«En el centro del mito de Mussolini está su supuesta potencia sexual»
Antonio Scurati Ha ganado el Premio Strega 2019 por «M. El hijo del siglo» (Alfaguara), la primera parte de una trilogía de novelas documentales sobre Benito Mussolini. Un retrato feroz, sin un ápice de ficción, pero con el pulso de una novela, que muestra, en este volumen, su ascenso y sus contradicciones
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«Mussolini era un hombre hueco, que no tenía ideas propias ni principios ni estrategias ni sabía lo que era la lealtad. Antes había sido socialista, después fascista, poco antes de defender la intervención bélica, pacifista, era anticlerical, se comía a los curas, escribía palabras inflamadas en su diario para apoyar la empresa de D’Annunzio en Fiume, pero también lo traicionaba dando su apoyo a los adversarios. Tendemos a pensar en él en los años treinta, asomado a un balcón, con una idea del fascismo, con una idea de querer reeducar a los italianos, a las generaciones futuras, con una visión a largo plazo, pero en 1919, 1920 y 1921, era el arquetipo de todos los líderes populistas, que no poseía una visión propia, que aprende de lo que escucha a la gente en las plazas y los mercados. Era como el agua, que toma la forma de la vasija que la contiene, que sigue a las masas, sus bajos instintos, que no la precede. Decía que era el hombre de mañana, ese que llegaba justo un poquito después. Que secunda al resto. Esto es lo que sorprende de Mussolini».
«Bipensamiento»
Antonio Scurati, Nápoles, 1969, profesor de Literatura Contemporánea en Milán, especialista en lenguaje de la guerra y la violencia, se ha convertido en una estrella de las letras en su país. Con «M. El hijo del siglo» (Alfaguara) ha ganado el Premio Strega 2019. Es una «novela documental». La primera parte de una trilogía sobre el Duce. Una verdadera inmersión en la biografía, el pensamiento, la psicología del líder del fascismo. Un libro río. Algo que deja exhausto por la densidad y por la fascinación que ejerce su escritura. Es como asistir a la disección de un hombre, probablemente, de la historia.
–Violento y cobarde, chaquetero, mujeriego y putero. Pero luego, Mussolini vendía otro mensaje.
–Pero yo nunca usaría la palabra hipocresía con él. No es una cuestión de mentiras. No es tan sencillo. Es, como diría Orwell, «bipensamiento». Él logra seducir a las masas para que acepten un pensamiento contradictorio. Hoy puedo decir esto y mañana lo puedo desmentir. Con él, las palabras pierden el anclaje con la realidad. Las lleva a una dimensión mítica, propagandística, a la emoción. En relación con la moralidad, en el centro del mito de Mussolini está el priapismo, la supuesta potencia sexual. Los italianos lo idolatraban por eso. El hecho de que tuviera amantes formaba parte de su leyenda. Aunque fueran prostitutas. El hombre fascista, el varón fascista, tenía una relación con las mujeres de conquista militar. Las sometía. Esta era su narrativa. Desde su narrativa, no había ningún respeto por la mujer como persona autónoma, independiente, y no tenía interés por la sexualidad femenina. Mussolini escribe: «Ninguna mujer podrá sentirse bien en la intimidad conmigo porque después de gozarla, me atrae la imagen de mi sombrero». O sea, que lo que quiere es largarse inmediatamente. Para ellos era una demostración de su potencia viril. Pero las mujeres no le interesaban. Solo eran un instrumento de goce.
–¿Trataba igual a las masas, como algo que dominar?
–Exactamente igual. De hecho, decía que la masa era femenina y tenía que ser dominada. Ellos despreciaban la democracia. Piensa que Mussolini, en estos años, los comprendidos entre 1919 y 1921, no hace más que propaganda contra la masa, contra el parlamento. Es similar a la que hacen hoy esos movimientos populistas que aseguran que la democracia era inepta, que no logra tomar decisiones, que no resuelve los problemas. Él llamaba «momias» a los parlamentarios. Decía que era un mundo decrépito, cansado. Asegura que la democracia debe ser abatida, sustituida, sometida, como la mujer.
