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Historia

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Sinclair McKay: «La ultraderecha alemana está intentando manipular el bombardeo de Dresde»

El historiador, que publica un ensayo sobre el ataque aéreo a esta ciudad en su 75 aniversario, asegura que el camino hacia esa ofensiva «comenzó en Guernica»

«La ultraderecha alemana está tratando de apropiarse del bombardeo de Dresde y manipularlo. Durante años lo ha hecho y están intentándolo hacer todavía. Es un gran problema para esta ciudad porque estos partidos están trabajando para quedarse con esa parte de su historia». El historiador británico Sinclair McKay publica «Dresde 1945. Fuego y oscuridad» (Taurus), un impactante ensayo sobre el ataque aéreo de los aliados a esta ciudad, la Florencia del Elba, a unas pocas semanas del final de la Segunda Guerra Mundial. «Lo que pretende hacer en última instancia la ultraderecha es, primero, demostrar con esta acción que los aliados también tienen las manos manchadas de sangre al igual que ellos. Pero luego, y esto es lo segundo, llevan el argumento más allá y aspiran a establecer una equivalencia entre las víctimas judías del Holocausto con aquellas otras que murieron durante el transcurso de este bombardeo. Para ellos, están en la misma categoría. Pero cualquier persona en su sano juicio sabe que el horror que cometieron los nazis no puede compararse con este suceso». McKay, un hombre delgado, de ojos azules, serio, pero entusiasta, de traje, aunque con un sentido «sport» de la gestualidad, comenta con preocupación lo que está ocurriendo hoy en día. «La extrema derecha pretende que se considere mártires a las personas que fallecieron durante este ataque, pero eso no es viable. El problema actual es que estamos tan familiarizados con los crímenes de guerra que cometió el nazismo. Hoy existe el riesgo de que nos volvamos insensibles a lo que ellos hicieron y una historia como Dresde permite ver el horror desde otro punto de vista».

Existen numerosas voces que han criticado esta iniciativa de los aliados. Uno de los argumentos que suele esgrimirse es que esta urbe, conocida por su arquitectura y su cultura, no tenía fábricas ni puntos estratégicos. Lo que suele olvidarse, y recuerda Sinclair en su libro, es que era uno de los centro de la ideología nazi desde sus orígenes. Desde le principio, esta localidad mostró una clara adhesión hacia el Tercer Reich y que en febrero de 1945 ya solo quedaban 198 judíos de los más de 6.000 que residían en sus callas cuando Hitler alcanzó el poder. La arianización evolucionó con inusitada rapidez en este emplazamiento, definido en ocasiones como un hermoso «estuche rococó». Los judíos enseguida fueron expulsados de sus profesiones, se les impidió acceder a las bibliotecas, se les desahució, se les confinó en infraviviendas y se les prohibió tener mascotas (muchos tuvieron que matarlas), usar los tranvías, comprar flores y hasta helados. Por último tuvieron que tejer una estrella amarilla en sus ropas para que todos los distinguieran. El intelectual y escritor Victor Klemperer describe estos sucesos en sus diarios, aunque también deja constancia de los ciudadanos que discrepaban y que los ayudaron en numerosas ocasiones. «Él mismo da testimonio de la crueldad del régimen nazi, de su perversión, pero también permite ver cómo se mueve en una población normal, que a veces, incluso, es muy humanitaria y amable y que claramente no forma parte del movimiento nazi. De todas maneras, la memoria es un campo de batalla, pero en la actualidad, los habitantes de Dresde están decididos a apartar a la ultraderecha del control de este evento y que no esté presente en sus conmemoraciones que se realizan y van a hacerse ahora por su 75 aniversario. En estos eventos, no hay lugar para la extrema derecha».

