«La flauta mágica»: Mozart 2.0
El Teatro Real vuelve a traer el exitoso montaje digital de Barrie Kosky de la última ópera que el célebre compositor vio escenificada antes de morir. Inspirada en el cine mudo y el Berlín de los locos años veinte, esta versión promete divertir
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«La flauta mágica» se estrenó en Viena el 30 de septiembre de 1791. El propio Mozart estuvo al frente de la orquesta aquella noche, en la primera de una serie de exitosísimas funciones. Tres semanas después, el compositor se encontraba demasiado enfermo para levantarse de la cama. Falleció el 5 de diciembre, con 35 años. Aunque durante siglos sus biógrafos insistieron en que padecía una dolencia que gradualmente le arrancó la vida, también hay versiones que indican que, más bien, fue envenenado o que enfermó de peste, lo que le habría fulminado en cuestión de días. Independientemente de los tiempos de su muerte, que sin duda llegó demasiado temprano, las cartas de Mozart dejan claro que disfrutó enormemente de la última ópera suya que vio escenificada.
En octubre de ese año, en la última misiva que le envió a su esposa Constanze, que se encontraba entonces en Baden, el compositor relata que asistió a una función de «La flauta mágica» junto a Antonio Salieri y su pupila, la soprano Caterina Cavalieri (con la que Mozart habría tenido un «affaire» años antes). «No puedes imaginarte qué dulces fueron los dos, y cuánto disfrutaron no solo con mi música, sino con el libreto y con todo. Ambos me dijeron que era una ópera digna de interpretarse en la más grandiosa festividad, ante el más grande monarca, y que irían a verla más a menudo porque nunca habían visto un espectáculo más hermoso y más placentero», escribe Mozart.
Vuelven los intérpretes
El entusiasmo que despertó entonces «La flauta mágica» es el mismo que despierta ahora el montaje de Barrie Kosky, que bebe de la estética del cine mudo y del Berlín de los años veinte, y que ha sido alabado desde que se estrenara en la Ópera Cómica de Berlín en 2012. Apostando a caballo ganador, el Teatro Real vuelve a representar la versión del director de escena australiano tras el éxito que tuvo en su escenario en 2016. De hecho, algunos de los intérpretes también repiten, como Mikeldi Atxalandabaso en el papel de Monostatos, Joan Martín-Royo en el de Papageno y Ruth Rosique, que interpreta a Papagena. El director musical del Real, el inglés Ivor Bolton, estará al frente de ambos repartos y del Coro y la Orquesta Titulares del Teatro.
Bolton recordó ayer que Mozart creó los personajes de esta «singspiel» –especie de ópera popular que, como la zarzuela, combina diálogos con canto– con el reparto en mente; éste incluía a su cuñada, Josepha Hofer (en el papel de la Reina de la Noche), y al libretista y dueño del teatro donde se estrenó, Emanuel Schikaneder, el primero en interpretar a Papageno. De hecho, el libretista y Mozart, ambos masones, escribieron la ópera juntos con la intención de transmitir los ideales de la Ilustración a un público más popular, por eso era primordial que el espectáculo fuera, además, divertido.
«Mozart estaba muy involucrado con la “troupe” Schikaneder. Se trataba de un reparto del que el compositor conocía las fortalezas y debilidades. Por ejemplo, tomó en cuenta para el papel de Papageno que Schikaneder era actor antes que cantante, lo mismo que el Monostatos original», afirma Bolton. El tenor vasco Atxalandabaso asume ahora ese papel: «Yo soy la parte mala, el color lo ponen ellos –afirma, en referencia a Martín-Royo y Rosique–. Llevo el papel hacia mi terreno; intento ser alegre, aunque con una parte triste, porque el personaje desea estar con Pamina (hija de la Reina de la Noche), pero se le queda a punto de miel».
La producción de Kosky, que recupera la idea de Mozart de hacer un «show» entretenido, es tan cercana al cine mudo que su Monostatos recuerda al «Nosferatu» de Murnau, mientras que Pamina es un guiño a Louise Brooks y Papageno está inspirado en el Buster Keaton de «El colegial». «En él está basada la iconografía de mi personaje, así que repasé las películas de Keaton para entender mejor las directrices de Tobias y para poder aportar al papel», explica Martín-Royo en referencia al director de escena Tobias Ribitzki.
Tanto el barítono como la soprano Rosique mencionan las dificultades de subirse a un escenario vacío: el decorado consiste en imágenes que se proyectan detrás suyo y con las que los actores deben interactuar. «Es difícil, sí, pero tenemos un “airbag” muy bueno que nos protege de los accidentes», asegura Martín-Royo.