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Cultura

Proyecto Libro Azul: Los ovnis han muerto

Hace cincuenta años, en diciembre de 1969, se daba por cerrado el ambicioso programa puesto en marcha por la Fuerza Aérez de Estados Unidos en 1952 sobre los objetos volantes y al vida extraterrestre. ¿Eran posibles los «encuentros cercanos»?

Área 51 en Nevada, Estados Unidos
Área 51 en Nevada, Estados UnidosJIM URQUHARTREUTERS

Fue el día en el que «murieron» los ovnis. O, mejor, la jornada en la que la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF) los dio por oficialmente acabados. Aquel lejano diciembre de 1969, hace ahora medio siglo, Robert C. Seamans –profesor del MIT, administrador retirado de la NASA y venerado Secretario de la USAF– anunció el cierre definitivo del Proyecto Libro Azul, un programa militar para la investigación de intrusos aéreos en los cielos del país puesto en marcha en 1952, y cuya misión era la de determinar si esos objetos que se estaban viendo en los cielos de todo el mundo ponían en riesgo la seguridad nacional o no.

Su decisión no fue arbitraria. Llegó avalada por un informe de 1.465 páginas que había costado al erario público 525.000 dólares –unos 3,7 millones de hoy en día— y en el que un comité convocado por la Universidad de Colorado concluyó que no existía justificación científica ni militar alguna para seguir invirtiendo dinero y recursos humanos del Ejército en investigar anomalías aéreas. Ese documento, «Final Report of the Scientific Study of Unidentified Flying Objects», más conocido como Informe Condon en alusión al físico Edward U. Condon que lo dirigió durante veinticuatro meses, parecía concluyente: en los 12.618 casos de avistamientos de ovnis recogidos por el Proyecto Libro Azul no existía ni una sola prueba sobre la naturaleza extraterrestre del fenómeno. Y tampoco acerca de su hostilidad o sus intenciones bélicas.

Las credenciales de Condon para defender su tesis eran perfectas para aquel momento. Se presentó como un físico que había hecho contribuciones importantes al desarrollo de la bomba atómica y al radar, las dos grandes innovaciones de la última guerra. Por si eso fuera poco, el equipo que logró reunir estaba formado por astrónomos, meteorólogos, físicos nucleares, químicos, ingenieros e incluso psicólogos y sociólogos. Y aunque sus conclusiones se habían dado a conocer once meses antes, en enero de 1969, la Fuerza Aérea no decidió qué hacer con su dictamen hasta las Navidades de aquel año. Quizá el éxito de las misiones Apolo –Neil Armstrong pisó la Luna en julio– o el enorme impacto de la película pro-extraterrestre «2001. Una odisea en el espacio» de Kubrick (1968), les hicieron dudar.

Sin embargo, las conclusiones de aquel informe eran inequívocas y se habían redactado tras dejar a los «hombres de Condon» husmear en archivos que llevaban décadas clasificados como «alto secreto». En sus cajones no hallaron nada que les resultara «de provecho» (sic). Condon lo sospechaba. Casi podría decirse que lo deseaba. Había aceptado aquel encargo a sabiendas de que había sido rechazado antes por el Instituto Tecnológico de Massachussetts y hasta por la Universidad de Harvard, consciente de que cualquier veredicto generaría una inmensa controversia. Como así fue.

Cuando en diciembre de 1969 se anunció el cierre del Proyecto Libro Azul y el 30 de enero del año siguiente se desmanteló definitivamente, grupos de presión civiles como el National Commitee on Aerial Phenomena (NICAP), denunciaron que pese a los esfuerzos hechos por la Fuerza Aérea por explicar aquellos miles de casos, 701 habían quedado sin aclaración. Condon, sencillamente, no se había detenido en ellos. Decidió ignorarlos como un mero fleco estadístico.

Una «patata caliente»

El entonces ufólogo más célebre de Norteamérica, el astrónomo Joseph Allen Hynek, ya avisó de esa predisposición negativa hacia los ovnis al inicio de los trabajos del comité. «Condon es un escéptico», lo acusó. Hynek, que llevaba colaborando con la USAF desde hacía más de una década, se había dado cuenta de que ese asunto se habían convertido en una «patata caliente» para la Administración y la filosofía del físico de la Universidad de Colorado les iba bien. De hecho, un veredicto negativo justificaría la actitud de todos los directores del Proyecto Libro Azul que habían dedicado más tiempo a las relaciones públicas, a comparecer ante periodistas para tranquilizar a la ciudadanía de que los ovnis no eran un peligro, que a investigarlos a fondo.

La sede del Proyecto Libro Azul siempre estuvo en las oficinas del Air Technical Intelligence Center (ATIC) de la base aérea de Wright Patterson, en Dayton (Ohio). Nunca contó con más de cuatro militares en nómina, y cuando se producían casos de notable relevancia pública… por alguna razón aquellos oficiales eran mantenidos al margen. Eso ocurrió, por ejemplo, en el verano de su fundación, 1952, cuando durante siete días no consecutivos flotillas de luces sobrevolaron la zona de exclusión aérea del Capitolio de Washington DC.

