Música

La emoción se apodera del Roig Arena con el adiós de Joaquín Sabina

Sabina, el trotamundos, se despide de Valencia en un final muy emocionante

Joaquín Sabina durante un momento de la actuación en el Roig Arena
Joaquín Sabina durante un momento de la actuación en el Roig ArenaLa Razón

La noche del primero de los tres conciertos de Joaquín Sabina en el Roig Arena de Valencia fue memorable, cargada de emotividad y con grandes dosis de complicidad entre el cantautor que se despide y su público, entregado desde el primer acorde, incluso desde mucho antes.

Fueron cerca de 11.000 almas volcadas con su artista, con el autor de las músicas y las letras con las que han convivido toda su vida, incrédulas e inconformes con que aquella ceremonia espiritual y anímica sobre el majestuoso escenario fuera una despedida definitiva, bajo el agridulce título de "Hola y Adiós".

Si el público admirador mantuvo la emoción y las ovaciones durante las cerca de dos horas de concierto, un Sabina en retirada a los 76 años, tuvo que hacer grandes esfuerzos para contener ese nudo de conmoción en la garganta, consciente de que estas noches sublimes sobre los escenarios de más de diez países y ante miles y miles de admiradores rendidos ante su personalidad, se están acabando.

Es un tic-tac implacable y en cierto modo cruel, como precio a medio siglo de gloria. El trotamundos se jubila y eso duele en el alma aunque lo intente disimular. Por eso, esta gira de últimos encuentros con sus “sabineros” son, seguramente, los mejores de su vida para él y los más impactantes y tristes para su público.

También fue una noche de paraguas. La festividad del 9 d’Octubre se vio alterada y reducida por las intensas lluvias caídas durante todo el día, hasta minutos antes de la hora del comienzo del espectáculo. El agua azotó a los espectadores en su camino hacia el Roig Arena, pero se abstuvo de volver a molestar tras el espectáculo, pasadas las once de la noche. Menos mal.

El concierto

No es conveniente hacer un "spoiler" de principio a fin, porque quedan dos citas musicales, la del 11 y la del 13 por celebrarse, también con las entradas vendidas, pero sí daremos detalles destacables de esa noche tan especial como atractiva, sobre un escenario impresionante y envolvente, con la tecnología audiovisual más puntera como valor añadido.

Convertido en leyenda, Sabina, con su eterno bombín calado (lució varios, al menos tres), se mantuvo sentado sobre un taburete toda la noche ante un público intergeneracional, maduro y joven en el que destacaban familias, padres e hijos juntos coreando las canciones de su vida.

En cuanto el cantante de Úbeda saludó a los asistentes con su voz ronca y rasposa, lo primero que hizo fue felicitar a los valencianos por el Día de la Comunidad y a continuación, repasar una tras otra las canciones que el público esperaba, las famosas y conocidas, las emblemáticas, incluso aquellas de los primeros tiempos, siempre coreadas por las miles de gargantas totalmente entregadas: "Lo niego todo", "El último vals", "Lágrimas de mármol", "Mentiras piadosas", "Calle melancolía", "19 días y 500 noches", "Por el bulevar de los sueños rotos", en recuerdo de Chavela Vargas, "Y nos dieron las diez", "Noches de boda", "Quien me ha robado el mes de abril"…. ¿Quién se resiste ante semejantes himnos?

Mención aparte merece la banda, un grupo, como el poeta destacó al presentarles, seleccionado uno a uno entre los mejores, al mando de su eterno escudero, Antonio García de Diego y con una Mara Barros impresionante como corista y cuando el jefe le cedió el micrófono para su lucimiento en "Camas vacías" a ritmo de ranchera o el "Sin embargo te quiero", en un evidente homenaje a la copla. Tuvo un recuerdo a su admirada y llorada Chavela Vargas y se despidió en un solo bis, con una versión muy rockera de su eterna "Princesa".

Y se acabó. Terminó el "Hola" y llegó el temido "Adiós" a un mito de la canción popular, a un rebelde con causa, a uno de los poetas y compositores más influyentes de la música en español de entre dos siglos.