«Ema»: un retrato punzante y generacional del reguetón
Pablo Larraín establece en su nuevo trabajo un análisis sociológico y profundamente punk de la juventud 2.0
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Una de las secuencias iniciales de «Ema» está capitalizada por una hermosa coreografía donde un sol ardiente acaba irradiando el escenario de un rojo incendiado, condenando a todo lo que hay a su alrededor a que gire en su órbita. «Ese sol es, de algún modo, Ema», explica el chileno Pablo Larraín dos días después de la presentación de la película en la pasada Mostra veneciana. «Quería crear un personaje femenino que lo fuera todo a la vez: una hija, una hermana, una amante, una esposa, una bailarina y una madre». «Ema» es ella y sus galaxias. Sin la fuerza de atracción de Mariana di Girolamo, a ese sol le habrían faltado estallidos. «En un primer momento, la protagonista debía tener 65 años. Luego pasamos a una mujer en la edad madura, pero la cosa cambió cuando vi un cartel de Mariana en la calle. Quedamos y me di cuenta de que sin ella no habría película».
«Ema» es un filme marcadamente generacional. De una generación, los «millenial», que no tiene nada que ver con la de Pablo Larraín, que ya ha cumplido los 43. De ahí que la cinta también tenga algo inquisitivo, de curiosa exploración sociológica, por parte de alguien que se siente más cerca del personaje del marido de Ema, coreógrafo interpretado por Gael García Bernal, que de su heroína. «Ema pertenece a una generación que me pilla lejos, por eso el trabajo de campo ha sido tan fascinante. Gente como Mariana tiene, por ejemplo, una idea de la sexualidad y de la identidad de género mucho más libre que la que puedo tener yo. No existen los binarismos, no hay prejuicios a la hora de cambiar de pareja, o de compartir amantes», apunta Larraín. En ese sentido, esa libertad toma cuerpo en el reguetón, su sudor y su voluptuosidad.
Con devoción
Lo primero que puede sorprender a los neófitos de este baile latino es que Ema, a todas luces una mujer empoderada, que en ningún caso se doblega a las estructuras de poder del heteropatriarcado, se entregue al reguetón con semejante devoción, siendo a menudo sus letras un elogio al machismo neolítico. En uno de los momentos más memorables de la película, hay un rifirrafe antológico entre el personaje de García Bernal y los de Ema y sus colegas que se inspira directamente en el recelo que despierta este baile urbano entre los que enarcan la ceja ante la cultura popular. «Había que cuidarse muy mucho de decirles a las actrices que el reguetón es machista. Te respondían que lo machista era decirles qué y cómo debían bailar», afirma Larraín. «Para ellas el reguetón es libertad. Su generación es muy individualista pero también muestra un gran respeto por lo colectivo».