Los «platillos volantes», como aún los llamaban los periódicos, fueron fotografiados e incluso filmados, obligando al Pentágono a convocar una rueda de Prensa para calmar los ánimos. El recuerdo de Pearl Harbour estaba aún vivo, y la idea de que una potencia extranjera llegara hasta el corazón político de los Estados Unidos ponía muy nerviosa a la opinión pública.

Fue justo entonces cuando el primer director del Proyecto, el mayor Edward J. Ruppelt, se dio cuenta de que el asunto debía de ser abordado desde una perspectiva diferente. Convenía neutralizarlo. Los «platillos» se habían convertido en un nuevo icono pop, deslumbrando a cineastas como Robert Wise, que el año anterior a la «invasión» del Capitolio ya se había imaginado el aterrizaje de una nave extraterrestre en sus jardines. «Ultimátum a la Tierra» (1951) pronosticaba un pánico que no gustaba nada a los militares y les recordaba al bochornoso terror que provocó Orson Welles en 1938 con su versión radiofónica de «La guerra de los mundos». América era vulnerable al miedo. Quizá por ello Ruppelt decidió acuñar unas siglas que confirieran cierta asepsia al asunto. Inventó el acrónimo UFO (Unidentified Flying Object), sin sospechar que pronto sería adoptado en el mundo civil como sinónimo de nave extraterrestre, e incluso sustantivado… como hoy reconoce incluso nuestro DRAE.

Globos de luz

Al examinar los miles de documentos generados por el Libro Azul en sus diecisiete años de vida emerge una curiosa paradoja. En ellos se aprecia el esfuerzo de sus responsables por explicar cada caso. Por cancelarlo. A veces, incluso, a costa de hipótesis absurdas. Como ocurrió en 1963 cuando el profesor Hynek fue enviado a Michigan a investigar la aparición de una serie de «globos de luz» sobre unas ciénagas. El astrónomo concluyó entonces que las luces obedecían a cierto «gas de los pantanos» que entraba en ignición al contacto con la atmósfera.

Pero su explicación fue recibida con hostilidad por la prensa, provocando la reacción contraria de la esperada: reactivó aún más el debate sobre los ovnis y plantó –sin querer– la semilla de posteriores «teorías de la conspiración». Aquel momento no solo sembró las primeras desconfianzas públicas hacia la USAF tras su victoria en la Segunda Guerra Mundial, sino también un cambio de actitud en el propio Hynek que pasó de asesor escéptico a adalid del misterio de los ovnis.

En 1972, acabado ya el Proyecto, Hynek concluyó con amargura que el Libro Azul «no hizo un intento real por compilar toda la información disponible (…) Sus archivos están llenos de casos etiquetados como ‘‘información insuficiente’’ cuando lo correcto hubiera sido etiquetarlos como ‘‘seguimiento insuficiente”». Decepcionado con la USAF, Hynek terminó fundando una organización civil llamada Center for UFO Studies (CUFOS) e incluso asesoró a Steven Spielberg en el guión de su clásica cinta «Encuentros en la Tercera Fase» (1977). Y llevado por esa conversión de descreído a ufólogo, en 2019 ha inspirado al personaje principal de la serie de televisión «Project Blue Book», que produce y emite History Channel.

Lo sorprendente es que el resto de personajes de esta trama siguen también presentes, de un modo u otro, entre nosotros. Condon tiene su propio cráter en la Luna. Y «Robert C. Seamans» es el nombre de un bergantín-escuela de la Marina de EE.UU., en activo todavía hoy. Quizá los ovnis, después de todo, les han regalado lo que ellos intentaron quitarles: inmortalidad.

(*) Javier Sierra es escritor y Premio Planeta. Su primer ensayo, «Roswell: Secreto de Estado», habla del caso que inició la «era de secreto oficial sobre los ovnis» en EE.UU.

Las raíces del Libro Azul
Los primeros «platillos volantes» fueron avistados en 1947. Ese año se produjo el célebre caso Roswell: la Fuerza Aérea reconoció haber recuperado uno de esos aparatos en el desierto de Nuevo México, aunque lo desmintió horas más tarde. Poco después, en enero de 1948, se creó la primera comisión militar para estudiar el tema (Proyecto Signo) que concluyó que los «platillos» eran naves de otro mundo. En 1949 un nuevo proyecto (Resentimiento) quiso reconducir esa impresión y adoptó una postura crítica hacia el problema. Pero los casos siguieron produciéndose y los militares se vieron obligados a crear el Proyecto Libro Azul. En sus papeles nunca se mencionó el incidente de Roswell. De hecho, tuvimos que esperar a 1997 para que la USAF publicara de aquel ovni fue en realidad un globo meteorológico espía. Nadie, claro, les creyó.