Sección patrocinada por sección patrocinada
Libros

Libros

Alberto Vázquez-Figueroa: “Vivo jodido por Hacienda y aún me persigue”

El aventurero y reportero de guerra publica «Año de fuegos» (Kolima), su novela número 100, y repasa una carrera plagada de peripecias por todo el mundo

Alberto Vázquez Figueroa, en su casa de Madrid
Alberto Vázquez Figueroa, en su casa de MadridCristina BejaranoLa Razón

En casa de mis padres había una ristra de libros de lomo oscuro de la colección Jet de Plaza & Janés. Todos de Alberto Vázquez-Figueroa (Santa Cruz de Tenerife, 1936). A través de ellos se accedía, con mayor seguridad y rapidez que por los cauces habituales, a mundos insólitos, países entonces exóticos que han sido paulatinamente invadidos por el turismo masivo. Buena parte de esos recuerdos de una vida de aventura los conserva el escritor en su casa de Madrid. Allí nos recibe, afable y verborreico, narrando batallitas de amor y guerra. El día 3 de febrero presenta «Año de fuegos» (Kolima), su novela número 100.

–Sus libros son los más prestados en las cárceles en 2019.

–Eso es por que son de evasión, es lógico que estén allí (ríe).

–Le sigue Pérez-Reverte...

–Un magnífico escritor. Un día me vino a ver a Casa Lucio. Me dijo que desde niño quería ser como yo. Y realmente lo ha hecho muy bien. Lo único que no me interesa es lo de la Academia.

–Se imagina usted en ese fregado, el de la RAE.

–Ni ahí ni en otra cosa del estilo. Me llevo muy mal con los escritores y con el mundo de los premios. José Manuel Lara me dijo que el único que le faltaba para el Planeta era yo, pero siempre me negué a presentarme. «¿Por que me quiere usted tan mal?», le decía.

–En los 70 usted era «lo más», ¿sigue estando de moda?

–«Arena y viento» lo escribí a los 16 años y tengo 83 y se sigue vendiendo. A mí lo que me interesa es que mi obra venda y salgan nuevas ediciones. Estar de moda significa pasar luego de moda. Lo que menos le interesa a un escritor es eso, estar de paso.

–Algunos logran vivir de los libros, pero usted se hizo millonario con ellos...

–Yo vivo jodido por Hacienda. Se ha llevado el 70% de lo que he ganado y aún me persigue. ¿Por qué, si estamos en la UE, los escritores en Inglaterra no pagan impuestos porque contribuyen a la cultura, en Francia y Alemania ingresan el 10%, en Italia el 5% y en España el 40%? ¿Es eso defender la cultura? ¿Es eso estar en la UE?

De repente, lo interrumpen al teléfono. «Era un productor», señala. Y pasa a narrarme una batallita de sus años en el cine:

–Un día me llama Sean Connery y me dice que está harto de hacer James Bond, que quiere comprarme los derechos de «Manaos» para protagonizarlo con Claudia Cardinale. Así que va y me paga 100.000 dólares en «cash» y yo llegó a casa y, como en las películas, lo esparzo sobre la cama. A los meses me llama: «Mira Alberto, me han ofrecido una cantidad tan vergonzosa por hacer “Nunca digas nunca jamás” que no puedo negarme. Estaré 3 años sin hacer “Manaos” y para entonces seré muy mayor para meterme en la selva, así que te devuelvo los derechos». «¿Y los 100.000 dólares?», le digo. «Te los quedas».

–Volviendo a las cárceles, ¿ha estado usted en alguna?

–En México. Yo venía de República Dominicana, en el 66, y me encuentro con la matanza de Tlatelolco. Yo era el enviado de «La vanguardia». Nada más llegar me llevan al calabozo, acusándome de que era enviado especial de un periódico fascistas. Al día siguiente me dicen: o te quedas aquí y esperas a que la embajada presente papeleo, que puede tardar un mes, o firmas que sales de México por propia voluntad.

–Y firmó.

–Claro. Me llevaron esposado al aeropuerto, a un avión destino Houston. Todos me miraban mal. De Houston me fui a Miami. Llegué y me dirigí al hotel Fontainebleau, donde me encuentro con que se está celebrando el concurso de Miss Universo, y claro... (sonrisa adolescente). Me dijeron que estaba todo lleno pero yo, que conocía al relaciones públicas, logré un cuarto de chóferes. ¡Qué concurso me pasé!

