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Megamix: Sicarios, envidias y cintas de «bakalao»

Fue un fenómeno musical genuinamente español que vendió millones de discos de marcas como «Ibiza Mix» o «Máquina Total», pero la ambición llegó a desatar prácticas mafiosas.
larazon

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Llegó a publicarse, aunque suene desolador, un «Currupipi Mix». Un disco que arrancaba con la presentación de un imitador de Jesulín de Ubrique y que precedía a 7 minutos de frenético ritmo «dance» en el que cabían 4 temas de éxito acelerados hasta el límite de lo responsable porque, en el fondo, lo único que cambiaba en la infinidad de discos «Megamix» que se publicaron en España era el tema de la portada. «Max Mix», «Máquina Total», «Ibiza Mix» y otras tantas marcas vendieron más de 30 millones de copias de 200 referencias y se consolidaron, durante la segunda mitad de los 80 y la primera de los 90, en un fenómeno de masas de la cultura popular genuinamente española. La competencia fue feroz y cualquier reclamo era válido para atraer al comprador. Quizá convenga recordar que Currupipi era el nombre de la mascota del inefable torero: un tigre de bengala que sirvió de pretexto para tres «mixes», a cada cual más temerario. Un disparate que se correspondía con la trastienda del fenómeno de los Mix, que desembocó en el secuestro de uno de los pioneros del género por unos sicarios mexicanos. Los protagonistas se reunirán en Madrid en el Festival Primera Persona que organiza La Casa Encendida el 7 de mayo para rememorar esos tiempos felices y delirantes, mientras un documental (todavía en proyecto) busca financiación para contar esta historia.
El aroma de las cintas
El primer protagonista de esta historia es Miquel Fabrellas, mejor conocido en las discotecas de la Costa Brava como Mike Platinas. El escenario es relevante en este relato porque a la costa gerundense llegaban los turistas y las radios extranjeras y claro, las novedades de la electrónica de club. A Mike Platinas siempre le gustó jugar con las cintas de audio, cortarlas, empalmarlas y ver qué sucedía. Pasaba tanto tiempo haciéndolo que, como relató en el CCCB de Barcelona, apostaba con sus amigos a que era capaz de reconocer la marca de la cinta por su olor. Antes que él, Raúl Orellana había sido un pionero de las mezclas, pero Platinas ganó el concurso para hacer el primer «Max Mix». Era 1984, y repitió al año siguiente con bastante más éxito, pero al poco tiempo discutió con los propietarios de la casa de discos por el pago de royalties. Los dueños, Ricardo Campoy y Miguel Degà, le encargaron el tercer volumen al que quedó segundo en el concurso: Toni Peret. «Bueno, y no contentos con despedirle por pedir una retribución justa, Degà trató de registrar el nombre artístico de Mike Platinas para que no pudiera grabar con la competencia», cuenta Guillermo Mieza, apasionado de este tema y director de un documental que busca financiación para narrarla: «Energía positiva: la increíble historia del Megamix».
José María Castells se sumó a los mandos del Megamix junto a Peret para el tercer volumen, y pronto el éxito fue tan grande que no se podía parar. «El trato no era humano, no existían los fines de semana y las vacaciones tampoco. Dormíamos en colchones en el estudio. Lo que pasa es que eres joven y haces lo que te gusta, pero en algunos momentos llegamos a tener seis discos a la vez en listas. Y nosotros dos nos encargábamos de grabar todos los lanzamientos, y eso incluía cada uno de los estilos musicales que estaban sonando fuera. Hacíamos unos ‘‘mix’’ para la ruta del bakalao, también sobre la fiebre del ‘‘acid’’, y después más ‘‘tecno’’ duro y también de ‘‘máquina’’. Pero no sólo eso: también el ‘‘Merengue mix’’, el ‘‘Salsa mix’’ o el ‘‘Rumba mix’’. Y el ‘‘Caribe Mix’’, el ‘‘Ibiza Mix’’, el ‘‘Disco Estrella’’... Se convirtió en una locura, y, que yo sepa, la esclavitud estaba abolida», relata Peret. «Perdieron su juventud», sintetiza Mieza. Y, encima, estaban mal pagados. Peret: «El pastel era muy grande, pero recibíamos un royalty muy bajo, entre 2 y 3 pesetas por disco. Lo que pasa es que se vendían cientos de miles». «El pastel era muy grande pero el beneficio se lo quedaba la pastelería», tercia Castells.
