Cuando Weinstein hacía donaciones a Hillary Clinton
La ex candidata demócrata acude a una rueda de Prensa de la Berlinale para presentar el documental sobre su vida, «Hillary», dirigido por Nanette Burstein
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Hace dos días, Harvey Weinstein fue acusado de violación y delito sexual por un jurado de Nueva York. Ayer, Hillary Clinton, que estaba en la Berlinale presentando un documental sobre sí misma, genio y figura, afirmaba en rueda de Prensa que la sentencia hablaba por sí sola, que poco tenía que añadir. Nadie le sacó las fotos que se había hecho con Weinstein durante fiestas benéficas, pero sí le mencionaron que el magnate violador había hecho generosas donaciones para sus campañas. «Es cierto, pero no fui la única. Lo hizo con mi partido, incluso con Obama». Con esta simple anécdota se define la paradoja hillaryniana: la diplomacia de quien fuera secretario de Estado siempre esconde una cierta opacidad en sus juicios. Véase qué dijo ayer cuando se le preguntó si apoyaría a Bernie Sanders en su carrera presidencial contra Trump, teniendo en cuenta que, en el documental de Nanette Burstein, lo pone a parir. «Apoyaré al candidato que se nomine».
El caso Lewinsky
El documental, que hace un apresurado repaso de su carrera política deteniéndose especialmente en el caso Lewinsky y en su campaña electoral de 2016, a la que Burstein tuvo acceso exclusivo, pretende erigirse como retrato poliédrico y contradictorio de una mujer a la que se odia por los mismos motivos por los que es amada. Hillary insiste en que ha tenido que trabajar el doble para demostrar su valía por ser mujer. A raíz de los sexistas comentarios que le dedica su bestia negra, Donald Trump, es difícil dudar de sus palabras. Ayer mismo, Trump aprovechó la sentencia de Harvey Weinstein para meterse con ella y con Michelle Obama. Huelga decir que, en rueda de Prensa, a Clinton le faltó muy poco para que un periodista encendiera la mecha anti-Trump. Escucha su nombre y se pone en guardia. «Es un peligro para la democracia porque es una inspiración para todos los políticos autoritarios del mundo. Su discurso está fundamentado en atacar a las minorías, a los desfavorecidos, a los débiles, a los inmigrantes», sentenció. Habría sido oportuno que hablara del aborto, porque la película americana que ayer competía por el Oso de Oro –«Never Rarely Sometimes Always», de Eliza Hittman– está protagonizada precisamente por una chica de diecisiete años que quiere interrumpir su embarazo.
Una de las grandes virtudes del filme, ganador del Premio Especial del Jurado en el pasado Festival de Sundance, es objetivar las distintas posturas morales sobre el tema que existen en una sociedad tan puritana como la yanqui. Lo consigue gracias a pegarse al punto de vista de Autumn (espléndida Sidney Flanigan), la protagonista, que no es precisamente locuaz a la hora de explicar las motivaciones psicológicas de sus decisiones pero que reacciona de una forma espontánea, desarmante, cuando una pregunta descongela o hace temblar su sistema de certezas, como le ocurre en la escena en que una asistente social le interroga sobre si ha sufrido abusos o ha sido violada.
Sin juicios morales
Entre el cine de los Dardenne y el «indie» más lacónico, el filme de Hittman no solo explora la complejidad emocional de una adolescente frente a un decisivo dilema moral –sin juzgarla–, sino que examina con enorme afecto la relación entre dos chicas que se apoyan sin ni siquiera mediar palabra. Hittman sabe filmar sus rostros y sus cuerpos midiendo la calidez de su temperatura, como si la propia textura de la imagen (espléndida fotografía de Hélène Louvart) transmitiera el cariño que se profesan. En las antípodas de la película de Hittman, la italiana «Favolacce», de Favio y Damiano d’Innocenzo, imagina un escenario de vidas cruzadas a partir de la desesperación que se masca en una urbanización de casas adosadas en las que la obediencia postmillenial pueden llevar a la autodestrucción del futuro de una comunidad. Una especie de Todd Solondz con una cierta tendencia al tremendismo apocalíptico.