Alberto Vázquez Figueroa publica "Año de fuegos". Cristina Bejarano.
Alberto Vázquez Figueroa publica "Año de fuegos". Cristina Bejarano.Cristina BejaranoLa Razón

–De la guerra a la moda...

–Dije que venía a cubrirlo y me dieron sitio en la primera fila de la pasarela. Al pasar Paquita Torres, que luego fue Miss Europa, me quité la chaqueta y se la lancé. ¡La que se lió! Cuando vio el director de «La vanguardia» que estaba allí y no en México, me suspendió por un mes, pero lo pasé bomba.

–Dicen que «Año de fuego» es su libro número 100...

–No sé en realidad, porque yo publiqué también muchos con seudónimo. Escribía tanto que me daba cosa publicar cuatro libros al año con mi nombre. Es que escribo muy rápido. «El perro» lo hice en un fin de semana; «Tuareg», en veintitantos días. Si me ocupa más tiempo me sale malo. No soy un escritor, soy un contador de historias.

–Dice que el 90% de sus obras son malas.

–El 70%.

–Ya está bajando...

–Hay diversidad de opiniones: hay quien se caga en mi padre y quien se caga en mi madre. Hay dos o tres muy buenos: «Tuareg», «Ébano», «Cienfuegos»... Yo no me considero un tipo estúpido y si pudiera escribiría siempre un «Tuareg», pero sale cuando quiere.

–¿Ha usado «negros» alguna vez para escribirlos?

–¿Para qué? Yo he sido más negro de los negros que necesitaba.

–¿Nunca tuvo aspiraciones literarias? Tengo entendido que una vez se presentó al Nadal.

–Eso fue con 20 años y fue un error de juventud. Agradezco que no me lo hubieran dado. ¿Qué son los premios? Si los escritores se los reparten entre ellos... Yo he vendido 32 millones de ejemplares.

–Solo faltaba que no existiera Hacienda.

–La usura está prohibida en este país, excepto para Hacienda. En su ansia de alimentar a esta cuerda de políticos que existe, que tenemos más que en EE UU, está ahogando al país. Sus exigencias son brutales, para que luego se lo repartan entre unos y otros. Este es un país parasitario. La gente tiene que andar haciendo las cosas con dinero negro. Nos han convertido en sinvergüenzas y estafadores, sin querer serlo.

–¿Cuánto dinero perdió con su proyecto de desaladoras?

–Entre 4 o 5 millones de euros. Hacienda tampoco me permitió desgravarme dinero como inventor porque figuraba como escritor, a pesar de presentar mis patentes. Absurdo.

–¿Por qué cree que ha fracasado en su faceta de inventor?

–Porque le hacía daño a más gente que solo escribiendo. Si te metes a redentor acabas crucificado. Con las desaladoras, por ejemplo, dí con el gran negocio del mundo: el agua embotellada.

–Con el Gobierno de Aznar parecía que había sintonía.

–Se gastaron 3 millones de euros y yo otros 3 en demostrar que funcionaban mis desaladoras, pero cuando llegó el Gobierno socialista (se supone que yo era afín a ellos), Narbona echó por tierra el proyecto porque, decía, se podían electrocutar las gaviotas.

–¿Cuándo y dónde ha visto más de cerca su muerte?

–Ha habido varios en las guerras. Pero es una profesión que la admites porque te gusta, nadie te obliga. Si tu director te dice: «tú a la guerra», le respondes: «tu puta madre va a la guerra».

–¿Cuál es la guerra más sucia que ha cubierto?

–El Chad. A 50 y tantos grados, no sabías quién era uno y quién otro. Horroroso. También tengo mala experiencia de los golpes de Estado en Bolivia, que son cada tres días. Te llaman para ir, despegas en Madrid y aterrizas en La Paz a 4.400 metros de altura. Se te pone la cabeza así, con un soroche que no ves ni a tres metros, y encima te tienes que ir a un sitio donde se están pegando tiros.

–¿Teme a la muerte?

–No. Ojalá venga pronto y sin molestar. Un amigo mío de Caracas se murió viendo la tele el otro día, el programa debía ser malísimo (ríe). Eso está bien, pero odio la idea de estar incapacitado. No he estado enfermo nunca desde que en el 69 me mordió un murciélago. El hijo de puta es pequeñito, pero mira qué marca...