Pistolas mexicanas
Lo que vino después lo explica Mieza: «Se generó una maquinaria con un engranaje que rayaba la ilegalidad. De bonito y mágico no había nada, sino más bien una guerra con la competencia, el sello Blanco & Negro, porque había mucho dinero en juego», apunta. En Max Music todo se sustentaba en el régimen de terror de Miguel Degà, un empresario sin escrúpulos. «Nos enteramos tiempo después de la clase de tácticas que llevaba a cabo, como las denuncias falsas contra los lanzamientos de la competencia y la presión sobre sus empleados», relata Peret.
Como consecuencia de su mal estilo, el socio de Degà, Campoy, se alió con la pareja de discjockeys de éxito, Castells y Peret, para fundar una nueva compañía. Se llamaría Vale Music. Degà, al enterarse, enfureció. Contrató a un grupo de sicarios mexicanos. Un día, cuando el Dj Castells salía del estudio de trabajar, le pegaron una paliza. «Yo tenía el mismo modelo de coche que Campoy y ese día él llevó el de su mujer. Así que nos confundieron. Fue una experiencia terrible. Me golpearon y me ataron. Me introdujeron en la cámara frigorífica de una furgoneta y arrancaron», relata. «Por suerte, después de forcejear mucho rato, logré liberarme una mano. Solté las ataduras y la mordaza. De una patada rompí la puerta de la furgoneta, que ya estaba al lado del lago adonde la iban a arrojar. Ví una pistola en el suelo, la cogí y salí corriendo mientras los mexicanos me perseguían. Estaba aterrorizado», rememora. Castells paró un coche a punta de pistola y fue a denunciar los hechos. La noticia se publicó en toda la Prensa y Degà fue detenido y condenado. «Creo que lo hizo por envidia», apunta.
Después del incidente, Vale Music editó montones de referencias y tuvo enorme éxito. Castells fue el «rey Midas del dance: está detrás de Viceversa, del ‘‘Tiburón’’ o de Paco Pil y de casi todos los éxitos de los 90», describe Mieza. Sin embargo, esta historia musical, como muchos de nuestros relatos autóctonos, terminan con una gran decepción. «Raúl Orellana no quiere ni que se le relacione con los ‘‘mixes’’ –dice Mieza–. A Platinas le despidieron y no pudo seguir haciendo mixes porque Blanco & Negro ya tenía a Quique Tejada, y como su nombre estaba muy vinculado a aquello tampoco se pudo reenganchar como DJ. Por cierto, que junto a Mike Platinas firmó los primeros discos Javier Ussía, pero en realidad él no hizo ni un corte. Platinas le incluyó porque era su amigo hasta que se cansó». Probablemente, si hay un perdedor de la historia es él. «Es que es un gran Dj, con muchísimo conocimiento. Después, gracias a que es filólogo, se dedicó a la traducción de manuales de informática. Eso me atrajo de esta historia: que si hubiera ocurrido hoy, esta gente serían artistas venerados como Avicci o Skrillex. Pero en ese momento el Dj no era una figura de culto y la sociedad de bienestar no aceptaba esa cultura de la noche. Aunque pienso que vamos a vivir un revival muy fuerte de los 90, y ya le empiezan a salir algunos bolos».
Los otros protagonistas también tuvieron suerte dispar. Cuando Peret y Castells se fueron a Vale Music con Campoy, sólo el segundo compró acciones de la compañía. «Fue un acierto enorme, porque Vale Music ganó millones con ‘‘Operación Triunfo’’, cuyas galas produjo, así como el primer disco de los concursantes de aquel boom. Peret se ha dedicado a la radio, pero todo el dinero que ganó con los megamixes y la casa que él mismo mandó hacer los perdió en el divorcio de su mujer». Todos, en cambio, recuerdan la época con una gran sonrisa. «Era una fiesta y una locura. Me sentía vivo», dice Castells.

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