Scurati rechaza el retrato total: el hombre en su historia. Con toda la historia: la social, la política, la emocional. Para entender a la persona, hay que entender su época. Ahí están los soldados resentidos, la burguesía decadente, el miedo, la desorientación...
–¿Qué papel jugó el rencor que deja la historia en la sociedad en el auge de Mussolini?
–Es fundamental. De hecho, la clave. En 1919, Italia era un país de vencedores. Habían derrotado a los alemanes, su enemigo natural. Pero D’Annunzio, el maestro de Mussolini y un gran maestro de la propaganda, a través de su oratoria genial, forja el término «victoria mutilada» por el Tratado de Versalles. Eso que el pueblo de vencedores se siente vencido. Han ganado la contienda, pero se siente perdida. Mussolini ahonda en esa grieta, ensancha la herida. Ellos hablan de los sentimientos, de la acción, no de la esperanza, el progreso. Al revés, prefieren mencionar la desilusión, la traición. Estar amenazado genera sentimientos más fuertes que las pasiones positivas.
–Eso me suena. Hoy también es moneda corriente.
–No temo el retorno del fascismo, las personas con camisas negras y que hacen el saludo fascista... esos son una minoría.
–¿Qué teme entonces?
–El peligro en las grandes masas son las personas con buenas intenciones, los trabajadores que no tienen nostalgia del nazismo o el fascismo, que no pegarían a nadie, pero que están muy dispuestos a sacrificar las conquistas democráticas por una promesa de protección. Es lo que hacía Mussolini: conseguía que prevaleciera la melancolía sobre la esperanza. Luego, también, lo que hacía era dar un enemigo al pueblo. No muchos. Uno solo. Para simplificar la realidad. La gente estaba perdida, desorientada. Él la asienta en la seguridad y les señala a los socialistas, la amenaza de la revolución soviética.
–Según lo dice, parece que había algo más peligroso.
–Sí, porque apuntaba que a esos italianos socialistas se los dibujaba como invasores, extranjeros, en su propaganda, como si fueran portadores de la peste asiática. Señalaba, esto le sonará, que eran «antiitalianos», «quintacolumnistas», que pretendían traer la revolución a Italia y, por eso, se los puede matar. El fascismo le dice a la humanidad desorientada que no debe tener miedo y que lo que debe hacer es odiar. Se cambia el miedo por el odio. Algo pasivo por algo activo. Ellos dicen, no te encierres, odia, golpea...a los socialistas. Es enfervoriza a la gente. Insisten: nada es complejo, el enemigo es el socialista. No le tengas miedo, no te defiendas, atácalo. Es tu adversario... y es una fórmula elemental, pero potente. Temo que la gente la acepte. Hoy tenemos la brutalización de la política. Ofrecen ilusión. La Liga Norte en mi país no posee política. Lo único que tiene es una propaganda que concentra el miedo a la inmigración. Alrededor de ese perno gira todo. Y van a ganar las siguientes elecciones.
–¿No está preocupado por el regreso de la violencia?
–El problema es que la democracia se ha puesto en tela de juicio no solo por la extrema derecha, sino por movimientos, como Cinco Estrellas, que han predicado contra esas instituciones. Estos movimientos juveniles las han desacreditado antes de ocuparlas. Creo que hay mucha gente, empleados, padres, dispuestos a tolerar la violencia, respecto, por ejemplo, los inmigrantes. Si no hay violencia en la escena política es porque pertenecemos a una generación que no la ha practicado. Ellos venían de la Primera Guerra Mundial. Nosotros, del periodo de paz más largo de Europa. Si estuviéramos acostumbrados a ella, la habríamos aceptado por parte de la derecha contra aquellos que ellos consideran una amenaza, como el inmigrante. Si no se hace, es porque no hay hombres de violencia.
–¿Es peligroso ridiculizar a los populistas?
–Es un error. Trump, Boris Johnson, Bolsonaro, Salvini son populistas que tienen en Mussolini un maestro. No por fascista, sino porque él no guía a las masas, las sigue. Se conforma con su mediocridad, porque la media es vulgar. Si nos parecen ridículos es porque muchos lo son. Ellos hablan a la vulgaridad, al vulgo, a través de sus cuerpos, de su fisicidad. Pocos tienen un doctorado, pero todos tenemos un cuerpo.