Historia
La vida cotidiana de la Valencia de los últimos siete siglos cumple 20 años en el Palacio de Cervelló
En verano de 2003 se realizó la mudanza a las cuatro plantas del edificio anexo
El Archivo Histórico de València cumple 20 años en el Palacio de Cervelló, en la plaza de Tetuán, que custodia la documentación generada por las instituciones de la ciudad de los últimos siete siglos y permite descubrir cómo era la vida de los valencianos.
Entre las mismas paredes donde Fernando VII firmó la derogación de la Constitución de 1812, la Pepa, el Ayuntamiento custodia actualmente miles de documentos que detallan la historia de la ciudad. Fue en vísperas de las navidades de 2003 cuando el archivo reabrió al público las puertas de la sala de investigación, tras concluir el traslado de más de 8.000 metros lineales de documentación.
Antes de llegar al palacio de la plaza de Tetuan, el patrimonio documental de la ciudad se encontraba diseminado en diversos inmuebles municipales, como la casa consistorial y el antiguo archivo de Urbanismo en la calle Arts Gràfiques.
En el verano de 2003 se acometió la laboriosa mudanza a las cuatro plantas del edificio anexo al Palacio de Cervelló, construido a propósito para albergar este tesoro documental en las mejores condiciones de conservación.
Entre los códices y pergaminos, la vida cotidiana de los valencianos y valencianas de los últimos siete siglos aparece desgranada en el ‘Llibre de Aveïnaments’ (años 1349 a 1611), el Registro Civil (1841-1870) o los padrones municipales (desde el año 1770 hasta la actualidad).
Cada una de las páginas de estos documentos constituye un retrato de las gentes que cruzaban cada día los puentes de Serrans y Sant Josep, procedentes de las alquerías diseminadas de la vega de València.
Al hojear el padrón de habitantes de 1880 se descubre, en la habitación 3ª del número 22 de la calle de la Tapineria, en el antiguo distrito del Mercado, a una mujer viuda y sus siete hijos, reflejo de las tasas de natalidad del último tercio del siglo XIX.
Silvina Giner y Blat, de 45 años, vive con sus tres hijos varones —Ricardo (21 años), Carlos (18) y Vicente (9)— y cuatro chicas —Remedio (20), Silvina (15), Concepción (12) y Consuelo (5)—. Solo el hijo mayor, que sabe leer y escribir, tiene trabajo como jornalero, y acaban de trasladarse hasta el centro de la ciudad desde su antigua vivienda en una planta baja del número 163 de la calle Sagunto.
Una hoja suelta del padrón de 1892 revela quién moraba el faro del puerto de Villanueva del Grao el 20 de marzo de 1891: Manuel Lorenzo González y su esposa, con sus dos hijos. El padre y el hijo varón nacieron en Prado y Tapìa (Asturias), mientras la madre y la niña lo hicieron en Gandia y Cullera.
Once años después, en 1902, el hijo, Manuel, aprueba el examen y se convierte en torrero tercero del cuerpo de faros ya que el oficio se hereda antes de la extinción. El padre apurará sus últimos años guiando la luz marina desde la Vila Joiosa, mientras su hijo descansará a su muerte en un nicho del cementerio del Cabanyal.
Son dos sencillas historias familiares que se esconden entre la documentación generada por las instituciones de la ciudad desde el siglo XIII y que custodia actualmente el Archivo Histórico Municipal.
Su primer emplazamiento fue en la plaza de L’Almoina, enfrente de la catedral, en unas casas concedidas por privilegio de Jaume I, pero en 1306, un incendio y la falta de espacio determinaron su traslado a calle de Cavallers, donde están los jardines de la Generalitat.
Allí permanecióa hasta mediados del siglo XIX. El peregrinar del patrimonio documental de la ciudad prosiguió en las décadas siguientes hasta su actual ubicación en el Palacio de Cervelló.
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