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El último fiasco de Bardem

El oscarizado actor presenta en la Berlinale su nueva y fallida película, «The Roads Not Taken», junto a Elle Fanning y la directora Sally Potter
RONALD WITTEKEFE
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Cuando ganó el Oscar por «No es país para viejos», parecía que Hollywood le tendería la alfombra roja, que su carrera americana sería fulgurante. Pero, tal vez con la excepción de «Skyfall», lo cierto es que las películas que Javier Bardem ha rodado en inglés no hacen un currículum demasiado digno. Ya que su último fiasco, «The Roads Not Taken», que ayer presentó a competición en la Berlinale junto a la actriz Elle Fanning y la directora Sally Potter, trata de esas vidas que podríamos haber tenido pero que dejamos escapar y cabe preguntarse qué habría ocurrido si Bardem no hubiera filmado películas como «Caza al asesino», «El consejero» o «Diré tu nombre». Es probable, por ejemplo, que «The Roads Not Taken» no existiera. Leo (Bardem) está mentalmente discapacitado. Mientras le cuesta horrores relacionarse con el mundo real –que su hija (Fanning) gestiona por él con una mezcla de sacrificio y sobreprotección–, le resulta más fácil comunicarse con aquellas vidas que tocó una vez con la punta de los dedos.
Así las cosas, su cabeza está siempre en otra parte, en otra dimensión del tiempo: o en México, con su primer amor (Salma Hayek), intentando superar una pérdida fatal, o en Grecia, solo, rematando una novela que le obligó a abandonar toda responsabilidad familiar. «Todos somos una multitud», explicaba ayer Sally Potter en rueda de Prensa. «Escogemos una personalidad y la interpretamos, pero estamos llenos de potencialidades. La película quiere dar cuenta de la fluidez de esas multiplicidades, sabiendo que todos los caminos que no tomamos siguen existiendo de algún modo en universos paralelos y simultáneos». Este borgiano escenario, que, al desplegarse, podría resultar un precioso y emotivo relato hipertextual, pretende rimar y crear contrapesos con el presente a través del montaje, pero Potter fracasa en el intento de darle una entidad dramática a ese diálogo entre capas.
Los personajes apenas existen más allá del esbozo, de modo que poco nos importa la relación paterno-filial, y mucho menos ese Bardem en espejismos, casi inmóvil, sin historia que contar, atrapado en un cuerpo autista con el que el actor lidia como puede. Otro camino posible que habría sido mejor no tomar era el que Burhan Qurmani transita en «Berlin Alexanderplatz», nueva adaptación del clásico de Alfred Döblin que comete el error de contemporizar su trama convirtiendo al protagonista, que era alemán de pura cepa, en un inmigrante de color.

«Yo soy Alemania»

Cuando Francis proclama a los cuatro vientos «yo soy Alemania», la película evidencia algo que la novela –y la magnífica versión en formato serie televisiva que firmó Fassbinder en 1980– ya dejaba entrever: este hombre sin atributos, que solo quiere hacer el bien pero se deja arrastrar por el mal, era el símbolo de un país que, en el periodo de entreguerras, iba a ser seducido por el nacionalsocialismo.
Resulta más discutible qué queda de la dimensión política del personaje con el cambio de época y de raza. ¿Acaso no se desvirtúa el texto de Döblin? Ahora, corrompido por un Reinhold de tebeo, mucho menos amenazante y ambiguo que el de Fassbinder, Francis es, antes que un hombre manipulable y confiado y un bruto con arrebatos violentos, un estúpido de la cabeza a los pies. Así, la película, de tres horas de metraje, no alcanza a ser la tragedia épica, a veces un tanto grotesca, que era el original, y tampoco logra radiografiar las cloacas de la Europa del bienestar –con la inmigración ilegal, la precariedad laboral y el neocapitalismo marginal como principales puntos críticos– con la lucidez que exigiría un proyecto de tal envergadura.