Miguel Milá: «Prefiero una persona buena que una progresista»
Publica un particular libro de memorias, «Lo esencial. El diseño y otras cosas de la vida», donde recoge sus experiencias de vida y trabajo y que ilustra una de sus creaciones más emblemáticas, la lámpara TMM, todo un emblema estético
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Irradia simpatía y buen humor, aunque se ría poco. Y sentido común. De eso tiene para dar y repartir, como se suele decir en plan castizo. Miguel Milá (Barcelona, 1931) cumplirá noventa años dentro de dos. Quién lo diría. Es uno de los nombres clave del diseño español. Empezó haciéndolo, aunque realmente no sabía que lo hacía. No es un trabalenguas, sino la pura realidad. Ha entregado unas memorias que son trallazos de lucidez. Se leen de un tirón y se disfrutan a tragos largos. «Parece que a la gente le ha gustado, sí. De hecho, cuando lo presenté firmé más de cien libros. Había una fila de gente esperando», cuenta con cierta incredulidad. En este libro, que es repaso vital y también ensayo («Lo esencial», Lumen) habla de su infancia, de sus hermanos, sus padres, de ese universo que le ha conformado y que es la familia. De sus trabajos, sus obras, de recuerdos, de amigos. De lo esencial. «He aprendido a vivir con pocas certezas. También a administrar pocas verdades», escribe. A su lado, siempre, su esposa desde hace 56 años, Cuqui Valcárcel. «Ahí os dejo para que habléis de vuestras cosas», nos dice. Es pura amabilidad.
–¿Le ha costado mucho escribirlo?
–Sí, sí me costó. Es un libro hablado. Yo, además, no soy escritor. Además, había interpretaciones que no eran las que yo quería. Me ha dado un trabajo tremendo, pero ahí están.
–¿Primero y último?
–No creo que vaya a escribir más. Con este voy servido.
–Cada frase de «Lo esencial» es una lección de naturalidad. No sé si se lo han dicho, de sentido común.
–Sí, eso me dicen. Y creo que a la gente, a todos, nos hace falta. Cuando lo presenté el público estaba emocionado.
–Su familia es clave en su vida.
–Lo es. Mi formación se ha basado en una tertulia familiar. Mi padre, por ejemplo, se enfadaba cuando no estábamos todos a la hora de comer reunidos a la mesa. Nos quería tener juntos. A mí me encantan las sobremesas. Cuando me preguntan qué es lo importante en un restaurante, digo que no creo que sea el menú, ni esos platos tan pretenciosos, sino el confort, el estar a gusto. Eso sí. No siempre el lujo es un confort, pero el confort siempre es un lujo.
–Cuenta una bellísima y durísima anécdota en el libro. Y la subraya con un testimonio gráfico. Ese jersey que todos los hermanos tejieron a su padre, cada uno una parte, para que lo pudiera vestir en la cárcel.
–Yo tenía cinco años y ahí estaba con la parte que me tocó. Lo peor es que nunca le llegó a mi padre y no se lo pudo poner. Le diré que para mí la guerra fue una aventura. Era un acontecimiento trágico, qué duda cabe, pero yo lo vivía y vía con los ojos de un niño.
–Tramo. Su empresa. Qué palabra más importante en su trabajo, señor Milá.
–Es el inicio de mi diseño. Así bauticé a la empresa que monté de pequeño para hacer TRAbajos MOlestos, esos que nadie en mi casa quería hacer y con los que yo me sacaba unas moneditas, como limpiar los zapatos o ir a comprar sellos. Y después, cuando hubo que montarla en serio, me acordé del nombre, me fue bien. Y empecé a diseñar lámparas. Empecé a ser un diseñador industrial sin yo saberlo.
–¿Y cuando se dio cuenta de que lo era?
–Un amigo me dijo que lo que yo estaba haciendo tenía un nombre y se llamaba diseño industrial. Y pensé: «Muy bien, ya tiene un nombre». Y me introduje en la Asociación de Diseñadores, la primera que se hizo en España. Teníamos muchas inquietudes y bastantes ganas.
–Y llegó la lámpara. La misma que recoge en la portada de su libro.
–Me costó mucho esfuerzo. La presentamos para participar en el amueblamiento de una vivienda entera, sin contar la cocina, para la que no teníamos un presupuesto de 50.000 pesetas, entre mesas, sillas, armarios. Lo conseguimos y ganamos el premio junto con Gres SA. Empecé en el diseño de interior en el despacho de mi hermano Alfonso, arquitecto, al inicio de mi carrera. No había entonces nada moderno ni de creación última.
–Sus creaciones se venden ahora más que cuando las diseñó.
–Las hacíamos sin preocuparnos de más. Y han permanecido en el tiempo. Es verdad que hoy se venden más que nunca lámparas mías que hice hace más de 60 años.
–Se ha convertido en un clásico.
