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Cancelaciones y avisos

El Liceu Ópera de Barcelona presenta un recital protagonizado por el tenor Javier Camarena
El tenor Javier Camarena posa en el Liceu Ópera de BarcelonaPau VenteoEuropa Press

Que las cosas cambian es un hecho. También en la música. Y, con frecuencia, no para mejor. Un ejemplo de esto lo tenemos en los fenómenos de las «cancelaciones» y los «avisos de indisposición». Nos vamos acostumbrando cada vez más a que, justo antes de un espectáculo, se escuche una voz o aparezca alguien en el escenario para informarnos de que fulano de tal padece un «no se qué» pero que, a pesar de todo, actuará. Muy recientemente ha sucedido con un conocido tenor al que me referiré posteriormente.Hace años directores de orquesta como Karajan o Abbado se negaban con mucha frecuencia a que quienes trabajaban con ellos se refugiasen en ese tipo de avisos. Célebre fue el caso del inolvidable «Viaje a Reims» de Abbado en Pésaro. Una de las sopranos, Katia Ricciarelli, quiso utilizarlo y Abbado se negó. Cuando era su salida al escenario no aparecía y sus compañeros, sin saber qué hacer, empezaron a improvisar hasta que Cecilia Gasdía, que intervenía después, empezó a cantar las frases de Ricciarelli entre bambalinas y, rápidamente, vistieron a otra soprano para que sustituyese a la «desaparecida». Ricciarelli, ni corta ni perezosa, se había ido del teatro cabreada por la «incomprensión» del maestro. Lógico, cuando Abbado llevó la ópera a Viena cambió a ésta por Caballé. Hay artistas cuyas cancelaciones eran y son célebres. Algunas con motivo. Anja Harteros tiene a su marido muy enfermo y cancela cuando le llega una crisis. Jonas Kaufmann padece problemas intermitentes desde la afección que sufrió. Dos veces canceló en el Real. Supone un perjuicio para quienes han programado y pagado un viaje para escucharles y esto debería ser valorado. Pero no hay mal que por bien no venga y las cancelaciones de famosos dan la oportunidad a que otros, en sus inicios, sean lanzados a la fama. Son los casos de Corelli y Domingo en el Met con «Adriana Lecouvreur», de Corelli y Carreras en Múnich con «Tosca» o de Horne y Caballé en el Carnegie con «Lucrecia Borgia». Teresa Berganza, a quien se llegó a llamar «madama cancelation», no cantaba si no se encontraba en perfectas condiciones. Hay artistas que nunca cancelan ni avisan. Alfredo Kraus fue uno de ellos. Canceló por enfermedad una sola vez en su carrera. Una mezzo amiga me comentaba que, tras un penoso recital de Ricciarelli en Nueva York en el que avisó de indisposición, fue a verla al camerino para recomendarle reposo y ésta le contestó: «Si, ya, pero el cheque lo tengo en el bolsillo». En aquellos tiempos se consideraba que si un artista tenía que «avisar» dos veces seguidas debía cancelar sus compromisos siguientes y descansar. Ahora ya no y el reciente caso de Javier Camarena es un ejemplo. En su gira de tres semana avisó al menos en Barcelona, Valencia y Madrid, donde acabó cantando mexicanas en vez de arias. Fue una actitud poco responsable con el público y en algo tuvo que ver el hecho de «ir a taquilla». Más o menos lo del cheque de Ricciarelli. Vivimos tiempos del «vale todo», pero no debería ser así.