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Historia

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De los analgésicos a la heroína: así se enganchó EE UU

En los años 80 se puso la primera piedra de la crisis de los opiáceos en EE UU. El «enganche» de miles de ciudadanos a los fármacos de prescripción médica derivó en todo un mercado de la heroína cuando estos dejaron de recetar analgésicos.

Tarros de OxyContin en una manifestación contra los opiáceos en 2019 en Washington
Tarros de OxyContin en una manifestación contra los opiáceos en 2019 en WashingtonPatrick SemanskyAP

La historia de la epidemia de heroína conocida como «alquitrán negro» en Estados Unidos, que comenzó en la década de 1980, es paralela a la libre circulación de opiáceos con prescripción médica. Jóvenes, amas de casa, deportistas, excombatientes, obreros de la construcción, hombres y mujeres aquejados de dolores musculares, migrañas sin tratamiento o lesiones severas, encontraban un remedio «legal» en las milagrosas y carísimas píldoras comercializadas como Vicodin u OxyContin (fabricadas por Purdue Pharma), que los médicos recetaban a discreción para ofrecerles una vida mejor a través de la química, gracias a la desestigmatización de los narcóticos, mientras a los pacientes se les recordaba que el alivio del dolor era un derecho humano. El problema llegaba cuando se veían peligrosamente «enganchados», adictos sin remedio con necesidad de dosis más altas, y los galenos dejaban de prescribírselas. La semilla de la adicción había entrado en sus vidas y necesitaban un sustituto, pero más barato. Así recalaron en la heroína. Pero no cualquiera, sino una muy potente, asequible a sus bolsillos y de fácil acceso.

Esta es la durísima historia que nos relata en «Tierra de sueños» (Capitán Swing) Sam Quinones (exreportero de «Los Angeles Times» y actual colaborador de «The New York Times»), a través de relatos individuales que abarcan desde drogadictos en Portland, Oregón, hasta fábricas de píldoras en Appalachia o traficantes de heroína de una pequeña localidad de México. Un larguísimo y aterrador relato que cabalga de atrás hacia adelante y nos habla de cómo un pequeño grupo de productores de heroína de las aldeas de Xalisco, en la costa oeste de Nayarit, comenzó su negocio con miembros familiares y se convirtió en un «éxito» empresarial en Norteamérica al vender y entregar heroína como si fueran entregas de pizza.

Una intervención de urgencia por sobredosis en los suburbios de Boston en 2017
Una intervención de urgencia por sobredosis en los suburbios de Boston en 2017BRIAN SNYDERREUTERS

Esta organización mexicana –los llamados «Xalico Boys»– explotó la necesidad de legiones de adictos al tratamiento del dolor en las décadas de 1990 y 2000 hasta llegar a controlar el negocio de la heroína desde la costa Este, hasta el Oeste. Se desplegaron en todo EE UU de Portland a Tennessee, adoptando un novedoso modelo de «entrega a domicilio» de heroína que evitó a los usuarios el peligro de salir a las calles en la dura aventura de «pillar». Incluso Honolulu cayó bajo la influencia de esta pandilla de la que casi nadie había oído hablar. Algunos usaban estacionamientos suburbanos para transacciones; otros, proporcionaron heroína gratuita a los usuarios que pensaban dejar de fumar, pero los traficantes nunca consumían su barato «alquitrán negro». Según describe Quinones, dos características distinguieron a esta organización de otras: en primer lugar, controlaban todos los eslabones de su cadena de suministros; desde el cultivo de la amapola y su procesamiento en heroína negra en la pequeña población de Xalisco, hasta su venta al por menor en Estados Unidos, así como la repatriación de las ganancias usando como mensajeras a las mujeres que viajaban a casa dos veces al mes. Esto significaba que toda la red podía funcionar usando solo a miembros de un puñado de familias extensas de las mismas localidades, lo que les hacía menos vulnerables a los adversarios. Y segundo, funcionaba como ninguna gran organización criminal: abominaban del conflicto, manejaban un bajo perfil con una estructura horizontal y siempre fieles a los preceptos del mercadeo moderno.

Dondequiera que echaban raíces en Estados Unidos, las células de Xalisco pronto se ganaban una reputación entre los adictos por la altísima calidad de su heroína y por una estrategia afable hacia el cliente. Los usuarios podían llamar a los «muchachos» a cualquier hora del día o de la noche, y ellos hacían la entrega sin rechistar, evitando a los clientes exponerse en lugares oscuros y violentos. Como dijo un usuario al autor: «No tenía que salir de casa. Tratar con ellos era el verdadero paraíso». Los conductores, quienes recibían un salario semanal en lugar de un porcentaje de las ganancias, nunca consumían, y cada vez eran más reputados por su cortesía y profesionalidad. Casi siempre eran vástagos de familias campesinas pobres que buscaban hacer una fortuna rápidamente en la tierra de las oportunidades. Su método era infalible: transportaban pequeñas cantidades de heroína en globos de goma dentro de la boca, que no dudaban en tragar si les paraba la policía o se avecinaban problemas. Además, se les instaba a ofrecer descuentos a los buenos clientes con el fin de garantizarse lealtades, lo que implicaba que muchas veces estaban compitiendo por suministrar la heroína más pura al precio más bajo. Esto, a su vez, llevaba a un aumento en las sobredosis.

