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Cecilia Bartoli, una directora de ópera con toda la barba

La mezzo se prepara para tomar las riendas de la Ópera de Montecarlo, un reciente nombramiento que hace historia, pues será la primera vez que una mujer esté al frente de la institución

Cecilia Bartoli dedica su nuevo trabajo a Farinelli, uno de los más importantres «castrati». La imagen que utiliza en el disco es impactante Uli WeberDecca

Se atreve con todo, siempre que las cuerdas vocales se lo permitan. Este ha sido un año inolvidable para Cecilia Bartoli, que hoy ofrece en la Filarmónica de París un concierto para presentar su nuevo trabajo discográfico, «Farinelli», y se prepara ya para tomar las riendas de la Ópera de Montecarlo, un reciente nombramiento que hace historia, pues será la primera vez que una mujer esté al frente de la institución y la segunda en que, además, la máxima responsabilidad recaiga sobre una cantante. Un doble triunfo que se acaba de anunciar, aunque tendrá hasta 2023 para preparar el terreno y la programación.

Bartoli es un pedazo de artista, una mujer optimista a la que le encanta cocinar pasta, de carácter, y a la que le gusta no pasar inadvertida. En el Festival de Salzburgo en 2017 ya sorprendió metiéndose en la piel del caballero «Ariodante» tal y como lo concibió Haydn. Ahí ya lucía una frondosa barba. No contenta con ello, en el álbum dedicado al conocido como «divino castrato» vuelve a un «look» parecido.

De hecho, en algunas de las imágenes de promoción cuesta reconocerla y apostar porque se trata de una mujer. No, no es Conchita Wurst, la ganadora del Festival de Eurovisión de 2014; tampoco el actor Russell Brand, de melena aleonada. Es la mezzo que confiesa que, a pesar de llevar treinta años subiendo y bajando del escenario, el miedo la acompaña. La misma que debió elegir entre entrenar la voz, que ya apuntaba maneras, o decidirse por el flamenco, que la apasionaba. Ganaron las cuerdas vocales.

Este trabajo es un homenaje a todos aquellos hombres a los que mutilaron para que conservaran un timbre agudo, una práctica aberrante que arranca en el siglo XVII y se prolonga hasta mediados del XIX y que en su máximo apogeo llegó a castrar hasta a 4.000 niños al año. Su inquietud por el estudio de las voces no le da tregua. En «Mission», dedicado a seguir la pista del compositor Agostino Steffani, se mostraba en la cubierta del disco con la cabeza totalmente rapada.

O aquella otra, «Sacrificium», en la que experimentaba un proceso de «marmorización». Cada portada de sus trabajos es una sorpresa: ¿Un guiño al colectivo transexual, un mero divertimento o una campaña de marketing en toda regla? Quizá sea un poco de todo. Lo que está claro es que el objetivo, que uno se fije en el disco, está conseguido.

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