«Una novelita lumpen»: Bolaño y la sordidez humana ★★✩✩✩
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Autor: Roberto Bolaño. Versión y directora: Rakel Camacho. Intérpretes: Rebeca Matellán, Jorge Kent, Diego Garrido y Trigo Gómez. El Pavón Teatro Kamikaze, Madrid. Hasta el 15 de marzo.
La directora Rakel Camacho le hinca el diente a Roberto Bolaño con esta adaptación teatral, firmada por ella misma, de «Una novelita lumpen», la última narración que el autor chileno vio publicada en vida. Como en buena parte de sus obras, Bolaño exploró en esta breve novela la asfixia vital y, por añadidura, moral de los perdedores, y al mismo tiempo su inquebrantable impulso para salir a flote en las ciénagas de la sociedad.
Como consecuencia de un accidente de tráfico en el que fallecen sus padres, Bianca y su hermano Enrico, aún adolescentes, se ven obligados a iniciarse en la vida adulta sin más orientación que la propia intuición, la voluntad y el paulatino aprendizaje por ensayo y error. «No tenemos a nadie que nos enseñe cómo se hace el amor», reconoce la protagonista ante su hermano con un lenguaje que suena claro, rotundo y, a la vez, muy simbólico durante toda la representación.
En efecto, todo el halo poético del autor, tan descarnado y contundente en su particular estilo literario, se refleja muy bien en esta versión. Sin embargo, hay un distanciamiento innecesariamente extremado, por parte de la directora, de cualquier indicio de naturalismo en todo el lenguaje no verbal que acompaña a ese texto. Ciertamente, ni Bolaño es realista en sentido estricto ni, aunque lo fuera, tendría que ser necesariamente realista la puesta en escena de un libro suyo. Lo que pasa es que, tanto en la novela original como en esta certera versión, ya están suficientemente marcados el destino hostil y la marginalidad de los personajes, por lo que llega a resultar disonante en ocasiones abundar más en ello con el lenguaje corporal, con el vestuario y con la propia concepción plástica de algunas escenas. Sobre todo, teniendo en cuenta que Camacho ya había sorteado, de manera encomiable, la mayor dificultad que presentaba la función para que su extraña mezcla de vitalidad y crudeza prendiese con éxito en el patio de butacas; y esa dificultad no era otra que dar, como ha hecho ella, con el tempo preciso y pausado que exige una historia que, en realidad, dimana de una remembranza de la protagonista; un recuerdo, desvaído y lúcido a la vez, del pasado aciago sobre el que ha ido afianzándose un presente que camina ahora buscando otros lugares. Y ese clima de tensión estática, tan convenientemente reposada; esa atmósfera de incómoda calma chicha, en el curso de unos acontecimientos desesperados, es aprovechada por los actores –especialmente por Rebeca Matellán y Jorge Kent– para hacer un estupendo e hipnótico trabajo de introspección dramática en el que los silencios resultarán tan elocuentes para el espectador como las propias palabras.