La última viñeta de Purita Campos
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El mundo de Purita Campos ya no era de este mundo. Aunque suene redundante. Aquellas tardes de colores pastel y chicle que te dejaba las mandíbulas para el arrastre tenía el aroma de los setenta. Esther, la jovencita un poco snob con ojazos que casi te comían y faldita muy sucinta, hablaba con corrección y dejaba entrever los problemas de los adolescentes de la época. Los chicos, los amores no correspondidos, monopolizaban cada una de las entregas de sus tebeos. La chica pecosa era, ay eterna edad dorada, una incomprendida más que se convirtió en la princesa de Bruguera, la editorial para la que lo dio todo su autora, que quiso abrir puertas y ventanas para que entrara un poco de aire fresco y la juventud que empezaba a ver la vida en colores en plena Transición tuviera una heroína en la que mirarse. La primera vez que salió al mundo fue en 1974 dentro de la revista «Lily». Tiempo después la niña tímida eternamente enamorada de Juanito fue un best seller que llegó a vender a la semana 400.000 ejemplares, una verdadera locura.
Tuvo hasta un álbum propio y una amiga del alma, esa que todas tuvimos cuando nuestra edad era la suya, Rita, que a veces la traía de cabeza. Los quiosqueros ofrecían sus aventuras en papel y colgaban los tebeos como prendas de un tendal, con pinzas en color rojo, verde o azul, exhibiendo la mercancía por un par de duros. Era una época de aperturas lejos de las apreturas de años atrás. Purita Campos, dibujante y avanzada, ha muerto con el lápiz en la mano. Decía que a pesar de su lumbago no quería dejar de dibujar. Ha guardado su cuaderno a los 82 años. Esther se mantuvo durante veinte.
Después ya no consiguió conectar con los jóvenes. Los noventa trajeron muchas cosas, muchas prisas y poco tiempo para dedicarse a la lectura sin relojes de una chica que se antojaba quizá ñoña. Las chicas, principales consumidoras de sus andanzas, estaban en otras cosas. Las dudas de Esther se quedaban ajenas para las adolescentes que gastaban pantalones pitillo, walkman y biquinis con poca tela, ya no conseguía conectar con ellas. Y eso que a principios de 2000, concretamente en 2006, Esther volvió al papel en forma de una enfermera casada, de cuarenta años, divorciada y con hijos. No había perdido ni una de sus pecas. Su hija era el vivo retrato que ella fue, otra joven con móvil en mano. Cuánto habían cambiado los tiempos para Esther. Adiós inocencia, adiós. Ahora no nos queda otra que darle las gracias a Purita Campos. De corazón, por habernos entretenido tantas tardes, por habernos colado a Esther en nuestro mundo.