Georgi Márkov, el escritor que mataron con un paraguas
Los servicios secretos búlgaros lo asesinaron en el puente de Waterloo de Londres para silenciar su denuncia del régimen
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Vivir bajo un régimen soviético es como participar en una partida de póquer. Un juego de verdades y mentiras. Una mano donde no siempre gana quien tiene mejores cartas. El escritor Georgi Márkov nació en 1929 en Sofía, pero enseguida comprendió que los ciudadanos del otro lado del Telón de Acero poseían cualidades para participar en las timbas de naipes. Tenían una habilidad extraña. Insólita. Algo que los equiparaba al dios Jano. Poseían un doble rostro: el que mostraban a los demás (los hipotéticos jugadores) y el que se reservaban para ellos. Una idea brillante. Una ocurrencia que desarrolló en una acertada metáfora sobre aquellos países: «Retrato de mi doble». Es un relato perspicaz, cargado de psicología. Una obra que revela la atmósfera que predominaba en los regímenes soviéticos. Un ambiente donde prevalecía la hipocresía y la corrupción estaba a la orden del día. La económica y la moral. A través de un grupo de ludópatas y otros adictos a la adrenalina de las apuestas, Márkov presenta a un periodista poco escrupuloso. Alguien que se dedica a protestar «contra las injusticias y luchaba por la verdad». Un mesías de la verdad. Solo que él no resiste las tentaciones del desierto. Pronto comprende lo ventajoso que resulta conseguir ascensos. Descubre los beneficios que reporta airear la propaganda afín a la dictadura en vez de revelar el catálogo de injusticias. ¿Les suena? Con cierta ironía, escribe: . «Me sentía como un mercenario que hubiese cumplido su tarea con destreza profesional». Después, con igual desparpajo, redondea: «Me desembaracé de mis ingenuos escrúpulos accediendo así a un campo de vasto y espacioso de horizontes inabarcables. Me fascina la inmensidad». Todo sarcasmo.
Georgi Márkov, un tipo que vivió la escritura como un riesgo, vivió una paradoja: falleció cuatro días después de que lo mataran. Esperaba el autobús en el puente londinense de Waterloo cuando sintió un pinchazo en una pierna. No lo sabía, pero lo acababan de matar. Emplearon el método del paraguas. Consiste en inocular una bola de veneno a través de este objeto. Toda una tradición en el mundo del espionaje. Márkov sufría la consecuencia de los hombres con talento que les toca vivir bajo la opresión de una dictadura. Desde temprano despuntó por su ingenio literario y su espíritu crítico. Sus dramaturgias, según se estrenaban, se censuraban. Sus libros eran incautados en la imprenta o se retiraban antes de llegar a los lectores. Adquirió su prestigio con «La mujer de Varsovia», «El techo» o las obras de teatro «El ascensor» y «Comunistas». Tardó en entender que su país natal no era el territorio más propicio para un alma con ambiciones literarias. Pero lo al final lo asimiló. Primero visitó Italia. Una vez allí se preguntó por qué no visitar Londres. Y ya en la ciudad del Támesis se dijo: «¿por qué no estudiar inglés?» Antes de que se hubiera dado cuenta, resulta que Georgi Márkov, el novelista repudiado, trabajaba para la BBC y la radio Free Europe. Se había convertido en un disidente y una voz poco querida por sus compatriotas comunistas.
Márkov solía acordarse a menudo de su país, pero no precisamente de sus bondades. al partido comunista no le gustaban sus recuerdos. Los consideraban contraproducentes. A su líder, Todor Zhivkov, un señor con cara de muro desde su infancia, tampoco. Como la mayoría de hombres que han hecho carrera en un partido y han asimilado sus tesis, carecía de humor. Se tomaba demasiado en serio las bromas. También las críticas. Lo mismo sucedía en su entorno y en los servicios secretos de Bulgaria. Todos ellos decidieron que Márkov ya no era un buen ciudadano. Que probablemente ni siquiera debería ser un ciudadano. Incluso que tenía dejar de serlo. Después de dos intentos fallidos de terminar con su vida, un italiano logró llevar a cabo el mayor deseo de estos gerifaltes. Se llamaba Franceso Gullino y logró inocular al escritor un perdigón en su piel por el método ya descrito. Escogió, para su operación, la fecha de cumpleaños de Todor Zhivkov (se ve que era un asesino al que le gustaba prestar atención a los pequeños detalles). La diminuta bola iba cargada de ricina, Un veneno letal, pero lento, de los que actúan con retardo. Esa misma noche, el novelista aún se encontraba bien. Por la mañana ya no tanto. Al cabo de un día se encontraba en estado crítico. Acudió a un hospital. Aseguraba que lo habían envenenado. Una enfermera consideró que era un loco. Uno más de los que entran en urgencias. Un médico con un sentido más amplio de la responsabilidad, y cierta suspicacia, investigó. Cuando comprendió qué sucedía y qué clase de sustancia habían inoculado a Márkov, este había muerto. Cuando hicieron la autopsia del cadáver, encontraron en la parte trasera de uno de sus muslos, una pequeña bola: la prueba de que aquel hombre no había perdido la cordura. En «Retrato de mi doble», escribe: «¿Qué es la vida sino una cadena interminable de maquinaciones de todos contra todos?». también cuenta: «Todo el mundo participa en alguna trama. La palabra vida podría sustituirse fácilmente por su equivalente moderno: maquinación».
Bibliografía:
“Retrato de mi doble”, de Georgi Márkov
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