Gastronomía

La investidura del chiringuito

Un año más vuelve a convertirse en un bien de máxima necesidad, oasis obligado y burbuja de certidumbre para la hostelería estival

Nos convertiremos, por momentos, en «apropiacionistas» y devotos de los chiringuitos playeros
Nos convertiremos, por momentos, en «apropiacionistas» y devotos de los chiringuitos playerosLa Razón

Ya se sabe que la temporada estival en la hostelería no tiene rampas, tiene escalones. La historia se escribirá este verano con la métrica volátil de los chiringuitos mientras nos refugiamos, literalmente, bajo el palio de las buscadas sombrillas.

Algunos gastrónomos ingresarán en el partido de los chiringuitos como militantes tardíos procedentes de las barras urbanas. Podemos ganarnos el futuro como pitonisas para averiguar el presente porque las predicciones se cumplirán al pie de la letra.

La certidumbre playera es una glotona y se alimenta de cualquier novedad. Por eso hay que robarle tiempo al tiempo en busca de las chiringuitos de cabecera.

El mes de julio habrá que abordarlo con magras expectativas y menguantes miedos. Basta observar las fotos de los chiringuitos efímeros que han vuelto aterrizar en las playas para retratar el prólogo del verano de frente y de perfil mientras los paseos marítimos se convierten en un tablero de ajedrez formado por múltiples terrazas, donde estos establecimientos puntualmente dirimen sus diferencias al compás del gusto de los clientes.

Nos volveremos a convertir en rentistas consolidados de los chiringuitos. No hace falta ser un experto para reconocer que como destino cotidiano para cambiar de aires la oferta atiende a todos los gustos: populares, genuinos, sofisticados, exclusivos, y primarios que hacen del (des)equilibrio entre el continente y el contenido su sello.

Sin ignorar el dónde y el porqué, hay encuentros que nacen solos. Para la mayoría, la llegada del verano es arribar al cabo de Buena Esperanza hostelera. Por eso parafraseando los versos del genial Pablo Neruda... «Nosotros los de antes quizás hayamos cambiado, pero no tanto para olvidar el camino»… hacia nuestros chiringuitos favoritos.

El saldo emocional y la confianza ciega serán también más que evidentes al buscar nuevos amarres en la arena, con alto cabotaje hostelero, pero sin olvidar utilizar las balizas obligatorias para que el barómetro de una supuesta restauración registre la máxima satisfacción.

Como la casualidad no gobierna la agenda vacacional, mientras unos parten hacia nuevos destinos, otros clientes prefieren mantener la lealtad al chiringuito de proximidad antes de someterse a los dictados del experimento.

Sin embargo, no debe habitar el olvido sobre aquellos locales que jugarán un papel importante en el maratón veraniego

Aunque nos convertiremos, por momentos, en «apropiacionistas» y devotos de los chiringuitos, los (des)amores gastronómicos que dejan huella serán la norma y no una excepción. Nos despertaremos del largo sueño a la sombra de sobremesas estivales donde la memoria comensal desmenuzará el contexto culinario.

Surgirán historias de amor hostelero frágil que darán cauce a un sentimiento gourmet. Algunas sobremesas nacerán contra pronóstico y contribuirán a la ardua tarea de hacernos olvidar a nuestros chiringuitos de cercanía, fruto de la confluencia de orfandad y necesidad mientras se redefine el campo de las nuevas querencias.

Otros clientes, también hay que reconocerlo, superarán su particular cabo de las tormentas hosteleras en ciertos chiringuitos, incluso llegarán los instantes de zozobra comensal no exentos de perplejidad. Pero eso será otra historia.

El rodaje del verano permanecerá con los mismos decorados pero distinto guion y diferentes diálogos entre clientes y camareros. La tradición hostelera atribuye al ser humano la capacidad de actuar sobre su entorno y cambiarlo. Por eso algunos chiringuitos demostrarán su deseo de distanciarse de la realidad presente.

La moda hostelera tiene hambre del exterior en busca de estas islas, formada por barras, hamacas y sombrillas, que preservan la continuidad de las sobremesas al borde del mar.

Otros se convertirán en fortalezas del ecosistema barista y en oasis de la geografía hostelera playera, donde abrazar la profunda luz mediterránea y disfrutar de la biodiversidad nocturna, a través del "terraceo" con identidad calculada.

No es difícil rastrear su influencia. Un soplo de aire fresco acelera la manera de ejercer el aperitivo, extender la sobremesa, vivir el tardeo y finalmente disfrutar de la nocturnidad.

Terraceo de poniente, atardecer "coctelero", pequeños paraísos de atmósfera particular, donde los buscadores de postales hosteleras tendrán su observatorio ideal. Hay que aceptarlos tal como son, con todas sus complejidades y contradicciones.

En la hostelería estival, no se puede afirmar que nunca… es nunca jamás. Por eso conviene disfrutar de estos encuentros con un reloj de sol como el cliente que emprende un viaje con billete de ida y vuelta a lo (des)conocido. «Apatrullando» la arena y los paseos marítimos confirmaremos si los pronósticos se cumplen de forma rotunda mientras decidimos la investidura del chiringuito favorito.