Una mujer camina entre las ruinas de Dresde
Una mujer camina entre las ruinas de DresdelarazonEditorial Taurus

Sinclair reconoce que uno de los puntos controvertidos es cómo juzgar este ataque. Para él, en efecto, no se juzga igual la moral que puede tener un aliado a un nazi. Por eso, aunque los ejércitos del Tercer Reich no dudaron en arrasar poblaciones civiles desde el inicio de la contienda, de los mandos ingleses y norteamericanos se esperaba más. «No se atacó Dresde por venganza a los ataques de Coventry o Bath. Era un intento de que parara la guerra. Pero hay que tener en cuenta que la moral de las ofensivas desde el aire se había roto con el bombardeo de Guernica. Todo el mundo vio lo que sucedió ahí y se habló de ese suceso con repulsión y asco. Los políticos dieron discursos muy bonitos apelando a que nunca volviera a suceder, pero en cambio los nazis estaban fascinados con el resultado, no solo sobre los efectos en la gente, sino también sobre el marco jurídico que muchos habían tratado de establecer alrededor de esto».

Para el historiador, a partir de este ataque en el País Vasco, y a pesar de las reticencias de franceses, ingleses y americanos a dar carta libre a esta clase de ofensivas, se entró en una progresiva dinámica de violencia. «El horror de Guernica -explica Sinclair- hizo presa en la imaginación internacional, porque esa masacre parecía aventurar el futuro que H. G. Wells pronosticó: cielos repletos de aeronaves que escupían fuego. Lo había anticipado. Los conflictos tienen su propia gravedad. Empiezan las atrocidades y el enemigo se defiende. Los alemanes bombardearon de manera indiscriminada Inglaterra; los ingleses respondieron atacando Lübeck, eso hizo que Hitler ordenara destruir las ciudades más bellas del Gran Bretaña; los aliados contestaron reduciendo Hamburgo a cenizas. Cuanto más feroz es el nazismo, más frenéticos son los esfuerzos de frenarlos. Este es el camino, que comienza en Guernica y que lleva a Dresde. Se pierde la racionalidad. Esta senda llevó a que un joven científico inglés comprendiera que la huella de Dresde continuaría después. De hecho llevaría hasta Hiroshima y Nagasaki. Y es que lo más terrible del bombardeo de Dresde es que la idea de enviar 786 aviones para atacar una ciudad ya estaba anticuada en febrero de 1945. Los americanos ya habían descubierto la bomba atómica. Lo de Dresde era algo obsoleto en el instante en que se produjo».

En un volumen escalofriante, que se ha preocupado por recoger diferentes testimonios, el historiador cuenta cómo fue el bombardeo. Una narración que describe con vivacidad cómo prendieron los edificios y de qué manera los sucesivos incendios que se produjeron desembocaron en un tornado de fuego que engullía a los objetos y las personas, cómo el calor aumentó la temperatura hasta niveles insoportables y los ciudadanos que se habían escondido en los refugios morían asfixiados por falta de aire. El ambiente era tan seco que cientos de individuos ardían espontáneamente por culpa de sus ropas secas. Los que saltaron a tanques de agua para refrescarse murieron cocidos. El alquitrán estaba derretido y los adoquines calientes fundían el calzado, quemaban los pies y la gente caía al suelo, donde fallecían abrasados y llenos de ampollas. «La manera en que quedaron los cuerpos apilados en las plazas traía ecos de otros conflictos. Recordaba más a tiempos medievales. Esos cadáveres tuvieron que amontonarse y quemarse para evitar la propagación de enfermedades. Los trabajadores forzados, como judíos o prisioneros de guerra sacaban los muertos de los sótanos de ladrillos. Algunos estaban momificados, otros ahogados. El horror claustrofóbico de esos sitios es difícil de imaginar. Era el espanto de la guerra total». Sinclair explica que Kurt Vonnegut, el autor de la novela «Matadero cinco» fue una de los prisioneros a los que se involucró en la tarea de recuperar los muertos. «Decía que había que abrirse camino entre los escombros, soportar la ola de calor, con una mezcla a gas moztaza y rosas, que salía al abrir las puertas de los refugios, y que era un espectáculo inimaginable. Las autoridades querían trasladar a las víctimas al norte de la ciudad, pero no se pudo hacer. La logística era muy mala. La ciudad estaba regada de miembros de cuerpos. Había brazos colgando de los árboles. De un hombre mayor solo quedaba la cabeza con un sombrero. La gente tenía que andar entre los escombros. Era un mundo de muerte. Allí quedaron, 25.000 personas».