El suicidio de Plácido Domingo
¡Ha habido y hay tantos músicos a quienes les podía suceder lo de Domingo! Pavarotti, casado con Adua, fue uno de ellos
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Cualquier gran figura del arte, la política, etc. lleva consigo su obra y su persona. Con gran frecuencia son inseparables. Así no se puede escribir de la música de Chaikovski o Wagner aislándola de sus vivencias personales de carácter sentimental. En ocasiones estas vivencias son desconocidas para el gran público, pero otras no. Plácido Domingo ya no podrá separar el tenor del personaje.
A mediados del pasado agosto surgió un tema al que su nombre irá ya ligado por siempre. Una empresa de comunicación informó de posibles acosos de décadas atrás por parte del tenor según habían declarado algunas mujeres. Domingo tardó en reaccionar, se le suspendieron varias actuaciones en EEUU y emitió un comunicado que respondía fielmente a su forma de ser, pero que era un profundo error. Quienes vivimos los mundos artísticos, políticos, etc. sabemos cuanta admiración causan algunas figuras prominentes, sean hombres o mujeres y sabemos que en ocasiones esos admiradores/as, embelesados, desearían tener una relación más íntima con su personaje, llegando a insinuarse. También que otros/as se acercan buscando objetivos materiales como una ayuda en su profesión. Y, sabemos también, que esos personajes admirados se dejan seducir, ponen su grano de arena en la seducción o la abordan por completo. Es el juego de la vida y ¿cuántos de ustedes, yo incluido, no lo hemos vivido? Plácido Domingo, que ha sido toda su vida un conquistador, sólo tenía que haber declarado: «Muchas mujeres se han acercado a mí, por admiración o por interés, llegando a insinuarse. A nadie le amarga un dulce y yo los he saboreado. Pero, nunca esa relación ha servido para apoyar o torpedear una carrera». Sin embargo, sus asesores le metieron en berenjenales perjudiciales. He hablado de este tema con muchos compañeros de Domingo, famosos como él y no famosos. Hay unanimidad en que nadie ve a Plácido abordando a una mujer de una forma «basta», no elegante, como también la hay en la convicción de que Plácido ha sido un seductor. Todos lo sabíamos. Incluso su propia familia. Tengo la absoluta convicción que su familia, mujer e hijos, eran conscientes de ello y lo permitían. La familia miraba a otro lado y ahora siento lástima por Marta Ornelas, una mujer que se enamoró del tenor a los 21 años y le ha acompañado durante 60. Ella, que era una soprano con posibilidades, sacrificó su carrera para dirigir la de él y lo hizo con mano férrea. Recuerdo que cuando entrevistaba a Plácido, ella se sentaba a escuchar en una mesa próxima y, si Plácido decía algo inconveniente, enseguida intervenía para remediarlo. Su control es total. No me es difícil imaginar a Marta advirtiendo a su marido: «Plácido, haz lo que quieras mientras no salga una palabra en la Prensa. Yo no soy como Adua y manejo las cuentas». ¡Ha habido y hay tantos músicos a quienes les podía suceder lo de Domingo! Pavarotti, casado con Adua, fue uno de ellos.
Estos meses han sido terribles para el matrimonio: las cancelaciones, las no cancelaciones, pero…, las ovaciones en algunos teatros, la espada sobre su cabeza pendiente del informe de Los Angeles… No entendieron que estaban en un tiempo de prorroga que había que aprovechar para irse despidiendo. Debió hacerlo en cada teatro donde aún actuó y anunciar que estas ciudades serían su despedida. También estaba, casi con 80 años, en edad de hacerlo y Marta le debió obligar a ello. El problema es que Plácido no tiene vida sin los escenarios. Se enfadó mucho conmigo cuando escribí que le gustaría morir en un teatro, como Tucker o Warren. Ahora pienso en lo triste que debe ser para él acabar una vida en el descrédito y me inspira una enorme compasión, porque estoy convencido que jamás hubo violencia alguna en su relación con las mujeres y el abuso de poder es cuestión muy relativa, si es que alguna vez lo ejerció.
Pero llegó la entrada en prisión de Harvey Weinstein y, un día después, el informe del sindicato de la ópera AGMA y también la noticia, cierta o falsa, de la negociación para rebajar su tono mediando medio millón de dólares. Me viene el recuerdo del film «El irlandés» y los negocios sucios del sindicato de transportes. Otro ejemplo típico con la marca USA. Los nervios provocaron el suicidio de Domingo, la emisión de un comunicado en el que no había reconocimiento alguno, pero se pedía perdón y aceptaban todas las responsabilidades, ¿Responsabilidades de qué? Luego, un tercer comunicado aclarando “Nunca me he comportado agresivamente con nadie, y jamás he hecho nada para obstruir o perjudicar la carrera de nadie”. Como expresa Violetta en el cuarto acto de «Traviata»: «É tardi!». ¿Quién es el torpe que asesora a Domingo? El comunicado que debió emitir era muy simple «Rechazo por completo el informe, aunque en él no se me impute ninguna ilegalidad ni responsabilidad penal y me reafirmo en que jamás empleé violencia alguna con una mujer ni perjudiqué su carrera». Punto y final. Apena enormemente pensar en el futuro de Domingo sin los escenarios, porque pocos si alguno le van a quedar una vez que el de su propia ciudad natal, Madrid, le ha dado la espalda y también me inspira temor que, tras su segundo comunicado, alguien le demande buscando un beneficio económico tras él asumir todas las responsabilidades. Hay errores que se pagan caros. Durante años quedará en primer plano esta huella en su biografía. Habrán de pasar muchos para que Plácido Domingo sea recordado sólo por el gran artista que fue. El mismo ha roto el mito. Ha sido un suicidio en toda regla.