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120 millones de euros por la cabeza de Holofernes

Un experto confirma que el cuadro que apareció hace unos años en el desván de una casa al sur de Francia es una obra original de Caravaggio. La obra guarda razonables parecidos con otra que existe de él.

«Judith y Holofernes», de la Galeria de Arte Antiguo de Roma
«Judith y Holofernes», de la Galeria de Arte Antiguo de Romalarazon

Un experto confirma que el cuadro que apareció hace unos años en el desván de una casa al sur de Francia es una obra original de Caravaggio. La obra guarda razonables parecidos con otra que existe de él.

Apareció en un trastero. En un desván cerrado desde hacía años. Los dueños habían extraviado las llaves de la cerradura y se vieron obligados a forzar la puerta. En 2004, en una casa del sur de Francia, en la región de Toulouse, una avería imprevista, una inesperada fuga de agua, obligó a los propietarios del inmueble a abrir aquella estancia clausurada para proceder a la reparación. Y, entre la innumerable variedad de objetos, en medio del claroscuro de sombras y luces que prevalecía en la habitación, distinguieron una tela, un cuadro que hoy algunos atribuyen a un Caravaggio perdido. Sin lugar a dudas, aquella era la mejor manera de encontrar uno. El cuadro, de 144 por 173,5 centímetros, se conservaba en buen estado. Los colores eran vivos y el estilo invitaba a pensar en el maestro lombardo Michelangelo Merisi, un creador revolucionario, que marcó la historia y que adoptó como identidad artística el nombre de su ciudad natal. Caravaggio era un hombre intempestivo, marcado por el signo de la violencia, un personaje pendenciero, de enorme personalidad, sexualidad ambigua –un capítulo aún confuso de su biografía– que se vio involucrado en distintas reyertas callejeras (huyó de Roma por matar, en una conocida disputa en la plaza de Campo dei Fiori, a un enemigo con el que ya mantenía una tensa relación, y, más adelante, en su madurez, escapó de la isla de Malta al verse envuelto en una disputa). Su inaprensible y poliédrico carácter guardaba un talento insospechado que revolucionó con su estilo la historia de la pintura. Introdujo en sus obras el naturalismo, esa impresión de que sus figuras eran retratadas en un momento preciso, exacto, y, también, los fuertes contrastes de luz, que, con toda probabilidad, aprendió de las teatrales representaciones de los distintos ritos religiosos que presenció cuando era niño, como sugieren Helen Langdon y Andrew Graham-Dixon en sus respectivas biografías sobre el pintor. Este nuevo arte, polémico, discutido en la época, por recurrir, por ejemplo y entre otras causas, a mujeres de dudosa moral como modelos principales para sus retratos piadosos, y a hombres sencillos, de manos y pies sucios, como referencia para sus figuras de los discípulos y santos, le granjeó un gran número de enemistades y censura por parte de la Iglesia, pero, también, la admiración del público y de una parte significativa de la curia eclesiástica, que lo protegió. Su estilo influyó, creó escuela y le salieron un sinfín de imitadores, un maremágnum de pinturas que, en la actualidad, aumenta la dificultad a la hora de atribuir al artista las obras que se encuentran (entre otros motivo porque nunca firmaba sus composiciones).

El lienzo apareció en Francia hace dos años y que la semana pasada el Gobierno galo lo ha declarado «tesoro nacional», como informaba la revista «Ars Magazine» (esta misma publicación aporta un dato relevante: iba a ser vendida a Estados Unidos). El cuadro representa la historia de «Judith decapitando a Holofernes», un motivo que ya había visitado el artista con anterioridad, como demuestra la obra con esa misma historia que se conserva en la Galería Nacional de Arte Antiguo del Palacio Barberini de Roma y que está datada alrededor de 1599. Los dos trabajos guardan un parecido razonable.

La versión que ha aparecido podría ser la original que copió el artista flamenco Louis Finson, del que se conoce que tuvo contacto con Caravaggio. De hecho, éste tenía dos cuadros de Merisi. Uno de ellos era «Virgen del Rosario» y el otro, una pintura que incluía esta narración. El destino de esta obra se desconocía hasta ahora. Parece ser que su pista, según indican algunas fuentes, llevaría por varios destinos, entre ellos, España: una de las personas que tuvo en su poder esta obra pudo estar entre las tropas del emperador francés durante la guerra en nuestro país. Quien ha abordado la ardua y dificultosa tarea de determinar la autenticidad de esta pieza es el especialista Eric Turquin, que, en una rueda de prensa que dio ayer en París, defendió sus conclusiones. Después de reconocer que «ningún trabajo de Caravaggio hallado ha tenido un total consenso y siempre ha suscitado controversias», Turquin afirmó que «la iluminación particular, la energía típica de Caravaggio, sin correcciones, con un pulso firme, y las materias pictóricas, hacen pensar que este cuadro es auténtico», informa Efe. Luego se atrevió a decir que «hay que reconocer en la tela un auténtico original, aunque no tenemos ninguna prueba tangible e irrefutable». Esta idea contrasta con otra, la que dio el Museo del Louvre, que conserva algunas piezas del artista, entre ellas «La muerte de la Virgen» y «Retrato de Alof de Wignacourt». La pinacoteca se mostró bastante más cauta, pero ha servido para que se prohiba que este lienzo salga del país. Hay que tener en cuenta que el lienzo ya ha sido tasado y que para algunos podría valer 120 millones de euros. Turquin, que ha afirmado que Caravaggio pudo hacer esta obra entre 1600 y 1610, coincidiendo con la etapa final del artista, muy convulsa, sobre todo a partir de 1606, aseguró que es «el cuadro más importante encontrado en el último cuarto de siglo de uno de los grandes genios de la pintura universal». Y cuenta con el respaldo de uno de los mayores expertos en Caravaggio, Nicola Spinozza, que durante años dirigió el Museo de Nápoles. Pero, de momento, no hay nada confirmado y todas las certezas se mueven entre luces y sombras.