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Johnny Depp, la caída de un dios

El actor presentó en el Festival de Berlín la plana «Minimata», en la que da vida al fotógrafo W. Eugene Smith.

Podría decirse que no pasan los años para él, pero mentiríamos como bellacos. Johnny Depp, el que fue actor fetiche de cineastas excéntricos, el hombre de las mil caras, el capitán Jack Sparrow, no ha podido resistir el peso de la fama. Hace mucho que su piel tiene un brillo encerado, como de parqué reluciente, y que su caché cotiza a la baja. La presencia de «Minamata» en la sección Berlinale Special se debe a que, al menos el fin de semana, el festival tiene que llevarse a la alfombra roja a alguna estrella, aunque sea en decadencia. En la película de Andrew Levitas Depp encarna al fotógrafo W. Eugene Smith, que, entre lingotazos de whisky y generosas dosis de anfetaminas, intenta llevar a cabo un último encargo para la revista «Life»: documentar la muerte lenta de un pueblo japonés, envenenado por el mercurio que libera una gran corporación industrial.

Un tipo místico

Huelga decir que Depp se puso místico en la rueda de Prensa. Tenía claro que, por muy indirectas que fueran las preguntas, no respondería a nada que tuviera que ver con su vida personal, su desastroso divorcio de Amber Heard, la relación con sus hijos y sus pasadas adicciones. Pero al menos había que posicionarse ante los problemas del mundo. Y sacó, antes de decir «ooommmm» con las gafas de sol puestas, el I Ching por delante para recordarnos que todos, estrellas y hombres y mujeres de a pie, pueden contribuir con su granito de arena a curar las heridas del universo. Lo que decíamos: se refirió a uno de los eneagramas del I Ching que simboliza «el poder de lo pequeño». «Cuando nos enfrentamos a problemas monumentales, no importa que sean políticos, sociales o del medio ambiente», explicó Depp, «los esfuerzos combinados de los individuos pueden provocar grandes cambios. No hay más que ir socavando, poco a poco, para hacer que el problema se disuelva». Aunque la acción transcurre en 1971, la película, más plana que una tabla de planchar, se preocupa por la responsabilidad de las grandes empresas en la contaminación de nuestro entorno, lo que, a ojos de Depp, la hace plenamente actual.

Depp, al que le faltó pronunciar el célebre «Be Water» para levitar un rato, encarna a Smith atacado por el síndrome de la mímesis. Tiene la desgracia de que Smith no es ni Ed Wood ni Eduardo Manostijeras, lo que pone en peligro sus tendencias manieristas: lo que queda al desnudo es la más triste, apagada sobreactuación. Con una barba ondulada y mal recortada y un pelo canoso y grasiento, tiene suficiente para columpiarse en uno de esos personajes «bigger than life» que son perlas cultivadas para los actores de método. «Mi modo de ver a Smith es que su cabeza soporta un nivel de ruido muy alto», contaba ante la Prensa. «Cuando tienes ese ruido de fondo, esa electricidad estática, esa cacofonía de voces hirviendo en tu interior, es muy fácil que acabes aislándote. Sentía que estaba encerrado en una manera muy particular de entender su destino». Imposible sacarle a Depp lo que tiene en común con esta alma atormentada. Imposible entender por qué lo interpreta con una convicción tan blanda, tan remozada de clichés.

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