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El misterio de la tumba de Pedro

«Está Aquí», sentenciaban las paredes del mausoleo, sin embargo, el sepulcro se encontró abierto y vacío
La RazónLa Razón

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No debió ser fácil para el recién electo Pío XII ordenar, en 1939, el inicio de las excavaciones bajo el Altar de la Confesión, donde la tradición situaba la primitiva sepultura del apóstol Pedro, en las mismas entrañas del Vaticano. Ningún Papa hasta entonces había osado emprender algo semejante. Pero el mundo convulso del siglo XX reclamaba a gritos ese tipo de evidencias y el nuevo Pontífice vislumbró el momento propicio al descubrir, durante la inhumación de su antecesor Pío XI, un misterioso mosaico. Comenzó entonces una búsqueda incansable para el orbe católico, dado que en torno a la historia de aquel pescador judío de Betsaida se cimentaban los orígenes de la Iglesia y la historia de los Papas nada menos. Pedro, cuyo nombre de nacimiento era Simon bar-Jona, hijo de Jonás, fue uno de los discípulos más allegados de Jesús. Su hermano Andrés le presentó al Maestro. Estando a orillas del mar de Galilea, Jesús les dijo a los dos hermanos: «Seguidme, y yo os haré pescadores de hombres». Y ellos dejaron las redes y le siguieron sin titubear. El nombre de «Pedro» se lo dio el propio Jesús más tarde, al encomendarle el devenir de su Iglesia. Significa «roca» o «piedra», según se emplee el vocablo del arameo o del latín. También le entregó las llaves del Cielo y con ellas la responsabilidad de erigirse en líder de su Iglesia naciente.

Encarcelado por herodes

Tras la muerte y resurrección de Jesús, Pedro inició su apostolado. Sabemos que estuvo encarcelado por Herodes Agripa, pero logró escapar y predicó la palabra de Dios por distintos lugares hasta llegar finalmente a Roma, donde murió crucificado boca abajo por su propia decisión, pues en modo alguno se consideraba digno de morir como su Señor. En conmemoración del lugar de su tumba, precisamente, se ubica la Santa Sede en San Pedro del Vaticano. De ahí el hallazgo tan crucial efectuado durante el pontificado de Pío XII. Aun así, el trabajo no resultó sencillo. Las investigaciones arqueológicas se prolongaron durante diez largos años, dirigidas por monseñor Ludovico Kaas, quien descubrió bajo la Basílica de San Pedro una enorme necrópolis con sepulturas de influyentes familias romanas en muy mal estado. La razón del deterioro debió ser la propia construcción de la Basílica en tiempos del emperador Constantino, así como del Badalquino de San Pedro, obra barroca del maestro Bernini. Fue entonces cuando se produjo el sensacional descubrimiento: una tumba cristiana abierta... ¡y vacía! Poco después, el Papa Pío XII proclamó alborozado en su mensaje radiado de Navidad: «¡Hemos encontrado la tumba de San Pedro!». La investigación se cerró, sin embargo, con cierto poso de decepción al no hallarse restos y alguna pregunta sin responder. Hasta que la doctora Margherita Guarducci, toda una autoridad en epigrafía griega y paleocristiana, tras dedicar seis años de su vida a examinar los grafitos descubiertos en los muros adyacentes de la tumba, logró descifrar las distintas inscripciones hechas con punzón en las paredes del mausoleo. Tan reveladores, como enigmáticos, eran los mensajes que poco a poco iban saliendo a la luz: «Pedro, ruega por los cristianos que estamos sepultados junto a tu cuerpo», se imploraba en uno de ellos. Y otro era aún más rotundo y esclarecedor: «Pedro está aquí», sentenciaba. Por si fuera poco, la doctora Guarducci fue capaz de distinguir también una letra «P» con varias líneas horizontales que simbolizaban la llave del Reino de los Cielos.

Restos mortales

Pero lo mejor estaba aún por llegar. Junto a esos grafitos, aparecieron algunos restos mortales que Venerato Correnti, catedrático de Antropología por la Universidad de Palermo, estudió con la meticulosidad y paciencia de un entomólogo. Hasta concluir que algunos huesos eran humanos, pero otros correspondían a un roedor atrapado en aquel remoto lugar. Sus conclusiones resultaron ser fascinantes. Por un lado, se trataba de un varón setentón y de complexión robusta, que vivió en el siglo I. El catedrático Correnti localizó además restos de hilo de oro y cierto tizne rojo que le hicieron pensar que al difunto Pedro se le envolvió en un manto de oro y púrpura para proteger mejor el cadáver. El mundo recibió con gran júbilo la noticia en 1962, por boca de Pablo VI: «Hemos llegado al final. Hemos encontrado los huesos de San Pedro identificados científicamente por especialistas», concluyó. Para acallar algunas voces discrepantes, el Papa Francisco mostró por primera vez, en noviembre de 2013, el pequeño cofre con las reliquias del Apóstol. Su gesto se interpretó como una decisión del Vaticano de dar por resuelto el presunto misterio.

La fecha

1939 Pío XII inició las excavaciones arqueológicas bajo las grutas vaticanas para verificar si los restos de Pedro estaban allí, algo que ninguno de sus antecesores había hecho.

El lugar

ROMA Monseñor Ludovico Kaas descubrió que bajo la Basílica de San Pedro había una necrópolis con sepulturas de influyentes familias romanas, las cuales se hallaban en mal estado.

La anécdota

El catedrático Venerato Correnti identificó años después los restos de un varón setentón y de complexión robusta, que vivió en el siglo I y resultó ser San Pedro.

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