–Mire, le voy a contar una cosa. Cuando le preguntaron a El Guerra, un torero, qué era lo clásico, el respondió: «Aquello que no se puede hacer mejor». Y lo clásico es aquello que no puede convertirse en antiguo porque sencillamente no envejece. Qué frase más sabia me pareció. Y la he hecho mía.
–Su lámpara, TMM, ilustra la portada de su libro. La tiene un cariño especial, ¿verdad?
–La quiero mucho, la tengo como objeto de trabajo, para la lectura. Es ligera y cómoda y se desmonta entera. Se divide en tres partes: la electricidad, la pantalla y el pie. No se crea que la he trabajado mucho.
–¿Todo lo que ha diseñado le ha gustado?
–Sin ninguna duda. Todo. Hay que tener amor siempre a las cosas que haces. Enamorarte de tus ideas es lo que te proporciona el éxito. El amor y el sentido del humor me han dado la vida, son mis dos puntales para ser feliz.
–Su lámpara se desmonta y se monta. No sé si habrá montado algún mueble de Ikea. ¿qué le parecen?
–Tiene el defecto y la virtud de conseguir con buenos diseños unos precios insólitos de bajos y de esta manera ha conseguido que el público, la gente de la calle, incremente el nivel de su cultura sobre el diseño. Lo que menos me gusta es esa dictadura del itinerario que todo el mundo tiene que seguir y no te puedes salir del recorrido.
–¿Tiene algún mueble de la firma sueca?
–Sí, claro, alguno tengo. Sobre todo para amueblar casas que tenemos, pero en la mía de diario, no. Ahí está lo que heredas, lo que va conformando tu vida, lo más personal de ti. Es otra cosa.
–¿No le parece demasiada uniformidad y globalización, que todas las casas sean muy iguales, muy parecidas?
–Yo creo que Ikea es una gran cosa, un gran invento y un éxito mundial. Fíjese que el dueño trabajó tanto tanto que no le dio tiempo a ocuparse de su esposa y se separó. No tuvo tiempo de dedicarse a ser marido.
–Eso es algo que jamás le ocurrirá a usted y a pesar de ello, es un hombre siempre ocupado.
–Siempre lo estoy, siempre he tenido algo que hacer. Desde niño. Me gusta tener iniciativas. Yo ofrezco mis «briefings», los diseños ya hechos y son las empresas las que se encargan de elegir entre el abanico que tienen delante y eso es lo que yo hago.
–Algún diseño le habrán rechazado.
–Sí, pero porque en ese momento no le convenía a la empresa.
–¿Qué se ha quedado con las ganas de diseñar, señor Milá?
–Me hubiera gustado trabajar en el diseño de coches, y mucho más ahora, con el tema de la contaminación y del cambio climático. Los coches de ahora, con ese diseño aerodinámico, pierden espacio. Yo los haría, sin duda, más cuadrados y ganaríamos en capacidad. Lo digo, por ejemplo, por mi hija, que tiene un jeep pequeño y me gusta porque consigue tener una estética. Cuando un diseño me emociona estéticamente quiere decir que voy bien. No tiene más que ver cómo eran los primeros medios de transporte, carruajes tirados por caballos, más bien cuadrados. De ahí, de la carroza, salieron los modelos para los automóviles.
–¿Vive el diseño un buen momento?
–Yo creo que sí. Ahora hay algo fundamental entre mis principios y la vida hoy. Los míos, desde luego, no han sido los vuestros. Yo nací cuando la República, en momentos revolucionarios y tumultuosos. Y todo lo que vino después. Por eso digo que yo soy un hombre de evolución no de revolución que quiere que se sigan haciendo cosas y que vayamos todos mejorando. Yo prefiero una persona buena a una persona progresista. También le diré que yo lo tuve más fácil que quienes empiezan ahora, pues cuando empecé no había nada. Pero nada.
–¿Qué es lo que más le gusta?
–Viajar en coche. Supone para mí una enorme independencia eso de trasladarme con mi mundo. Yo he viajado mucho en furgoneta, en un vehículo grande donde tuvieran cabida mi familia y los amigos.
–Para poder hablar, seguro. Volvemos a la tertulia.
–Claro que sí, al diálogo. Soy tan precipitado que no leo todo lo que debería. Vivo de gorra culturalmente y con un gran sentido del humor. Mis amigos me han ilustrado una barbaridad. Hemos hecho tantos viajes culturales tan interesantes.
–Amigos como André Ricard.
–Sin duda. Yo me hice una casa en Puigcerdá y él se construyó una muy cerca. Entre los dos construimos un espacio vacío que tenía yo, como una especie de cuadra, en un teatro donde montábamos sesiones culturales y hacíamos un poco de todo.
Milá haba de su esposa casi con veneración: «Tengo la suerte de haberme casado con una mujer que me ha ayudado muchísimo. 56 años. Y cada vez estamos mejor», confiesa. ¿Y los hijos? «Me ha enseñado mucho vivir y convivir con ellos. Te educan».