El niño «deprimío» que llegó a alcalde de «Amanece, que no es poco»
La cinta de Cuerda puso a Aýna, un pueblecito de la Sierra del Segura, en el mapa, pero el paso de los años ha condenado a la llamada «Suiza manchega» a la realidad de otras tantas villas rurales: la despoblación contra la que su alcalde lucha al mismo tiempo que venera al director
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Albacete es esa ficción administrativa de La Mancha que cuenta con zonas valencianas y andaluzas. Es más, de no ser por Murcia, la región hasta se bañaría en el Mediterráneo. Pero Albacete es, sobre todo, donde la comunidad rompe con todos los convencionalismos. Si hace más de un siglo Azorín habló de su capital como el Nueva York cañí, su sierra, la del Segura, no iba a ser menos y también iba a encontrar en ella su particular oasis, «la Suiza manchega». Atrapado entre las montañas cortadas a pico y frente a la Virgen de lo Alto, ese lugar es Aýna, esencia del surrealismo cuerdiano desde que el director decidiese grabar aquí su cénit, «Amanece, que no es poco» (1988).
A escasos metros de la orilla del río Mundo todavía permanece su Semillero de Hombres, y en él continúan Uno que brota, al que da gusto ver cómo se mantiene erguido, y Garcinuño, algo mutilado, sin manos, pero, en esencia, igual que siempre: se sigue sin saber qué hacer con el buen hombre, ahora convertido en estatua. «Lo mismo da que se le riegue que se le abone. Le da por no brotar y no brota». Son las palabras que repite al ponerse frente a él, casi como un autómata, Juan Ángel Martínez, enciclopedia de «Amanece» y alcalde popular de Aýna desde junio. Elegido en unas elecciones de verdad, no de esas en las que se escoge al tonto del pueblo o se decide, «primero, quién se presenta a puta; segundo, quiénes se presentan a adúlteras; tercero, si hay alguna que quiere meterse a monja; y, cuarto, si hay alguna que le interese ser marimacho».
Desde que el ahora munícipe hiciera de «niño deprimío», incapaz de tocar la campana (a lo que Manuel Alexandre le respondía que se fuera «por ahí a pasear»), la película entró en él para no salir nunca. Tiene compañeros «amanecistas» (de la asociación que preside y que rinde culto a la cinta) que han dicho que después de la pérdida del realizador no volverán a ver el filme, pero él no piensa cortar su idilio con esos pasajes míticos del cine español: «Eternamente agradecido por ponernos en el mapa» y por las 50.000 pesetas que se embolsó, junto a su hermana, por sus apariciones. Lo suficiente para comprarse un ordenador IBM que quitase cualquier depresión. «Un pastón», sonríe con humor albaceteño, ese absurdo, sin faltar, que va de Cuerda a Joaquín Reyes.
De paseo por los huertos
Si José Luis Cuerda cambió Aýna con su largometraje (igual que los cercanos Molinicos y Liétor, donde también trabajó con esta obra), hizo lo propio con un Martínez que por entonces tenía doce años (ahora ya ha superado los 40). La llegada de este alcalde a los huertos no es la misma que la de aquel al que dio vida Rafael Alonso. Ambos lo hacen en coche, aunque en direcciones contrarias, y la ribera abarrotada de gentes de entonces ahora se encuentra arrasada por la última riada de diciembre. Casi dos meses después, el regidor todavía lamenta que la Confederación Hidrográfica del Segura no haya metido mano al asunto, «pero es que somos tan pocos, que no les interesamos. Se quedan con el agua, que es lo que quiere y lo que se deje atrás no importa».
Entrar en «la Suiza manchega» es casi hacerlo a ese pueblo en el que se presentaron Teodoro (Antonio Resines) y Jimmy (Luis Ciges) con su Vespa verde «sidecarizada». «No hay ni Dios», pero no porque los ayniegos y ayniegas sean «unos hijos de puta que se hacen pasar por fantasmas» («pues desde luego, padre, éste es el pueblo que nos ha dicho Pepe»), sino porque estamos en los tiempos de la España vaciada. Ya no sirve la excusa de «Amanece» de que todos están en Misa. Ni el guardia civil que se persigue a sí mismo (y que no llega «ni a comulgar») ni Ngé Ndomo se dejan ver, pero en su lugar aparecen una mujer muy particular y un jubilado con ganas de saber de los forasteros hasta ahuyentarlos.
Dice Juan Ángel Martínez que, «en general, la sociedad cada vez se parece más a “Amanece”», y no le falta razón, pero también da la sensación de que, en particular, la cinta dejó buena parte de su esencia en Aýna. Cuerda eligió este pueblo casi al azar, sin conocerlo previamente, pero, una vez puestos los pies en él, supo que era el lugar. Acertó. El surrealismo de la pantalla se traslada a una localidad amurallada por la agreste y bella naturaleza que contrasta con las toscas fachadas de los edificios. Góngora, Faulkner y Dostoyevski no calaron, y aquí el teniente alcalde fue el «niño sonámbulo», la oficina de Correos solo abre media hora al día (de 12:30 a 13 horas), a la zona de baño del río se le llama Benidorm y los niños brillan por su ausencia. «Solo catorce», farfulla un alcalde que ve muy lejos los tiempos pasados en los que eso no era ningún problema. Será por ello que ya se anuncie la rifa del 11 de abril: «Un bebé “reborn”», reza un pasquín al lado de la criatura, expuesta tras el cierre de una tienda.
Un americano en el pueblo
Pero, ¡ay!, si solo les faltasen niños... «Es que de 30 y 40 años casi no tenemos a nadie», reconoce un Martínez que pasa la semana entre Albacete capital y el pueblo. Es la despoblación una de las grandes cuestiones de la zona, aunque el regidor cruza los dedos para que no se pierda el turismo de fin de semana, principal sustento del pueblo: «Por lo menos, está, que otros ni lo tienen». Habla así de los armenios, argentinos, italianos y hasta un americano, como en la película, que han pasado por el lugar. También una polaca, fan de «Amanece», a la que casó al poco de entrar en la Alcaldía con un albaceteño.
Dicho esto, apunta a los otros problemas «gordos» de Aýna: «El cuidado de las personas mayores y de esos catorce niños. Cuando se cierra una casa no se vuelve a abrir», señala quien vive de los alojamientos hosteleros del pueblo (desde luego, no hizo caso a esa frase de «Amanece» sobre que «tener un negocio propio me ha frenado mucho para ser un hombre de acción») y no del sueldo del Ayuntamiento, del que solo recibe una asignación por asistencia a plenos. «Esto lo hago porque me gusta y porque todavía creo en la política». Tiene muy claro lo que le pediría al presidente del Gobierno si le tuviera delante, «que nos ayudara en infraestructuras tecnológicas. No puede ser que hayamos estado hasta diez días sin servicios móviles, así no hay nadie que se quiera venir a vivir». Pero también le rogaría en términos de políticas fiscales: «No puede ser que un establecimiento o un autónomo en Aýna, con el poco trabajo que tenemos, paguemos los mismo que en Madrid o Barcelona».
Son los sinvivires de buena parte de España y que suenan a chino en las grandes urbes. Las súplicas no son caprichos, sino pura supervivencia. Por eso, en lugares como en el de «la Suiza manchega», se hace más importante, si cabe, la labor del alcalde; porque «todos somos contingentes, pero tú eres necesario», principalmente, para sacar adelante los menesteres del pueblo.