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Serrat y Sabina en Madrid: la juventud no tiene edad

Los dos maestros de la canción conquistan Madrid con un espectáculo en el que atrasan las agujas del reloj

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Bromeaban con ello al comienzo de la noche porque seguramente el título del día de ayer les resultó poético y adecuado. La primera parada de las cuatro que harán en Madrid Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina tenía lugar en el llamado día más triste del año, el “blue monday”, una memez de origen estadounidense como muchas otras que compramos, pero con un indiscutible toque a la poética de quien acuñó el robo del mes de abril. Llegaban juntos los mayores tótems de la canción en España, que reinciden de gira conjunta por tercera vez, con sus voces con marca registrada. Entonación, tono y timbre que son surco en nuestra tradición mientras se quiera hacer memoria: la voz trémula y la lija del 7. Pero también por versos y palabras que construyen una memoria sentimental e incluso el paisaje sonoro de Madrid y el Mediterráneo, que ya queda escrito con su tipografía. Han calado tanto en nuestro tuétano que sus canciones pueden ser citadas como refranes o frases hechas. Prueben a decir “y nos dieron las diez” u “hoy puede ser un gran día” sin cantarlas. Digan “Fue sin querer” o “Y sin embargo” y repriman el siguiente verso. No, no se puede.
Y eso que la noche empezó con chapuza: el vídeo de presentación se gripó hasta tres veces y cuando salieron, Sabina no tenía retorno de audio. “Esta noche contigo” sonó oxidada, puede que por el nerviosismo, pero todo iba a mejorar. Plantearon la noche como una antología de sus carreras y diálogos humorísticos bien ensayados y llenos de dardos envenenados contra el otro. Y hasta 28 temas que pusieron a prueba las menguadas capacidades vocales del dúo, que ya no cumple los 75 el catalán y los 70 el de Úbeda.
Pero a Serrat y Sabina les vale con trabajar la mitad para cobrar el doble; les sirve un ademán, un gesto, una gracieta para embolsillarse la victoria. Algo como jurar, “por el flequillo de Puigdemont” (Serrat), que van a decir la verdad después de “Lo niego todo”. “Nos une el fútbol, la tauromaquia, la bebida y la noche”, resumió el catalán. Malditos poetas cascarrabias, cómo rejuvenecieron de golpe, como si por un conjuro se tratase cuando sacaron “19 días y 500 noches” (qué bueno volver a ver a Sabina más que confiado, crecido, en un escenario en Madrid) y “Tu nombre me sabe a hierba”. Sonaron todas las canciones esperadas y con cada una retrocedían las agujas de sus relojes, invocaban a la inmortalidad y, de negarse, afirmaban y ensanchaban su mitología golpe a golpe y verso a verso. Sabina y Serrat sólo hablan de dos cosas en realidad: de amar y de perder, que no es algo extraordinario, sino lo único que nos pasa a todos los demás, aunque con menos estilo. Sabina protestó cuando su amigo le llamó poeta: “No me atrevería a meterme en ese traje. Me queda muy grande”, dijo. Debían de tener ambos dos décadas menos cuando tocaron “Princesa”, “Cantares”, “Lucía”, “Mediterráneo”, “La del pirata cojo” (vestidos ambos de corsarios), “Yo me bajo en Atocha”, “Señora”, “Y sin embargo”... y la verdad es que se agigantaron en cada tema. Porque la juventud no tiene edad. Ni la inmortalidad tampoco.