Restos del uso de la heroína en Filadelfia
Restos del uso de la heroína en FiladelfiaCHARLES MOSTOLLERCharles Mostoller

Una refinada estrategia de expansión

Estos «Xalisco Boys» usaban métodos inusuales para descubrir nuevos mercados. Una vez establecidos en Phoenix, por ejemplo, Quiñones especula que usaron los destinos de los vuelos directos que salían de allí en una aerolínea estadounidense como guía para su expansión. Uno de los líderes de la organización apuntó específicamente a zonas arruinadas por el OxyContin, pues sabía que tenía un mercado cautivo de dependencia de opiáceos, y que la industria médica no podía competir con ellos ni en precio ni en facilidad. Por si todo lo relatado fuera poco, los suministradores pedían a adictos de confianza que les presentaran a nuevos clientes ofreciéndoles drogas gratis como recompensa. Pero no eran tontos, evitaban como al demonio regiones con imperios de heroína consolidados, como Chicago, el norte de California o Nueva York.

No eran un cartel. Cada uno actuaba como entidades por cuenta propia, como microempresarios en busca de lugares sin competencia, donde hubiera altas tasas de adictos y con dinero fresco. Cualquiera podía ser el jefe de una red, y no había una estructura piramidal, lo que les hacía inmunes a las fuerzas del orden en tanto que, aunque utilizaban los mismos mayoristas, el desmantelamiento de una célula nunca conducía a la desaparición de esta gran red. No en vano, según el autor, esta flexibilidad les ha permitido sobrevivir hasta el día de hoy en diferentes mercados estadounidenses. Tenían otra seña de identidad: nada de derramamiento de sangre, por lo que los traficantes nunca llevaban armas y derrotaban a sus rivales con mejores productos y servicios antes que mediante la intimidación. Por esta actitud premeditadamente sumisa hacia sus rivales y hacia las fuerzas de orden, así como su desinterés por delitos como el secuestro o la extorsión –tan común en su «gremio»– estos «Xalisco Boys» eran la primera opción de los adictos. Era más sencillo dejarse seducir por una pandilla de narcotraficantes amables y educados que por los guerrilleros callejeros que podían dejar al consumidor en cualquier callejón oscuro con el recuerdo indeleble de un navajazo... Pero su estrategia aparentemente gentil escondía una crueldad sibilina que explotaba a su clientela. Una de las razones por las que eran tan afables con sus adictos era para mantenerlos enganchados. Múltiples fuentes informaron a Quiñones que, después de salir de la cárcel o de expresar su intención de mantenerse limpios, sus traficantes les suministraban heroína gratis. Eso garantizaría que siguieran «esclavos de la molécula de morfina». Toda su profesionalidad, no obstante, fue solo la preparación para una operación más rentable, construida sobre un cimiento de dolor y sufrimiento. No es gratuito que el autor dedique un capítulo a compararlos con los ejecutivos de la industria tabaquera. El número de reporteros que podrían haber escrito un libro de estas características podría contarse con los dedos de una mano. Quinones se basa en dos décadas de cubrir rincones remotos de México y de inmigrantes mexicanos a los Estados Unidos, pero como un agente de la DEA le dijo, esto no tiene fin: «arrestamos a los conductores todo el tiempo y envían nuevos desde México... Nunca se van».

Sam Quiñones, en la frontera

Sam Quiñones es un periodista de Los Ángeles, conocido por sus reportajes sobre los mexicanos en Estados Unidos, y por su crónica de la crisis de opiáceos. Su primer trabajo de periodismo fue en 1987 en el Orange County Register. En 1992 se mudó a Seattle, donde cubrió noticias del Gobierno y la política del condado para el «Tacoma News-Tribune». Se fue a México en 1994, donde trabajó como reportero independiente hasta que regresó a Estados Unidos en 2004, año en que empezó a trabajar para «Los Angeles Times» cubriendo historias sobre inmigración y pandillas. En 2013 pidió una excedencia para trabajar en su libro «Tierra de sueños» sobre la epidemia. Desde 2014, retomó su actividad como reportero independiente y escribe para importantes medios como «National Geographic», «Pacific Standard Magazine», «The New York Times» o «Los Angeles Magazine». A lo largo de su trayectoria, ha recibido varias becas y reconocimientos por su trabajo como periodista, como la beca Alicia Patterson en 1998 o el Premio Maria Moors Cabot de la Universidad de Columbia en 2008.

Una crisis que ha sufrido un alza del 300%

Mientras sus víctimas no mueran mutiladas, la eficiencia de los «Xalisco Boys» permitió extender una epidemia de adicción que ha llevado a la muerte a decenas de miles de ciudadanos estadounidenses en los últimos años. Según los Centros para el control y prevención de enfermedades, las sobredosis de heroína mataron a más de 11.000 personas en Estados Unidos en 2014, lo que representa un incremento del 300% desde 2010 y la culminación de un alza de 15 años. La más reciente Encuesta Nacional sobre Salud y Consumo de Drogas informa que hay 435.000 consumidores regulares de heroína en Estados Unidos. A finales el pasado año, la compañía fabricante del analgésico OxyContin, llegó a un principio de acuerdo para pagar hasta 12.000 millones de dólares para poder resolver las más de 2.000 demandas que hay contra la compañía y sus dueños por la crisis de los opiáceos. La compañía, que llegó a tener ingresos multimillonarios, ahora se derrumba por el peso de las miles de demandas.