–¿Viaja?

–Odio ya los aeropuertos. Son un coñazo. Esperas mil horas, luego te tienes que quitar los zapatos, teclear en maquinitas...

–Cosas del turismo de masas.

–Me pongo de los nervios. Le ha quitado magia a viajar. Entiendo que quieran ver mundo, pero yo me acuerdo que la primera vez que fui a Machu Pichu: éramos 4 personas subiendo a pie, que mandaba huevos... A Galápagos fui con mi propio barco porque no había otra manera.

–¿Se siente afortunado de haber visto el mundo antes de estos tiempos?

–Sí. Era maravilloso y peligroso, pero valía la pena...

–¿África ha desaparecido?

–Ha cambiado, como todo, pero la última vez que estuve fue hace más de una décadas con mi libro sobre el coltán, que fue el primero en hablar de ese problema. No sé cómo estará ahora. Siempre he procurado hablar de lo que sé y esquivar el resto. Una vez me llamaron de la Universidad de Comillas para dar una charla y les dije que no sabía de música, ni de pintura, ni de literatura. Todos mis libros demuestran que no sé un carajo. Pero de cine y de mujeres sí que entiendo.

–¿Le duele que nadie recuerde el vínculo de España con el Sáhara en el que usted creció?

–Es lógico que la gente joven se olvide. La vida y los problemas llegan a gran velocidad. Hay que comprender que desde que se inventó este aparato (el móvil) vivimos en un mundo diferente.

–¿Y el cambio climático?

–Hay mucho de exageración y política, aunque también es cierto que hay un cambio. Pero cuando no sabes de una cosa mejor hazte el loco. Hay mucha gente hablando sin saber, porque les da vergüenza decir que no saben. ¿Por qué? ¿Eres Dios? ¿Eres Google? Si no lo eres tienes derecho a decir que no sabes.

–Las guerras de hoy son muy distintas y por tanto el modo de contarlas.

–Hoy la trasmite en directo la señora de la esquina. Nosotros teníamos que ir y conseguir que las fotos llegaran a España. Ahora te dan la noticia antes de que pase.

–Dice que si no fuese por las mujeres habría escrito el doble de libros. ¿Tanto trabajo le han supuesto?

–¡Qué trabajo! Ha sido un placer. Los hombres son un coñazo. Yo desde muy joven aprendí que con las mujeres siempre tienes que decir la verdad. Si mientes, debes acordarte de la mentira. Si solo tienes una, puedes acordarte, pero si aspiras a tener más de una al mismo tiempo (y si eres joven aspiras a eso), no puedes estar pensando qué le dijiste a cada cual. Yo opté por decir la verdad: soy un golfo y un sinvergüenza, pero no bebo alcohol, no me drogo, no pego a las mujeres y no voy de prostitutas. De ahí para adelante, señora que se ponga delante, me la llevo puesta. Muchas mujeres te permiten ser así, pero las cartas deben ser las mismas.

–¿Por tanto no es celoso?

–¡Cómo iba a serlo!

–Hoy se recela más de la seducción, los piropos...

–Sí, mi mujer se enfada porque ya no le dicen nada por la calle.

–¿Un seductor como usted se hubiese apañado hoy en día?

–No lo tendría difícil. Basta con una mirada para saber si hay posibilidad o no. Y hay que tener claro que es la mujer la que elige. Te pongas como te pongas.

–¿Echa de menos sus tiempos de Cannes, del Majestic?

–¡Claro! Ligaba de las maneras más insólitas y todo lo que quisiera. Un lugar con gente encantadora. Los escritores son una partida de pesados y pedantes, pero el mundo del cine es divertidísimo.

El “hijo de puta” de Hemingway

En sus inicios, Vázquez-Figueroa entrevistó a Hemingway: «Lo admiraba, pero salí un poco mosqueado porque me golpeaba en la piernita y me decía que llegaría lejos. No me acababa de oler bien...». Tampoco su crueldad como cazador. «En “Las verdes colinas de África” narra cómo mata un búfalo disparando a los pulmones para poder escribir cuál es su agonía. Y ahí fue cuando dije: “Este señor es un hijo de puta”. La primera obligación del cazador es matar rápidamente al animal y hacerle sufrir lo menos posible"