«Andanzas y entremeses de Juan Rana»: ¡Viva el humor libre! ★★★★
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Autor: Calderón de la Barca, Agustín Moreto, Jerónimo de Cáncer y otros. Versión: Álvaro Tato. Director: Yayo Cáceres. Intérpretes: Miguel Magdalena, Juan Cañas, Daniel Rovalher, Íñigo Echevarría y Fran García. Teatro de la Comedia, Madrid. Hasta el 8 de marzo.
La originalidad de Ron Lalá no solo radica en su particular e inimitable manera de acercar el Siglo de Oro al espectador. La compañía posee otro rasgo propio, más relacionado con su personalidad que con su estilo, que en estos tiempos que corren resulta más diferenciador de lo que a uno le gustaría que fuese. Hablo de su falta de pretensiones, que no quiere decir en ningún caso falta de rigor y de hondura. Nadie apreciará en sus propuestas, concebidas en realidad con las mismas dosis, si no más, de invención y reescritura que las más transgresoras, el más mínimo intento por que resulten, precisamente, «transgresoras», que es el ridículo propósito que tanto abunda hoy en otras aproximaciones a nuestros clásicos que no pasan de ser ejercicios recargados de fatuidad y egolatría. De hecho, los montajes de Ron Lalá son, siempre y ante todo, un homenaje al autor, al texto o al personaje que los inspira. Y ese es el caso de esta función, que toma como protagonista a Juan Rana, el célebre cómico del Siglo de Oro, para levantar en torno a él un monumento teatral a la profesión del actor y, en un plano más profundo, al humor como una excelente herramienta de conocimiento y de expresión artística que siempre ha estado y debería seguir estando, a pesar de los peligros que lo acechan en estos tiempos, al servicio de la libertad y la tolerancia.
El argumento de la obra parte del episodio real del juicio a Cosme Pérez –verdadero nombre de Juan Rana– tras ser acusado de sodomía por la Inquisición. Con su habitual ingenio poético, trufado de un agudo sentido del humor, Álvaro Tato ha fabulado los detalles concretos de un proceso que le sirve como eje dramatúrgico en torno al cual va hilvanando un puñado de entremeses –algunos, muy poco conocidos, sorprenden por su modernidad casi metateatral– escritos expresamente para este actor por autores tan importantes de aquel tiempo como Calderón de la Barca, Agustín Moreto o Jerónimo de Cáncer. Todo se sucede y se solapa con esa desnudez y agilidad escénica que el director Yayo Cáceres es capaz siempre de imprimir a la acción, salpicada esta, como es ya marca de la compañía, de canciones pegadizas y de estrofas a modo casi de incisos que bien dan un oportuno respiro lúdico y satírico a la trama ahondando en algún asunto concreto relacionado con ella, o bien sirven para contextualizar a algunos personajes y clarificar acontecimientos históricos que no todos los espectadores tienen por qué conocer. En este sentido, son por ejemplo memorables las redondillas en las que, al principio de la función, el verdugo pone al tanto al inquisidor, y de paso al público, de quién es el protagonista y cuál es su relación con la corte y con los escritores del momento.
En esta ocasión es Miguel Magdalena quien interpreta al protagonista en una simpatiquísima composición, con evidente caracterización incluida, que recuerda muchísimo a la imagen de Juan Rana en el más conocido de los poquísimos retratos que se conservan de él. Acompañan a Magdalena, con su habitual solvencia en un tipo de teatro que no tiene para ellos secretos, Juan Cañas, Íñigo Echevarría, Daniel Rovalher –presumo que este actor destacaría haciendo cualquier cosa– y el recientemente fichado Fran García, que se ha integrado ya de manera admirable a la compañía.