Venecia, entre ahogarse o renacer
La ciudad vive una histórica crecida de las aguas, que llegaron ayer hasta los 187 centímetros, solamente siete por debajo de la de 1966. El rico patrimonio artístico de la ciudad, con San Marcos y el palacio Ducal al frente, sufre graves y «apocalípticas» inundaciones
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Esta crónica comienza disculpándose por anticipado. Cada año que llego a esta ciudad me pregunto si no le haría falta inundarse, hacer un ejercicio de catarsis colectiva y renacer. ¿No lo ha pensado nunca el resto? Si no es así, vuelvo a pedir perdón. Anoche Venecia volvía a parecerse a la de las novelas de antes de la globalización. Con las campanas de las iglesias sonando, las luces de los faroles tenues y unos cuantos intrépidos que se aventuraban a salir a las calles. En otro momento, todo hubieran sido turistas, palos «selfie» y conciertos de dudoso gusto en la Plaza de San Pedro. Desde la tarde de ayer Venecia estaba seca, en una especie de luto fantasmagórico, pero con la oportunidad intacta de renacer.
Lástima que para ello tuviera que vivir la peor inundación que se recuerda en más de medio siglo. Desde que aquel 4 de noviembre de 1966 el nivel marcó el récord en 194 centímetros. Lo de la madrugada del miércoles fueron solo siete centímetros menos, los que Bibbiana, una comerciante con un negocio de gafas a en los alrededores de San Marco, todavía achicaba cuando ya había caído la tarde. «Estamos acostumbrados a ver esto, pero quien diga que es una inundación como otra cualquiera, no sabe lo que dice. Ha sido una tragedia, pero nos afanaremos para salir adelante», confiesa. El espíritu de la que fue una de las más importantes repúblicas marineras perdura. También entre los venecianos está la voluntad de resetear. Aunque antes Bibbiana tenga que deshacerse de una montaña del género de su tienda, que ha quedado inservible.
Caminando por las ahora más oscuras callejuelas uno no tiene la percepción de lo que ha ocurrido. Por eso se permite frivolizar con la crecida de las aguas. Para volver a imaginar los canales desbordados por todas las calles es necesario acudir a los turistas, que no dudan en sacar sus móviles y enseñar lo que grabaron durante la noche pasada. «Buah, no veas, es que no te imaginas», acierta a responder una chica andaluza que ha venido de vacaciones con sus padres. En su pantalla se ve la calle de debajo de su hotel, en el que se atrincheró durante horas, con las aguas a la altura de la cintura de quienes no tenían esa suerte de encontrarse a resguardo.
Mucho peor tuvo que ser lo de San Marcos, la histórica basílica levantada hace mil años con esos frescos bizantinos, que se había inundado ya algunas veces, aunque no tanto como ahora. En las imágenes que circulaban por las redes se veía la cripta completamente anegada. «Hemos estado a un suspiro del apocalipsis, a un pelo del desastre», reveló el custodio de la catedral, Pierpaolo Campostrini. También en esas imágenes la histórica plaza que la acoge parecía una gigantesca piscina, a la que no le servían ni las pasarelas instaladas para evitar la maldición del ‘‘acqua alta’’. Pero al caer la tarde ya se podía caminar de nuevo por ella. Se intentan buscar las señales del nivel del agua. Una muesca que indique que hasta ahí llegamos y que tuvo que ser complicado salvar el patrimonio histórico que cobija. Aunque tampoco se ve.
Las aguas de «Moisés»
Los daños están aún por cuantificarse, aunque se concretarán en los próximos días. El alcalde, Luigi Brugnano, no ha podido ir más directamente al grano al afirmar que «estamos ante un evento que es excepcional. Esto es un desastre». No obstante, el pico de mareas ya disminuyó a lo largo del día de ayer y para hoy jueves se esperan 130 centímetros alrededor de las 11 de la mañana y 140 para mañana a medida mañana. Lo que no se explica nadie en Venecia es por qué esas promesas no se han transformado en hechos en los últimos años. Hace décadas que se proyecto lo que se conoce como el Mose, que en inglés se traduce por las siglas de Módulo Experimental Electromagnético, pero que en italiano significa Moisés. En definitiva, se trata de un complejo sistema de diques que debería instalarse alrededor de la Laguna veneciana para evitar que la tienda de Vaz se inunde de nuevo. Vaz es un comerciante pakistaní –en esta zona casi todos lo son– que también recoge todavía el agua con un cubo y una fregona. Y aunque ha escuchado lleva aquí unos pocos años también ha escuchado hablar de eso del Mose, que si no se ha levantado todavía ha sido por infinitos sobrecostes, corruptelas y una intervención por infiltración mafiosa.
El agua de la Laguna sigue golpeando los diques que protegen la Plaza de San Marco. La superficie permanece seca, bohemia y cada vez más fría. Aunque en el momento de escribir estas líneas vuelven a sonar las sirenas. Quiere decir que algo se avecina, pues se activan cada vez que hay previsión de que suba la marea. El viento y la lluvia dieron durante el día de ayer una tregua, pero durante la noche y en la mañana de hoy se les espera de nuevo. Una vez más el «acqua alta». Y otra vez a tapar las tiendas, a atrincherarse en casas y hoteles y a grabar vídeos desde allí. Los vendedores ambulantes han cambiado los «souvenirs» y los recuerdos por lo único que se compra estos días. Unas katiuskas o, en su defecto, una especie de plástico impermeable para protegerse los pies. Ni con eso fue suficiente la noche del martes y la madrugada del miércoles. «Mucha agua, poco negocio», bromea uno de ellos. Y Venecia sigue debatiéndose entre ahogarse o renacer. Brugnaro cuantificó en «centenares de miles de euros», aunque es pronto aún para hablar de cifras, para poner un número al desastre de esta crecida, para cuantificar lo que ha supuesto esta agua desbocada que ha arrasado hasta con la estatua de La Partigiana, una pieza en bronce que reproduce a una mujer recostada, obra de 1961 de Augusto Murer y que ayer dejó su pedestal al aire y un vacío. El agua la devolverá. Seguro.
Todas las autoridades se sumaron a las declaraciones apocalípticas, que fue el adjetivo más utilizado. Seguramente con razón. El primer ministro, Giuseppe Conte, visitó también estas calles y prometió lo que se promete siempre en estos casos: una solución inmediata y solidaridad para quienes hayan sufrido los destrozos.