradicional portuguesa.
La costumbre del «Sándwich Club» se convierte en brújula de gusto mayoritario y en el sensor que activa cualquier tentempié. No digamos ya si a esto le sumamos la influencia incontestable del «Sándwich Vegetal» y todas sus variedades. Algunos se convierten en uno de los rostros más reconocidos de determinadas planchas como el «BLT» combinación de: beicon, lechuga y tomate.
El reencuentro con el sándwich «Elvis» reporta evidencias anecdóticas. A veces se convierte en una obsesión irresistible: mantequilla de cacahuete, plátano, miel y beicon fundido.
Nos hablan de sándwiches con nombre propio, donde lo sagrado y lo profano se dan cita mientras el pan de molde y la mantequilla son compañeros eternos, como la aspirina y el dolor y del amor quebrado hacia versiones particulares que vulneran las normas.
El escrutinio final de la improvisada tertulia desemboca en una conclusión, el «sándwich mixto» domina todos los espacios del quehacer restaurador y nos acerca a la filiación eterna.
Al sándwich se le acusa de ser demasiado prolífico, quizás su gran virtud. Por mucho que haya y vengan modas hay costumbres que se mantienen y perduran. El éxito sideral de ciertas cafeterías se alcanza con el aterrizaje del sándwich vespertino.
En poco tiempo se amontonan asuntos relacionados con el (de)venir o (por)venir del sándwich. Su inmensa presencia en la logística viajera es evidente. Emparedado, pan de molde, tentempié, algunos pasan sus últimos días expuestos en máquinas autoventa que habitan en estaciones de servicio. Otros viajan blindados como tesoros, mientras son anunciados por los servicios de cafeterías de trenes y aviones como objetos de deseo.
Paladares necesitados y exhaustos, por las exigencias horarias para comer, devotos de la comida rápida, o propuestas gourmet que circulan en dirección contraria. Nuestro protagonista es universal y concibe cualquier acercamiento gastronómico. ¿Hay quien duda aún de la importancia del sándwich? Porque a fin de cuentas no hay nada que guste más en determinadas ocasiones, a propios y extraños. La eterna vigencia del sándwich no es irrelevante.
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