«Potuit, decuit, ergo fecit»
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El 8 de diciembre de 1854, el beato Pío IX proclamó el dogma que reconocía la Concepción Inmaculada de María como «una verdad divinamente revelada», zanjando una controversia de casi 19 siglos. La famosa Disputa de la Sorbona, que mantuvieron en 1305 los dominicos partidarios de la «menos pia opinión» maculista, y los inmaculistas franciscanos, representados por Duns Escoto, convirtió a este último en vencedor de la discusión con su célebre argumento «Potuit, decuit, ergo fecit»: «Podía hacerlo, convenía hacerlo, pues lo hizo».
Aclamado vencedor en París y Berlín al grito de «Víctor Escotus», preparó la base teológica para la proclamación del dogma más de cinco siglos después. Hasta entonces, las órdenes religiosas, las universidades y el pueblo mantendrían viva la controversia, pero siempre apuntando hacia la «pía opinión». En España se impuso el juramento inmaculista a partir del siglo XV.
Nuestro país destacó en la defensa de la concepción de María Siempre Virgen sin mácula de pecado original. Desde el milagro de Empel en 1585, nuestros Tercios la adoptaron como patrona. Nuestros reyes defendieron la definición inmaculista, fidelidad que fue reconocida por el Papa, con la elección de la romana plaza de España como lugar donde erigir su monumento. El 8 de diciembre de 1955, una Europa todavía cristiana aprobó su bandera inspirada en la Inmaculada.