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Literatos del séptimo arte

La literatura ha sido y es un espléndido vergel que el cine ha sabido explotar a conciencia para mayor y mejor disfrute del espectador. Aunque el binomio pueda ser a veces una matemática fallida
Tania Nieto
  • Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Miembro del equipo fundacional de LA RAZÓN. Más de dos décadas en la sección de Opinión. Con anterioridad desarrollé mi labor profesional en el Diario Ya durante nueve años. He colaborado en distintos semanarios generalistas y especializados

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¿Se imaginan hoy el cine alejado o de espaldas a la literatura? En términos políticos, tan de moda en estos tiempos patrios, ¿cordones sanitarios entre ambas expresiones artísticas? ¿Compartimentos estancos en los que fuera imposible establecer vasos comunicantes? Es obvio que una parte sustancial de la producción cinematográfica con el correr de las décadas se ha cimentado en guiones originales con la firma de escritores que hicieron fortuna fuera de la ortodoxia narrativa, ajenos al circuito y la trascendencia que acompañó siempre a los talentos universales e inmortales que convirtieron sus obras en patrimonio de la humanidad mucho antes de que el séptimo arte se hiciera presente para alumbrar otra expresión y otro lenguaje creadores con que iluminar la posteridad. Afortunadamente, y gracias a la virtud de muchos de esos guionistas adaptadores y servidores de la gran pantalla, el vínculo entre la literatura y el cine ha resultado ser una pócima extraordinariamente eficaz y gratificante en muchos casos, aunque no tanto en otros. Pues, al fin y al cabo, el libro y el celuloide son mundos de una u otra forma conectados, pero realidades paralelas con lenguajes diferenciados que la técnica y la maestría a veces encajan y compatibilizan hasta rendir frutos extraordinarios y en otras producen bodrios. Y es que es un hecho que una buena novela u obra de teatro no garantiza una gran película, ni siquiera una entretenida o tolerable. Obras maestras de la literatura universal se han despachado como mediocridades en las salas. También es verdad que obras menores con relativa popularidad y recorrido han cimentado inolvidables joyas de la cinematografía. En este sentido, por ejemplo, la obra de William Shakespeare, el escritor llevado al cine en el mayor número de ocasiones, acumula un historial en la gran pantalla de lo más inconsistente y diverso. Sea como fuere, la otra variable, la económica, juega a favor de las adaptaciones literarias, pues sus pelÍculas logran un 53% más de taquilla que las de los guiones originales. Cine y literatura, en la salud y la enfermedad, hasta la posteridad.

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